Los cuatro caballos del Apocalipsis
Olavo de Carvalho
Jornal do Brasil, 28 de junio de 2007
Cuando cuatro libros de autores famosos son publicados casi a la vez, defendiendo opiniones sustancialmente idénticas y con la misma técnica argumentativa, es obvio que no estamos delante de un festival de coincidencias, sino de una campaña destinada a proseguir por medios cada vez más amplios y a alcanzar resultados mucho más sustantivos que el frisson publicitario de un momento.
Si, además, ese esfuerzo llega acompañado por medidas legales adoptadas en varios países para darle inmediata realización práctica al mismo objetivo que los libros proponen como siendo ideal y deseable - expulsar la religión de la vida pública -, entonces está claro que el objetivo de esas obras no es poner algo en discusión, no es tampoco persuadir, es sólo legitimar la imposición de un poder mediante un disimulo de debate público.
Las contribuciones personales de los srs. Sam Harris, Richard Dawkins, Daniel Dennett y Christopher Hitchens a la guerra anticristiana mundial se destacan por la uniformidad con que recurren a una técnica argumentativa inusitada, rarísima, tan contrastante con su prestigio, que la probabilidad de habérseles ocurrido espontáneamente a los cuatro es de un infinitesimal que tiende a cero. Me pregunto si esos libros fueron realmente escritos por sus autores nominales o si estos no se habrán limitado a darle remate a esbozos preparados por algún ingeniero de la conducta social.
Ese modus argüendi, ya conocido de los antiguos retóricos pero casi nunca manejado en debates intelectuales, consiste en presentar con aires de seriedad, y con el respaldo de una credibilidad personal previa, argumentos deliberadamente indignos de ella: vulgares, groseros y fundados en una ignorancia monstruosa de las complejidades del tema.
A simple vista el adversario (por ejemplo Michael Novak en la National Review de mayo) imagina que los cuatro se volvieron locos, que, arrebatados por el odio, abdicaron de toda sofisticación intelectual y resolvieron poner la cara para recibir manotazos.
Pero los manotazos no los alcanza. La técnica que emplean no se usa para vencer una discusión sino para imposibilitarla. Ninguna discusión es viable sin la posesión común de un volumen de conocimientos fundamentales sobre la materia en debate. Si uno de los lados se esquiva intencionalmente a tratar del asunto en el nivel intelectual requerido, el interlocutor serio no tiene alternativa si no explicarlo todo desde el principio, extendiéndose en sutilezas que darán la penosa impresión de dilaciones pedantes y a las que el auditorio, fundado en la confianza usual que tiene en la autoridad del otro lado, muy probablemente se recusará a oír. William Hazlitt, en un ensayo clásico, ya hablaba de las “desventajas de la superioridad intelectual”, pero no previó que ellas se volverían aún mayores en la confrontación con la ignorancia planificada. Tampoco los mayores tramposos ideológicos del siglo XX, un Sartre o un Chomsky, se rebajaron al punto de apelar a ese expediente y hacer de la burricie una ciencia, como temía nuestro Ruy Barbosa. La vida intelectual en el mundo tuvo que perder el último vestigio de dignidad para que pudieran aparecer, en el horizonte de los debates letrados, los cuatro caballos del Apocalipsis.
Traducción: Victor Madera