Mentira temible

Olavo de Carvalho

Diário do Comércio, 8 de agosto de 2008

 

 

La protesta del gobierno ruso contra la equiparaci�n moral entre nazismo y comunismo condensa una de las falsificaciones hist�ricas m�s temibles de todas �pocas. Temible por las dimensiones de la mentira que engloba y doblemente temible por la credulidad f�cil con que es admitida, en general, por los no-comunistas e incluso anticomunistas.

Hasta John Earl Haynes, el gran historiador del anticomunismo americano, subscribe ese error: �Al contrario del nazismo, que expl�citamente pon�a la guerra y la violencia en el cerne de su ideolog�a, el comunismo brot� de ra�ces idealistas.� Nada, en los documentos hist�ricos, justifica esa afirmativa. Siglos antes del surgimiento del nazismo y del fascismo, el comunismo ya esparc�a el terror y la matanza por Europa, alcanzando un �pice de violencia en Francia de 1793. La propia concepci�n de genocidio � aniquilamiento integral de pueblos, razas y naciones � es de origen comunista, y su expresi�n m�s clara ya estaba en los escritos de Marx y Engels medio siglo antes del nacimiento de Hitler y Mussolini.

El idealismo romantizado est� en la periferia y no en el cerne de la doctrina comunista: los l�deres y mentores siempre se rieron de �l, dej�ndolo para la multitud de los �idiotas �tiles�. Es significativo que Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao o Che Guevara hayan dedicado poqu�simas l�neas a la descripci�n de la futura sociedad comunista y de sus presuntas bellezas, prefiriendo rellenar vol�menes enteros con la expresi�n enf�tica de su odio no solamente a los burgueses y arist�cratas, pero a milenios de cultura intelectual y moral, explicados despectivamente como mero camuflaje ideol�gico del inter�s financiero y del deseo de poder. Entre los no-comunistas, la atribuci�n usual al comunismo de motivos idealistas no deriva de ning�n indicio objetivo que logren identificar en las obras de los pr�ceres comunistas, pero sencillamente de la proyecci�n inversa de la ret�rica de acusaci�n y denuncia que en ellas burbuja como en un calder�n de odio. La reacci�n espont�nea del lector ingenuo ante esas obras es imaginar que tanta repulsa al mal s�lo pueda originarse de un profundo amor al bien. Pero resulta que es propio del mal odiarse a s� mismo, y simplemente no es posible que la rebaja de todos los valores morales, religiosos, art�sticos e intelectuales de la humanidad a la condici�n de camuflajes ideol�gicos de impulsos m�s bajos sea inspirada por el amor al bien. La explicaci�n suspicaz y feroz que Marx y sus continuadores vierten sobre las m�s elevadas creaciones de los siglos pasados denota antes la malicia sat�nica que intenta ver el mal en todo lo que pueda para poder figurar m�s soportable ante una eventual comparaci�n. Para aceptar como verdad la quimera del idealismo comunista, tendr�amos que invertir todas las normas de juicio moral, admitiendo que los m�rtires que se dejaron matar en la arena romana actuaron por intereses viles, a cambio que los asesinos de cristianos en la URSS y en China actuaron por pura benignidad.

En los raros instantes en que alguno de los te�ricos comunistas se permite contemplar imaginativamente las supuestas virtudes de la sociedad futura, lo hace en t�rminos tan exagerados y caricaturescos que s�lo se pueden explicar como perturbaciones de auto-excitaci�n hist�rica sin cualquier conexi�n con el fondo sustantivo de sus teor�as. Nadie puede contenerse la risa ir�nica cuando Trotski dice que en la sociedad comunista cada barrendero de calle ser� un nuevo Leonardo da Vinci. Como proyecto de sociedad, eso es una bufonada � el comunismo entero es una broma. S�lo es serio en cuanto emprendimiento de odio y destrucci�n.

Adem�s, la protesta rusa suprime, de prop�sito, dos dados hist�ricos fundamentales:

(1) El fascismo naci� como simple disidencia interna del movimiento socialista y no como reacci�n externa. Su origen est�, comprobadamente, en la decepci�n de los socialistas europeos con la adhesi�n del proletariado de las varias naciones al llamamiento patri�tico de la propaganda belicista en la guerra de 1914. Fundados en la idea de que la solidaridad econ�mica de clase era un lazo m�s profundo y m�s s�lido que las identidades nacionales � supuestamente invenciones artificiosas de la burgues�a para camuflar sus intereses econ�micos �, Lenin y sus compa�eros de partido cre�an que, ante la eventualidad de una guerra europea, los proletarios convocados a las trincheras se levantar�an en masa contra sus respectivos gobiernos y transformar�an la guerra en un levante general socialista. Sucedi� exactamente lo contrario. Por toda parte el proletariado adhiri� con entusiasmo al llamamiento del nacionalismo belicoso, al cual no permanecieron indemnes hasta algunos de los m�s destacados l�deres socialistas de Francia y de Alemania. Al t�rmino de la guerra, era natural que el mito leninista de la solidaridad de clase fuese sometido a an�lisis cr�ticas disolventes y que el concepto de �naci�n� fuese revalorizado como s�mbolo unificador de la lucha socialista. De ah� la gran divisi�n del movimiento revolucionario: una parte se mantuvo fiel a la bandera internacionalista, oblig�ndose a complejas gimnasias mentales para conciliarla con el nacionalismo sovi�tico, mientras la otra parte prefiri� sencillamente crear una nueva f�rmula de lucha revolucionaria � el socialismo nacionalista, o nacionalsocialismo.

No deja de ser significativo que, en el origen del "socialismo alem�n" � como en la d�cada de 30 era universalmente llamado �, la dosis mayor de contribuciones financieras para el partido de Hitler viniera justamente de la militancia proletaria (v. James Pool �Who Financed Hitler: The Secret Funding of Hitler's Rise to Power, 1919-1933�, New York, Simon & Schuster, 1997). Para una agremiaci�n que m�s tarde los comunistas alegar�an ser puro instrumento de clase de la burgues�a, eso habr�a sido un comienzo bien parad�jico, si esa explicaci�n oficial sovi�tica del origen del nazismo no fuera, como de hecho fue y es, s�lo un artificio publicitario para camuflar ex post facto la responsabilidad de Stalin por el fortalecimiento del r�gimen nazi en Alemania.

2) Desde la d�cada de 20, el gobierno sovi�tico, persuadido de que el nacionalismo alem�n era un instrumento �til para la rotura del orden burgu�s en Europa, trat� de fomentar en secreto la creaci�n de un ej�rcito alem�n en territorio ruso, boicoteando la prohibici�n impuesta por el tratado de Versailles. Sin esa colaboraci�n, que se intensific� tras la subida de Hitler al poder, habr�a sido absolutamente imposible a Alemania transformarse en una potencia militar capaz de quebrantar el equilibrio mundial. Parte de la militancia comunista se sinti� muy decepcionada con Stalin por ocasi�n de la firma del famoso tratado Ribentropp-Molotov, que en 1939 hizo de la Uni�n Sovi�tica y de Alemania compa�eros en el brutal ataque imperialista a Polonia. Pero el tratado s�lo surgi� como novedad escandalosa porque nadie, fuera de los altos c�rculos sovi�ticos, sab�a del apoyo militar ya viejo de m�s de una d�cada, sin el cual el nazismo jam�s habr�a llegado a constituir una amenaza para el mundo. Denunciar el nazismo en palabras y fomentarlo mediante acciones decisivas fue la pol�tica sovi�tica constante desde la ascensi�n de Hitler � pol�tica que s�lo fue interrumpida cuando el dictador alem�n, contrariando todas las expectativas de Stalin, atac� la Uni�n Sovi�tica en 1941. Tanto desde el punto de vista ideol�gico cuanto desde el punto de vista militar, el fascismo y el nazismo son ramos del movimiento socialista. (Dejo de enfatizar, por demasiado obvio, el origen com�n de ambos los reg�menes en el evolucionismo y en el "culto de la ciencia". Quien desee saber m�s sobre esto, lea el libro de Richard Overy, �The Dictators. Hitler's Germany, Stalin's Russia� New York, Norton, 2004.

Pero a�n falta un tema por considerar. Si el comunismo se revel� uniformemente cruel y genocida en todos los pa�ses por donde se disemin�, lo mismo no se puede decir sobre el fascismo. China comunista pronto super� a la propia URSS en furor genocida volcado contra su propia poblaci�n, pero ning�n r�gimen fascista fuera de Alemania jam�s se compar�, ni incluso de lejos, a la brutalidad nazi. En mayor parte de las naciones donde imper�, el fascismo tendi� antes a un autoritarismo blandengue, que no s�lo se limitaba a usar de la violencia contra sus enemigos armados m�s peligrosos, pero toleraba la coexistencia con poderes hostiles y rivales. En la propia Italia de Mussolini el gobierno fascista acept� la rivalidad de la monarqu�a y de la Iglesia � lo que ya basta, en el an�lisis muy pertinente de Hannah Arendt, para apartarlo de la categor�a de "totalitarismo". En Am�rica Latina, ninguna dictadura militar � "fascista" o no � jam�s alcanz� el r�cord de cien mil v�ctimas que, seg�n los �ltimos c�lculos, result� de la dictadura comunista en Cuba. Comparado a Fidel Castro, Pinochet es un ni�o con ganas de volar. En otras zonas del Tercer Mundo, ning�n r�gimen supuestamente fascista ha hecho nada parecido a los horrores del comunismo en Vietnam y en Camboya. El nazismo es una variante espec�ficamente alemana del fascismo, y esa variante se distingui� de las otras por la dosis anormal de violencia y crueldad que anhel� y ejecut�. En materia de peligrosidad, el comunismo est� para el fascismo as� como la Mafia est� para un violador de esquina. Pero no podemos olvidarnos lo que dice Sto. Tomas de Aquino: la diferencia entre el odio y el miedo es una cuesti�n de proporci�n � cuando el agresor es m�s d�bil, t� lo odias; cuando es m�s fuerte, t� lo temes. Es f�cil odiar el fascismo simplemente porque �l siempre fue m�s d�bil que el comunismo y sobretodo porque, como fuerza pol�tica organizada, est� muerto y enterrado. El fascismo jam�s tuvo a su servicio una polic�a secreta con las dimensiones de la KGB, con sus 500 mil funcionarios, presupuesto secreto ilimitado y al menos cinco millones de agentes informales por todo el mundo. Mismo en materia de publicidad, las mentiras de Goebbels eran trucos de chiquillos en comparaci�n con las t�cnicas refinadas de Willi M�nzenberg y con la poderosa industria de desinformatzia a�n en plena actividad en el mundo. Si, al final de la II Guerra, la presi�n general de las naciones vencedoras puso dos docenas de reos en el Tribunal de Nuremberg e inaugur� la persecuci�n implacable a criminosos de guerra nazis, que dura hasta hoy, el fin de la Uni�n Sovi�tica fue seguido de empe�os universales para evitar que cualquier acusaci�n, por m�nima que fuese, recayera sobre los l�deres comunistas responsables por un genocidio cinco veces mayor que el nazi. En Camboya, el �nico pa�s que tuvo el coraje de esbozar una investigaci�n judicial contra los ex gobernantes comunistas, la ONU hizo todo lo posible para boicotear esa iniciativa, que hasta hoy se arrastra entre mil trabas burocr�ticas, aguardando que la muerte por ancianidad libre los culpables de la punici�n judicial. El fascismo atrae odio porque Es una reliquia macabra del pasado. El comunismo est� vivo y su peligrosidad no disminuy� ni un poco. El temor que inspira se transmuta f�cilmente en afectaci�n de reverencia exactamente por los mismos motivos con que el entourage de Stalin fing�a amarle para no tener que confesar el terror que �l le inspiraba.

 

Traducción: Victor Madera