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Peligro a la Vista
Olavo de Carvalho
Asesinados por compatriotas fanáticos, Anwar El-Sadat y Yitzhak Rabin pagaron el precio más alto por la paz, pero la fecha de vencimiento del producto que adquirieron se está agotando rápidamente. La caída de Hosni Mubarak quita del escenario uno de los pocos obstáculos que aún retrasaban la constitución de la gran unidad estratégica musulmana destinada a establecer el Califato Islámico Universal, y de paso, borrar a Israel del mapa. Algunos factores, que las mentes iluminadas de los comentaristas internacionales habituales no vislumbran ni remotamente, ayudan a elevar a la enésima potencia el peligro del momento: La Hermandad Musulmana, matriz ideológica de las fuerzas revolucionarias en el mundo islámico, tal vez no haya dado el impulso inicial a la rebelión en Egipto, pero sin duda es la única organización política preparada para aprovechar el caos y gobernar el país después de la salida de Mubarak. El gobierno de los Estados Unidos es muy consciente de esto y acoge con satisfacción el ascenso de la Hermandad, demostrando una vez más que Barack Hussein Obama trabaja premeditadamente en favor de los enemigos de Occidente. Los desmentidos tranquilizantes emitidos por el Departamento de Estado en los últimos días son tan contradictorios que equivalen a una confesión de falsedad: primero juraron que la Hermandad estaba al margen de los acontecimientos; después, cuando se hizo imposible seguir creyendo en eso, aseguraron que la organización había cambiado, que se había vuelto tan mansa y pacífica como un corderito. Comentaristas hostiles al gobierno señalaron que, al ponerse en contra de Mubarak, Obama copiaba el ejemplo de Jimmy Carter, quien, también bajo el pretexto de promover la democracia, ayudó a derrocar a un gobierno para convertir a Irán en uno de los más temibles enemigos de los EE.UU. y en una dictadura mil veces más represiva que la del antiguo Shah. La diferencia, creo yo, es que Carter parece haber actuado por auténtica estupidez, mientras que Obama, cuya carrera fue patrocinada por un príncipe saudí pro-terrorista, cuyos vínculos con la izquierda radical son los más comprometedores que se pueda imaginar, sigue con toda la evidencia un plan racional concebido para debilitar la posición de su país en el contexto internacional, mientras que simultáneamente va demoliendo de forma sistemática la economía en el plano interno. La política agrícola del gobierno Obama parece haber sido calculada para fomentar la rebelión. Egipto, un país desértico, depende fundamentalmente del trigo estadounidense, cuyo precio aumentó 70 por ciento en los últimos meses, mientras el valor del dólar se hundía, creando una situación insostenible para los egipcios. Con varios meses de anticipación, los analistas económicos anunciaban que la situación iba a explotar (ver http://www.mcclatchydc.com/2011/01/31/107813/egypts-unrest-may-have-roots-in.html). Rebeliones similares se vienen insinuando en otros países musulmanes como Túnez, Jordania y Yemen, siempre dirigidas al mismo objetivo: la eliminación de los gobiernos pro-occidentales y la ampliación de la influencia de la Hermandad Musulmana, aliada de Hamas y de otras organizaciones terroristas. El estado de pánico que se extendió entre aquellos gobiernos puede ser confirmado por el hecho de que en los últimos meses importaron más trigo que nunca, dificultando aún más la vida de los egipcios. Incluso unificado en torno al proyecto del Califato Universal, el Islam no representaría un gran peligro estratégico a corto plazo para Occidente, pero nada de lo que sucede en el mundo islámico está aislado de la gran estrategia "euroasiática", que hoy orienta a los gobiernos de Rusia y China . La idea nació en el "nacional-bolchevismo", un sincretismo ideológico creado por el escritor Edward Limonov y el filósofo Alejandro Duguin en los años 80. Partiendo de un esquema brutalmente estereotipado de la civilización de Occidente, extraído del libro de Sir Karl Popper “La sociedad abierta y sus enemigos", Limonov soñaba con una alianza mundial entre todos los enemigos virtuales de la mentalidad científico-relativista occidental, es decir, de todos los amantes de "verdades absolutas". Como se trataba simplemente de destruír el relativismo - y por extensión, la civilización basada en él - poco importaba para Limonov que los distintos absolutos llamados a la lucha estuvieran en contradicción unos con otros: la fraternidad negativa podía incluír en sí misma, sin mayores escrúpulos por la coherencia, a tradicionalistas católicos y a comunistas, a nazis, fascistas, islámicos, hinduistas, admiradores de René Guénon y Julius Evola, etc. Como si esto no fuera ya lo suficientemente elástico, la santa alianza recibía con los brazos abiertos a toda clase de enemigos unidos por el odio a América, aunque estuviesen desprovistos de cualquier absoluto identificable: punks, "rebeldes sin causa", militantes del Poder Negro (Black Power) y así sucesivamente. En la ola de antiamericanismo que se extendió por el mundo después de la disolución de la URSS, la oferta de apaciguar los viejos antagonismos sobre la base del odio a un enemigo común pareció un alivio para mucha gente, en especial para evolianos y guenonianos, quienes hostiles al “mundo moderno" en general, vieron allí el remedio a su angustiosa sensación de aislamiento.
Seducidos por la promesa de destruir el "mundo moderno", muchos tradicionalistas de la periferia - católicos, ortodoxos o musulmanes - probablemente acabarán por convertirse en los mejores idiotas útiles que la KGB haya tenido a su disposición. A ninguna de esas mentes brillantes se le ocurrió notar que el liberalismo de Karl Popper es una cosa y la nación americana es otra completamente diferente, que la destrucción o la marginación de esta última no traerá la extinción de la execrable "modernidad" y el advenimiento del Reino de Dios en la tierra, sino más bien el triunfo de los globalistas occidentales (Bilderbergers y similares), para quienes la neutralización del poder nacional americano es la mayor de las urgencias y cuyas relaciones con el esquema ruso-chino son mucho más amigables de lo que toda la retórica "euroasiática" da a entender (el mismo apoyo del gobierno de Obama a la rebelión egipcia es una prueba más de ello). La crisis en Egipto no es sólo una victoria del radicalismo islámico; detrás de ella, es una victoria del proyecto euroasiático.
Traducción: Félix Eduardo Salcedo
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