La inversión revolucionaria en acción
Olavo de Carvalho
Diário do Comércio, 21 de julio de 2008
Tanto en artículos de periódico como en clases y conferencias he planteado algunas conclusiones de un largo estudio emprendido sobre la mentalidad revolucionaria. Las principales son las siguientes:
1. La mentalidad revolucionaria, tal como aparece documentada en los escritos y actos de todos los líderes revolucionarios desde el siglo XV, sin excepción notable, no consiste en la adhesión a una o a otra propuesta político-social concreta, pero en una cierta estructura de aprehensión de la realidad, caracterizada por la inversión del orden temporal y causal y de la relación sujeto-objeto, de la cual resultan una variedad de inversiones secundarias.
2. Esas inversiones no configuran slamente una “enfermedad espiritual”, en el sentido que F. W. von Schelling y Eric Voegelin le dan al término, pero una enfermedad mental en sentido clínico estricto. La mentalidad revolucionaria es una variante específica del “delirio de interpretación”, síndrome descrito con pionerismo por el psiquiatra Paul Sérieux en su libro clásico Les Folies Raisonnantes. Le Délire d'Interprétation (París, Alcan, 1909; accesible online en http://web2.bium.univ-paris5.fr/livanc/?cote=61092&p=1&do=page).
Observaciones del dr. Sérieux: “Mientras por regla general las psicosis demenciales sistematizadas reposan sobre perturbaciones sensoriales predominantes y casi permanentes, todos los casos que aquí reunimos son, casi que exclusivamente, basados en interpretaciones delirantes; las alucinaciones, siempre episódicas cuando existen, no desempeñan en ellos papel casi ninguno... La ‘interpretación delirante' es un raciocinio falso que tiene por punto de salida una sensación real, un hecho exacto, el cual, en virtud de asociaciones de ideas vinculadas a las tendencias, a la afectividad, asume, con la ayuda de inducciones y deducciones erradas, una significación personal para el enfermo... La interpretación delirante se distingue de la alucinación y de la ilusión, que son perturbaciones sensoriales. Difiere también de la idea delirante, concepción imaginaria, inventada punto a punto, no deducida de un hecho observado.” Difiere todavía, según el autor, de la mera interpretación falsa, esto es, del error vulgar, por dos razones: (1) “El error es, en mayor parte, rectificable; la interpretación delirante, incorregible.” (2) “El error permanece aislado, circunscrito; la interpretación delirante tiende a la difusión, a la irradiación, ella se asocia a ideas análogas y se organiza en sistema.”
En otro artículo explicaré la diferencia específica entre la mentalidad revolucionaria y las demás variedades de delirio de interpretación. Aquí pretendo nada más que ilustrar algo que he dicho y repetido decenas de veces: la inversión de la realidad es un factor tan constante y omnipresente en el pensamiento revolucionario de todas las épocas, que prácticamente podemos encontrar muestras suyas en lo que quiere que los portavoces de ideologías revolucionarias digan sobre asuntos de su interés político. La cantidad de ejemplos disponibles es tan inmensa, que la única dificultad para el investigador es el “embarras de choix”, la elección de los casos más obvios e ilustrativos.
Selecciono aquí, al azar, un artículo del sr. Leonardo Boff publicado el pasado día 14 (v. Que futuro nos espera?).
Citando Arnold Toynbee, el autor dice que una constante en la decadencia de las civilizaciones es la ruptura del equilibrio entre la cantidad de desafíos y la capacidad de respuesta de cada civilización. “Cuando los desafíos son de tal monta que sobrepasan la capacidad de respuesta, la civilización empieza su ocaso, entra en crisis y desaparece.”
Aplicando ese concepto a la descripción del panorama actual, dice el sr. Boff: “Nuestro paradigma civilizacional elaborado en el Occidente y difundido por todo el globo, está volcando agua por todos lados. Los desafíos globales son de tal gravedad, en especial los de naturaleza ecológica, energética, alimentar y poblacional que perdimos la capacidad de darle una respuesta colectiva e incluyente. Este tipo de civilización va a disolverse.”
Tras reseñar con la ayuda de Eric Hobsbawm y Jacques Attali algunas posibilidades de desarrollo catastrófico de la situación, el sr. Boff enuncia la única esperanza que sobra, a su entender: “La humanidad, si no quisiere autodestruirse, deberá elaborar un contrato social mundial con la creación de instancias de gobernabilidad global con la gestión colectiva y equitativa de los escasos recursos de la naturaleza.” En suma: gobierno mundial socialista.
Todos los hechos mencionados en el artículo son reales, pero acomodados sistemáticamente en posiciones equivocadas.
1. Los desafíos que el sr. Boff menciona para ilustrar la tesis de Toynbee no la ilustran, pero van a parar muy lejos de ella. Lo que Toynbee tiene en vista no son dificultades materiales como las citadas, pero en principio la presión simultánea de un “proletariado interno” y de un “proletariado externo”, ambos empeñados en destruir la civilización visada. El primero puede ser ejemplificado por los inmigrantes ilegales que reciben del gobierno americano toda suerte de beneficios (negados hasta a los residentes legales) y con eso se fortalecen para hostilizar la cultura local y luchar por el desmembramiento de EE UU. El “proletariado externo” es representado por la multitud de organizaciones empeñadas en una violenta e incesante campaña de antiamericanismo, en la cual el propio sr. Boff es una voz de destaque por lo menos en la escala brasileña. La acción de los dos proletariados es intensamente fomentada y subsidiada por los adeptos del gobierno mundial, que luego presentan el resultante debilitamiento de EE UU como un fenómeno impersonal e involuntario, camuflando la profecía autorrealizable mediante la apelación a “constantes históricas”.
2. De los cuatro desafíos citados por el sr. Boff – crisis ecológica, alimentar, poblacional y energética –, los tres primeros afectan mucho menos el Occidente que los países comunistas y islámicos y sus respectivas áreas de influencia. Nunca hubo desastre ecológico que se equiparase a los efectos de la explosión en Chernobyl o de la polución generalizada en China, ni hay drama poblacional que se compare con el chino, ni carencia alimentar tan atemorizadora cuanto se observa en los países de África bajo dominio islámico y comunista (Sudán, Zimbabwe). Si un paradigma fue algún día conminado por los tres problemas que el sr. Boff señala, es el paradigma antioccidental de China, de Rusia, de los países islámicos. En el Occidente, en vez de superpoblación, lo que hay hoy es despoblación; en vez de carencia alimentar, obesidad endémica; y en ninguna parte del mundo los riesgos ecológicos, reales o imaginarios, están bajo control tan estricto cuanto en los países capitalistas desarrollados. ¿Cómo podría una civilización encontrarse amenazada de extinción inminente por desafíos que en ella están ausentes o bajo control? ¿Y cómo podría ser substituida con ventaja por un “nuevo paradigma” inspirado justamente en las naciones que sucumben inermes ante esos mismos desafíos? La inversión de la realidad es ahí tan simétrica, tan patente, tan literal, incluso tan ingenua, que no se podría querer un ejemplo más claro y didáctico del delirio de interpretación.
Cuánto a la crisis energética, ella no existe en EE UU pero es un riesgo posible, que se vuelve inminente gracias a la acción... de ¿quién? De los mismos adeptos del gobierno mundial, las Pelosis y Obamas, que bloquean por todos los medios la apertura de nuevos pozos de petróleo, haciendo con que la nación propietaria de las mayores reservas de petróleo del mundo se vuelva dependiente de proveedores extranjeros. Estos, a su vez, con el dinero que recaudan de su mejor cliente, financian, no solo campañas de propaganda contra él, pero hasta mismo movimientos terroristas, a la vez que ellos propios se arman hasta los dientes para la “guerra del pueblo entero” (expresión del general Giap adoptada por Hugo Chávez) contra el “dominador imperialista” que los alimenta. En consecuencia de la “rotura del orden imperial – son palabras del sr. Boff – se entra en un proceso colectivo de caos... La globalización continúa pero predomina la balcanización con dominios regionales que pueden generar conflictos de gran devastación... Esta situación extrema clama por una solución también extrema”. La solución extrema es, evidentemente, aquella suso indicada, el socialismo planetario.
Es decir: de los cuatro “desafíos” que según el sr. Boff hacen inviable la civilización del Occidente y claman por el advenimiento del gobierno mundial, tres solo existen entre los enemigos del Occidente y el cuarto es inoculado en el Occidente por ellos mismos con base en diseminar enfermedades para vender medicamentos.
El sr. Boff, siendo él propio uno de los agentes de la operación – aunque de los más modestos –, sabe de todo eso. Su percepción de los hechos es exacta. Su interpretación del cuadro es que está toda invertida, detalle por detalle, compulsivamente, para crear un sistema de errores en el cual la perfidia revolucionaria pueda parecer la más alta expresión del bien y de la virtud.
Traducción: Victor Madera