El Lula americano
Olavo de Carvalho
Diário do Comércio, 24 de julio de 2008
Aparte de escuchar el himno americano con las manos sobre la bolsa escrotal y no sobre el corazón, Barack Hussein Obama adulteró el emblema de las armas nacionales para hacer de él un logotipo de su propaganda electoral, declaró que la bandera americana “es un símbolo de violencia” y, para rematar, le quitó los colores del país al timón del avión de su campaña, substituyéndolos por la “O” que representa a... él mismo.
Más que simple desprecio, esas actitudes denotan un esfuerzo consciente de destrucción de los símbolos nacionales. Ese esfuerzo, a su vez, no necesita de interpretación simbólica: su sentido es autoevidente. Él le da expresión electoral a la guerra cultural entablada contra EEUU, de dentro y de fuera del país, desde los años 60: se trata de erigir, sobre los escombros del patriotismo y de la soberanía, un nuevo sistema de lealtades, basado en la alianza de todos los odios antiamericanos, antioccidentales y anticristianos con los intereses millonarios consagrados a la implantación del gobierno mundial. La indicación más clara de esa alianza son las fuentes de apoyo financiero del candidato: de un lado, grupos radicales y pro terroristas, de otro las macro fortunas globalistas y la grande mass media en peso. Por eso el vigor de su campaña, que tiene cuatro veces más dinero que la de su oponente y – sin exageración – veinte o treinta veces más cobertura periodística.
Con ese respaldo, él se permite desafiar no sólo a todas las conveniencias, pero pasar por en cima de las exigencias legales más básicas: después de no entregar durante meses su partida de nacimiento, presentó una partida manifiestamente falsa (v. http://web.israelinsider.com/Articles/Politics/12993.htm ). El documento original, que sigue oculto, es necesario para investigar una cuestión esencial: ¿Obama es ciudadano americano o es un extranjero, conque inelegible?
La ocultación y la fraude subsecuente deponen en favor de la última hipótesis, pero el entusiasmo inalterado de los obamistas, contrastando con su absoluto desinterés en esclarecer esa cuestión, muestra que prefieren antes derruir de un solo golpe el sistema electoral americano a permitir que los republicanos continúen en el poder: el nuevo sistema de lealtades ya está en vigor, sobreponiendo a la integridad nacional las ambiciones partidarias de la izquierda.
Con la misma insolencia autosuficiente, los planos de gobierno de Obama contrarían flagrantemente la voluntad de la mayoría, sin precisar temer que ello le quite un voto siquiera al candidato. La nación quiere bajar el precio de la nafta; Obama promete aumentarlo, manteniendo el veto a la apertura de nuevos pozos de petróleo. América quiere ver los inmigrantes ilegales por la espalda; Obama promete no solamente amnistiarlos, pero darles asistencia médica con el dinero de los contribuyentes. La nación quiere menos impuestos; Obama promete crear algunos más. Si millones de ciudadanos americanos, que piensan y quieren lo contrario de Obama, juran votar en él para presidente, no es a causa de lo que él promete, mas a pesar de que él les prometa hasta mismo el infierno. La atracción de la imagen hipnótica es más fuerte que el cálculo de costo-beneficio.
La campaña de Obama es una obra de ingeniería sicológica de precisión, planificada no para conquistar los electores a través de la persuasión racional, pero para debilitarlos, asombrarlos y dejarlos tan estúpidos al punto de hacerlos aceptar total perjuicio, total humillación, total derrota, solo para no contrariar la supuesta obligación moral de elegirlo, sin importarse con que él sea verdaderamente un enemigo disfrazado. Sacrificarlo todo ante un fetiche, y hacerlo hasta cierto punto conscientemente, compartiendo por lo tanto las culpas de la maniobra e incapacitándose previamente para luchar contra ella después de ejecutada, he aquí lo que Obama está exigiendo – y obteniendo – de los electores.
Ya vimos ese procedimiento ser consumado en Brasil, con base en la imagen estereotipada del “presidente operario”, contra cuyos crímenes y perfidias ya nadie puede levantar una voz audible, pues, arrastrados por la coacción sicológica, todos se volvieron cómplices de algún modo junto al ritual de sacrificio ante el altar del ídolo.
Traducción: Victor Madera