Notas para una introducción a la filosofía

Texto-base para comentario en clase del Seminario de Filosofía (É-Realizações, São Paulo, 28 de marzo de 2007)

Olavo de Carvalho

No existe filosofía elemental. Por doquier que se entre a una cuestión filosófica, no importando cual sea, se desemboca directo al centro mismo de la dificultad. Nada podrá ayudar sino el dominio de la técnica filosófica. Técnica filosófica es saber rastrear un tema, un problema, una idea, hasta sus raíces en la estructura misma de la realidad. Se trata de pensar el asunto hasta que el pensamiento encuentre sus límites y la propia realidad empiece a hablar. “Pensar”, ahí, no es hablar consigo mismo, combinar palabras o argumentar tentando probar algo. Tampoco es construir deducciones lógicas, por más elegantes que parezcan (la actividad constructiva de la mente pertenece a las matemáticas y no a la filosofía). Es, en primer lugar, sumergir en la experiencia interior buscando rememorar muy fielmente como algo ha llegado a nuestro conocimiento y de donde ha surgido en el cuadro mayor de la realidad. De a poco se irá diferenciando lo que vino de la realidad y lo que uno mismo le ha adicionado, y por que lo ha hecho. Cuando haya seguridad de que se posee el dato limpio y sin acrecentamiento (pero sin deshacerse de los acrecentamientos, que a veces, serán posteriormente útiles), se le puede mirar envuelta y ver las condiciones circundantes y antecedentes que posibilitaron su aparición. No se puede hacerlo sin la profundización de la propia autoconsciencia cuando de la acción de meditar al objeto. El procedimiento exige cierta dosis de concentración mental y sinceridad que ultrapasa formidablemente la capacidad del hombre vulgar (incluidos ahí los “intelectuales”, mismo auténticos; que decir de sus imitadores). Es una labor tan exigente y aun más encrespada de obstáculos psicológicos que el empeño requerido para vencer resistencias neuróticas en el curso de un tratamiento psicoanalítico (y tratamientos psicoanalíticos pueden prolongarse por seguidos años).

Para medirse la distancia que separa la investigación filosófica de toda y cualquier forma de “argumentación” (válida o inválida), basta notar que luego a los primeros pasos la percepción interior del objeto, si camina en dirección correcta, ya trasciende a su capacidad, por lo menos inmediata, de expresión en palabras. Se trata de tomar consciencia, y no de “raciocinar”. El pensamiento verbal sirve ahí apenas de soporte inicial. Trata-se de tornar presente, por todos los medios mentales disponibles, al cuadro entero de las condiciones reales que hicieron posible el conocimiento del objeto. De ahí hasta el conocimiento de las condiciones que hicieron posible su propia existencia hay un paso apenas, pero es el paso decisivo. Sólo en ese momento es que la exposición verbal de esa experiencia se torna posible a su vez, pues colocar un objeto real en el panorama de condiciones que lo posibilitaron es colocarlo, automáticamente, en algún punto de una deducción lógica. Todo lo que se podrá hacer será verbalizar esa deducción, no el camino interior recorrido. Pero es el recorrido que le da a la deducción lógica toda su sustancialidad de significado. Leída u oída por alguien que no sea capaz de reconstituir la experiencia interior correspondiente, la deducción será apenas un esquema formal que, como cualquier otro esquema formal, puede alimentar discusiones y refutaciones sin fin y sin provecho. Esas discusiones y refutaciones pueden ser una imitación de la filosofía, pero son tan diferentes de la filosofía genuina cuanto el archivo midi de una cantata de Bach es diferente de una cantata de Bach. Pueden servir como adiestramiento lógico, pero el adiestramiento para una actividad mental constructiva, por útil que sea a otros fines, es exactamente lo inverso al aprendizaje del análisis filosófico: no podemos abrirnos a la realidad construyendo algo en su lugar.

El único aprendizaje posible de la filosofía es leer las exposiciones de los filósofos reconstruyendo imaginativamente la actividad interior que las produjo. Eso es como leer una partitura y de a poco aprender a ejecutarla con todos los matices y énfasis emocionales sobrentendidos, que la partitura insinúa pero no muestra. Antes de tornarse un compositor hay que aprender a hacerlo con muchas músicas de otros compositores. Antes de analizar al primer problema filosófico, se habrá que tocar muchas músicas compuestas por los filósofos de antiguamente. Y, exactamente como ocurre con el aprendiz de música, no se ha de ofrecer un recital público con las primeras músicas que mal se aprendió a tocar. Aristóteles aprendió veinte años con Platón antes de empezar a enseñar. Aprender a filosofar es aprender a oír – y después a tocar – la melodía secreta por tras de los meros signos verbales. Si todo sale bien, al fin de muchos años de práctica, se revelaran las propias melodías secretas – y al escribirlas se descubrirá que prácticamente nadie sabrá tocarlas, pero todo el mundo deseará imitarlas bajo la forma de “argumentos”. Profesores de filosofía – especialmente en Brasil – no tienen, por lo general, la menor idea de lo que sea la investigación filosófica. En vez de filosofía enseñan argumentación, en mejor hipótesis. Por generalidad ni eso suelen hacer: enseñan argumentos prontos y llaman de fascistas quienes no deseen repetirles. Es una especie de tráfico de estupefaciente.

26 de febrero de 2007

Traducción: Victor Madera