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Hacia arriba y hacia abajo
Olavo de Carvalho
Según que se sienta feliz o infeliz, ajustado o fuera de lugar en su propia época, usted tenderá a percibir el paso del tiempo histórico como evolución o como decadencia. Los filósofos presocráticos, por ejemplo, le parecerán precursores de la ciencia actual o portadores de una sabiduría perdida.La Edad Media, un periodo de oscuridad o la apoteosis de la inteligencia humana. La Segunda Guerra Mundial, una regresión a la barbarie antigua o el colmo de la barbarie moderna. A ninguna época de la Historia le faltan cualidades que justifiquen una y otra opinión. Si hay en este mundo algún juicio que sea irremediablemente subjetivo, es aquel que ve el transcurso de la especie humana sobre la Tierra como un glorioso ascenso hacia los cielos o como un descenso inexorable a los infiernos. "Todas las épocas son iguales ante Dios", enseñaba el gran historiador Leopold von Ranke. Cuanto más se estudia la Historia, más se convence uno de que no hay en ella una línea identificable y mucho menos una que lleve claramente hacia abajo o hacia arriba. Los juicios de evolución o decadencia sólo tienen sentido cuando existen un objetivo y una fecha límite, claros y delimitados, que puedan servir como medida del avance o retroceso. Puesto que nadie sabe hacia dónde debe ir la Historia o cuánto va a durar, cada cual es libre de medirla de acuerdo a la regla que mejor le acomode y llegar a conclusiones opuestas a las de su vecino. Sin embargo, existen en la Historia entidades e instituciones que tienen una finalidad clara y pretenden alcanzarla en un plazo razonable. Ellas pueden ser juzgadas, pues tienen en sí mismas su propio estándar de medida. La Iglesia Católica, por ejemplo, prometió hacer santos y los produjo en abundancia desde el primer día, pero no puede seguir produciéndolos en la misma cantidad o incluso en la misma proporción al crecimiento de las almas humanas sobre la Tierra. Afirmar que allí hay algo que no marcha muy bien no tiene nada de subjetivo. El movimiento sionista prometió dar a los Judíos un país en el plazo de dos o tres generaciones. Les dio el país, pero rodeado de enemigos. Fue un gran avance costoso y peligroso, pero ¿quién no está de acuerdo en que es mejor estar apretado en su propia tierra que en un país extranjero donde todos están locos por enviarlo a usted a un gueto o a un campo de concentración? Sólo el socialismo no se impuso a sí mismo ningún plazo, pero la carnicería, la miseria y la opresión que produjo a lo largo de un siglo superaron tan ampliamente la cantidad de sufrimiento humano que prometía curar, que no es para nada insensato prever que no podrá resultar mejor si le damos una nueva oportunidad (que es lo último que deberíamos hacer, en mi humilde opinión). Por otra parte, su fracaso para lograr los fines declarados no implica que él haya perdido a su vez el prestigio mágico adquirido gracias a sus promesas iniciales. Todo lo contrario: el número de fieles seguidores del socialismo parece aumentar en proporción directa al número de cadáveres que va dejando potr el camino. El socialismo sólo decae como ideal legítimo en la misma medida en que avanza como máquina de conquista del poder. Como diría Nelson Rodrigues, “el fracaso se le subió a la cabeza”. La cultura superior en el Brasil tampoco nació con un plazo, pero sí es razonable y además habitual evaluarla por la evolución de un país vecino nacido en la misma época y en condiciones no muy diferentes. El paso de dos siglos ha hecho en este caso toda la diferencia: la élite pensante de nuestro Imperio no tenía nada que envidiar en comparación con los Padres Fundadores americanos, pero mientras los Estados Unidos son hoy el centro de la alta cultura universal, congregando a los mayores filósofos, a los más grandes científicos, los mayores artistas y las mejores universidades, Brasil simplemente salió de la historia intelectual del mundo. Salió por el desagüe. Uno puede preguntarse qué estuvo mal y responder con la máxima objetividad: Todo. La cuestión de la evolución y la decadencia no siempre está fuera de lugar. Sólo basta que esté limitada a entidades y procesos históricamente mensurables y que usted esté preparado para soportar el golpe de la respuesta.
Traducción: Félix Eduardo Salcedo
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