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El Brasil Hablante
Olavo de Carvalho
Cuanto más de lejos se mira el Brasil, mejor se aprecia que no es un país sino un manicomio. Un manicomio sin médicos, administrado por los propios locos que se creen los médicos. Nada allí funciona de acuerdo con los preceptos normales del cerebro humano. Es el perfecto "mundo al revés" del Dr. Emir Sader, jefe del consejo médico desde que el Dr. Simón Bacamarte dejó este bajo mundo. La locura no viene de hoy. Cierto día, después de una de mis clases en la Pontificia Universidad Católica de Paraná, se reunió un grupo de estudiantes para escuchar y apoyar la protesta de uno de ellos que, en medio de las lágrimas - sí, entre lágrimas - clamaba contra lo que le parecía una desvalorización ofensiva de la cultura nacional. “¿Dónde se ha visto - sollozaba el muchacho - que se declare como decadente y miserable un país que tiene intelectuales de la talla de Chico Buarque de Holanda? “ Conocí este caso por terceras personas, pero si hubiese estado presente habría grabado el episodio en video, para ilustrar las clases posteriores cuando volviese al tema de la patología mental brasileña. La destrucción de la cultura superior se evidencia no sólo en la desaparición de los espíritus creativos sino también en la inversión de la escala de juicios: en la ausencia de cualquier grandeza a la vista, la pequeñez se convierte en la medida de la máxima grandeza concebible. ¿No llegó un profesor del sur de Brasil a proclamar al referido Chico como un artista universal de la envergadura de Michelangelo? Tomaría años de ejercicios de percepción hacerles ver a estas criaturas que una sola pincelada de Michelangelo contiene más riqueza de intenciones, más información esencial, más intensidad de conciencia que todo lo que se publicó en Brasil bajo la etiqueta de "literatura" desde los años 80, escrito por no sé cuántos Chicos. Pero la mera sugerencia de que deberían someterse a ese aprendizaje les sonaría brutalmente ofensivo, una prueba de autoritarismo fascista. La idea misma de que la literatura debe reflejar una intensidad de conciencia, una riqueza de experiencia humana, terminó por volverse algo incomprensible cuando todo lo que se espera es, en la más ambiciosa de las hipótesis, que el artista invente variaciones entretenidas de las consignas habituales (esta es la definición de Chico Buarque de Holanda, con la diferencia de él ya no es tan entrenido). En los últimos años, sin embargo, la situación se ha deteriorado más allá de la posibilidad de una descripción de conjunto. Lo máximo que se puede hacer es llamar la atención sobre los detalles significativos, con la esperanza de que el interlocutor perciba la gravedad de la enfermedad por el síntoma aislado. Uno de esos síntomas es la descomposición del idioma. Doy gracias al cielo por no ser un escritor de ficción en estos días, cuando se hizo imposible conciliar el lenguaje coloquial con la corrección gramatical. Leean a Marques Rebelo o Graciliano Ramos y entenderán lo que estoy diciendo. Los personajes de estos escritores hablaban con una naturalidad extrema, sin incurrir en solecismos. Hoy en día, lo máximo que se puede hacer es escribir como humano en los pasajes narrativos y descriptivos, dejando que en los diálogos los personajes hablen como simios nerds. Es la literatura ilustrando el abismo entre la lengua culta y el habla cotidiana. Pero la existencia de este abismo prueba, al mismo tiempo, la inutilidad social de una literatura que ya no podría ser comprendida por sus propios personajes. Anteriormente este dualismo extremo entre el lenguaje culto y el vulgar sólo aparecía cuando el autor quería documentar el discurso de las clases más pobres, alejadas de la civilización por circunstancias económicas o geográficas insalvables. En la era de Lula se volvió necesario usarlo para reproducir el habla de un presidente de la República e igualmente la de los senadores, diputados, líderes empresariales y similares. Un periodista decente ya no puede escribir en el lengua de sus entrevistados. Ya no existe la misma proporción entre la conciencia y los datos que ella aprehende. Es decir que ya no es posible elaborar intelectualmente la realidad, al menos sin improvisar formulaciones lingüísticas que están por encima del alcance de la mayoría. Algunos oyentes ya comprendieron que el lenguaje paradójico de mi programa True Outspeak - explicaciones eruditas intercaladas con palabrotas groseras - es un esfuerzo barroco, tal vez fallido, de sintetizar lo no sintetizable, de rescatar para la esfera de la alta cultura el habla deforme y casi animal del nuevo Brasil. Muchos ni siquiera logran percibir la diferencia entre el lenguaje vulgar y su imitación caricaturesca.
Traducción: Félix Eduardo Salcedo
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