Operación Cóndor
La medida exacta de los crímenes
Mídia Sem Máscara, año 1, número 3, 18 de septiembre de 2002
Olavo de Carvalho
Si uno quiere tener la prueba de que los medios de
comunicación brasileños son pro-comunistas, mentirosos
y sin escrúpulos, basta que compare el aluvión de
denuncias contra la Operación Cóndor con el total
silencio acerca del que fue, ése sí, un crimen
hediondo de nuestra dictadura militar: el apoyo del gobierno Geisel
a la intervención cubana en Angola, que mató a 100 mil
civiles y consolidó una dictadura que está en el poder
hasta hoy.
Aunque los números de la contabilidad funeraria que ponen de
relieve el horror de la primera operación fuesen
auténticos -- y no lo son --, aún así la
comparación sólo evidenciaría la diferencia
entre los militares latinoamericanos, que enfrentaban la lucha
armada en sus propios territorios, y una agresión extranjera
que envió 57 mil soldados al otro lado del océano para
intervenir en una guerra que no tenía nada que ver con Cuba
excepto ideológicamente y en función de la estrategia
comunista global.
La responsabilidad de la Operación Cóndor es achacada
exclusivamente a los militares, asociados con el "imperialismo
norteamericano", y jamás a la ingerencia armada cubana
que la precedió en más de una década, desde la
Conferencia Tricontinental de La Habana, que, habiendo esparcido la
violencia terrorista en tres continentes, no puede razonablemente
quejarse de ser tratada injustamente al depararse con una
reacción de escala modestamente unicontinental. Un periodista
tiene que haber alcanzado el grado máximo de
insensibilización moral leninista para poder presentar el
acuerdo de autodefensa establecido entonces entre los gobiernos de
América Latina como una conspiración contra inocentes
movimientos de oposición local. Sin embargo, ésa es la
norma seguida en todos los reportajes que, en las últimas
semanas, han comentado los documentos secretos sobre la
Operación Cóndor que acaban de ser desclasificados por
el gobierno americano.
En segundo lugar, al notar que los documentos, lejos de probar la
tan repetidamente cacareada participación norteamericana en
el episodio, muestran que Washington se limitó a asistir a
ellos desde lejos, ¿qué hacen los desinformadores
profesionales que posan como periodistas? ¿Confiesan que la
izquierda ha mentido? No. Cambian el registro de la acusación
y pasan ahora a condenar a Washington por "no haber hecho
nada" contra la Operación Cóndor. Sea como sea,
los americanos tienen que quedarse con el papel del malo.
En tercer lugar, viene la infalible manipulación de los
números. Nuestra prensa afirma y reafirma que el gobierno
militar argentino, él solo, "mató a 30 mil
personas". Pues bien, el gobierno argentino era un detestable
bando de payasos uniformados; pero ¿sería capaz de
tamaña crueldad?
Oigamos a sus propios acusadores.
La famosa Comisión de los Desaparecidos, que puso en
circulación internacional esa cifra macabra, la repite tal
cual en la apertura de su site en internet: 30 mil muertos. Sin
embargo, si vamos al link "Nombres", descubrimos que la
lista de víctimas tiene varias versiones, elaboradas por
diferentes entidades de "derechos humanos", y que la
más extensa de ellas sólo trae 10 mil nombres.
Aún así, es un montón de gente. Pero esa cifra
es sólo lo que consta en la presentación inicial. Si
uno se da el trabajo de examinar la lista, verá que en ella
sólo constan... 2.422 víctimas.
De un link a otro, la violencia de los militares argentinos va
disminuyendo.
Sólo que, para acabar, de las 2.422
"víctimas", 1.785 no tienen nombre, lo cual suscita
un pequeño problema: si ni siquiera se sabe quién es
el sujeto, ¿cómo se puede asegurar que fue matado por
motivos políticos?
La fe que la Comisión de los Desaparecidos exige de nosotros
no es nada pequeña.
Descontadas las ampliaciones hiperbólicas, tan del gusto de
la retórica comunista, nos queda un total líquido y
cierto de 687 víctimas de la dictadura militar argentina. Eso
basta para montar un señor proceso contra los generales, pero
no para considerarlos tan criminosos como sus enemigos.
Están también, sin duda, los desaparecidos. En la
lista de la Comisión, son 2.286. Pero, ¡un momento!
Para aceptar a priori que cualquier agente comunista desaparecido ha
sido necesariamente asesinado, hay que desconocer todo sobre el
mundo del espionaje y del terrorismo internacionales, en que la
circulación de personas, de nombres, de identidades y de
documentos por debajo del tapete es un juego alucinante de
prestidigitaciones y disfraces. No es razonable admitir que 2286
desaparecidos sean 2286 víctimas de asesinato mientras nadie
se dé el trabajo de averiguar si, con otros nombres, y con un
abanico de pasaportes falsos de varias nacionalidades, no
reaparecieron en Cuba, en la Unión Soviética, en
China, en Colombia o en Porto Alegre. Pero admitamos que todos
fueron matados realmente por la dictadura argentina. Sumados a los
casos comprobados, serían 2.973 -- menos de un quinta parte
de la lista de víctimas de Fidel Castro (éstas,
sí, conocidas con nombres y con la descripción de las
circunstancias de su muerte). ¿Debemos condenar a EUA por
"no haber hecho nada" contra los argentinos? ¿O
contra Fidel Castro?
Pero, si Washington no hizo nada ni contra unos ni contra otros,
nosotros sí que hicimos cosas a favor de Fidel. So pretexto
de obtener ventajas petrolíferas que jamás se
concretaron, la vanidad “nacionalistera” del presidente
Geisel nos hizo cómplices del genocidio angolano, al dar
ayuda económica, técnica y militar a la dictadura del
MPLA que se mantenía en el poder con el apoyo armado de Cuba.
Geisel fue el tipo de dictador nasserista, que ayudaba a los
comunistas en el Exterior y les perseguía en casa con el
único fin de robarles su papel para quedarse él solo
con la gloria de un antiamericanismo que siempre ha tenido buena
prensa. El episodio, analizado con más detalles en un
artículo del historiador Paulo Diniz publicado en este
número de MÍDIA SEM MÁSCARA,
muy raramente es recordado en nuestros medios de
comunicación, porque él solo basta para desenmascarar
a la hipocresía izquierdista reinante y, con ella, a los
propios medios de comunicación.
|