¿Ciencia o payasada?

Olavo de Carvalho

Diário do Comércio, 21 de mayo de 2007

 

 

“Verdad inconveniente”, por definición, es algún hecho cuya divulgación hiere a los intereses de una elite dominante y por eso termina siendo obstaculizada y suprimida. Cuando, al contrario, quienes salen alardeando a la tal verdad son los grupos político-económicos más potentes del universo – propietarios de casi la totalidad de los medios de comunicación en Europa y en EUA – lo mínimo que recomienda la prudencia es sospechar que están sirviéndole al publico una farsa monstruosa calculada para usurpar, en beneficio de los propios dueños del poder, al prestigio cultural de la marginalidad y de la independencia.  

El detalle de que en Brasil el apoyo a ese emprendimiento proceda del mayor banco nacional y de la mayor red local de TV ya basta para alertar que no se trata de ninguna verdad renegada buscando abrir sitio entre barreras de silencio erigidas por la clase dominante. ¿Han visto ustedes alguna verdad inconveniente ser estampada en titulares del New York Times, ganar el Oscar , ser trompeteada por la  red Globo de TV y relucida por el encanto y belleza (ya un poco pasados, dígase) de Xuxa Meneghel en persona?

La sabiduría popular brasileña ya ha dado su opinión respecto a eso, afluyendo a los millones para aplaudir al papa Bento XVI e ignorando solemnemente al show billonario del sr. Al Gore, como también a las gesticulaciones histéricas con las cuales nuestros parlamentarios buscaban, a la misma semana, movilizar las masas contra los supuestos horrores de la “homofobia”.

“Gore” significa “herir”, “derramar sangre”. Nomen est omen, “el nombre es profecía”, decían los romanos. La trayectoria del referido, una larga sucesión de gentilezas a algunas de las  fuerzas políticas más sangrientas del planeta, incluyendo Fidel Castro y las Farc, solo fue posibilitada por el dinero con que la dictadura soviética engordó a su padre, Albert Gore, por intermedio del mega-embustero Armand Hammer, quien, con razón, decía tener al entonces senador “en el bolsillo del chaleco” (la historia completa de Hammer está en el libro de Edward Jay Epstein, “Dossier. The Secret History of Armand Hammer”, Carroll & Graf Publishers, New York, 1999). De ese bolsillo emergió la figura bisoña de Gore Júnior, en cuya candidatura presidencial otro príncipe del embuste internacional, George Soros, apostó sumas incalculables en las  elecciones del 2000.

Con la misma cara dura con que durante años ha negado la existencia del genocidio estalinista en Ucrania y ha proclamado a Fidel Castro como un campeón de la democracia en Caribe, el New York Times nospresenta ahora al ex-candidato crónico a la presidencia americana como un hombre bien-aventurado a quien el fracaso electoral lo ha libertado de las manos del oficialismo, dándole la oportunidad de hablar a nombre propio, ser sincero, decir aquello que cree y ser reconocido al fin como un profeta. Ese cambio de casta, de la realeza para el sacerdocio, es una farsa total. Si Gore creyese en una sola palabra de lo que dice no gastaría más combustible fósil, en su mansión de Belle Meade, Tenessee, de lo que varias centenas de familias americanas juntas (ver link). El estatuto del profeta solo se consigue cuando aquellos que por largo tiempo negaron nuestras previsiones terminan por concordar con ellas de mala gana. En el caso de Gore eso no ha pasado de ninguna manera. Los que lo aplauden ahora son los mismos de siempre: NYT, CFR, George Soros, ONU, Hollywood y las fundaciones billonarias. No consta que uno sólo de los miembros de la abominable derecha haya dado su mano en palmatoria ante las revelaciones eco-ilógicas de Al Gore.

Para compensar, la movilización mundial objetivando darle tonos de verdad científica final a la imposible teoría del origen humano del calentamiento global adquiere día a día más fuerza, alimentada por la santa alianza de los medios de comunicación chics, de los organismos internacionales, de la militancia izquierdista organizada y de las grandes fortunas – las cuatro pilastras  de la estupidez contemporánea. La reciente efusión de sapiencia de esas criaturas es el manifiesto “Defiendan la Ciencia”, firmado por 128 profesores universitarios que, por motivos insondables, creen hablar a nombre de una entidad mítica llamada “la ciencia”.

Referida ciencia, según esas ilustres criaturas, está a sufrir, en manos de la administración Bush, horrores solamente comparables a los que los primeros mártires del saber científico habrían padecido en cárceles de la Santa Inquisición. En vano se buscará en las columnas del Index Librorum Prohibitorum un solo título de Descartes, de Kepler, de Newton, de Leibniz o cualquier otra obra fundamental para el advenimiento de las ciencias modernas; pero, una vez consagrada la leyenda de que la persecución inquisitorial ha sofocado a la ciencia naciente, nuevas leyendas pueden ser fabricadas a partir de ella, tomada como premisa tremendamente científica. Sorbiendo de esa fuente, el manifiesto acusa al gobierno americano de “bloquear al progreso científico, minar la educación de los científicos y sacrificar  la integridad misma del procedimiento científico, todo por querer implementar su propia agenda política particular,... aliada a una agenda ideológica extremista defendida por poderosas fuerzas religiosas fundamentalistas de ordinario conocidas como la Derecha Religiosa. Es frecuente, en la presente administración, que el gobierno niegue subvenciones, censure informes científicos, manipule, distorsione o suprima descubrimientos científicos que les parezca objetables.”

Contra este calamitoso estado de persecución y censura, la ciencia silenciada gime y se debate en el  fondo del pozo de la exclusión  social, pidiéndole socorro (y dinero, evidentemente) a la opinión pública.

Pero solo un ñoño completo o un cerebro intoxicado por marihuana intelectual izquierdista puede creer en esa estupidez.

“El gobierno” no rechaza informe científico alguno. Quienes lo hacen son científicos de profesión – tan científicos cuanto los signatarios del manifiesto – que ejercen su derecho a no darle aprobación oficial a teorías que les parezcan dudosas o simplemente codiciosas (el hecho, por ejemplo, de que el sr. Gore posea hoy casi toda su fortuna invertida en “fuentes alternativas de energía” muestra que lo que está en juego para él no es tanto la supervivencia de la humanidad, pero la integridad de su propio ojete).

En segundo lugar, George W. Bush no es el “gobierno americano”, es tan solo una parte. El Congreso está dominado por los fans de Al Gore; tuvieran ellos a mano la prueba de una sola supresión intencional de datos científicos vitales a la seguridad nacional,  ya habría comisiones de averiguación mordiéndole  los tobillos al presidente como lo hacen a todo instante por los motivos más fútiles (como por ejemplo las historietas de Valerie Plame).

En tercer lugar, el gobierno americano, considerándolo como máquina de divulgación, es literalmente un nada, una caca de mosquito, si comparado al conjunto de los grandes medios de comunicación que apoyan macizamente al alarmismo goreano.  Como la historia del millonario gallego que instaló una ventana de vidrio ahumado en la sala de su casa para que los vecinos no espionaran las farras homéricas que él promovía allí, pero que, por un lapso formidable, instaló el vidrio al revés, el gobierno Bush, si quisiera ocultar alguna “verdad inconveniente” sobre el calentamiento global, solamente lograría ocultarla de sí propio, dejándola a vistas de la opinión pública. ¿Han visto ustedes algún periódico o canal televisivo alardear las conquistas espectaculares de la ayuda americana en Iraq, la recuperación de la economía de Iraq, la prosperidad general de la población iraquí, la reconstrucción de todas las escuelas y hospitales del país en tiempo record? ¿Han leído en titulares de ocho columnas que, a comparación con todas las guerras de los últimos cien años, la de Iraq ha sido la que menos alcanzó a la población civil? El gobierno vive a divulgar esas cosas, pero ellas sí son verdades inconvenientes. El establishment mediático las suprime tan completamente que hablar de ellas es pasar por loco. El manifiesto de los 128 iluminados, exactamente como el propio título-film de Al Gore, condensa la exacta inversión del estado real de las cosas.

La organización que promueve el emprendimiento es por cierto bien característica a la red de entidades activistas por donde circula el dinero de los billonários apóstoles  del Nuevo Orden Mundial. El sitio www.defendscience.org tiene como principal financiador al Institute for the Study of Natural and Cultural Resources. Su director, Lee Swenson, inició su trayectoria en la militancia antiamericana de los años 60, yendo heroicamente a la cárcel para huirle al servicio militar.  Después, ayudó a crear una serie de entidades militantes de la New Left, entre ellas el Institute for the Study of Non-Violence, junto a la cantante Joan Baez. El Institute the Study of Natural and Cultural Resources es apenas la última de la serie. Una notable carrera científica, como se ha visto.

Pero no todo en el manifiesto es embuste barato. En él hay una subcorriente de argumentos que vienen del fondo de los siglos, alimentando uno de los errores más trágicos en que la humanidad ya se ha metido.

La paradoja más sorprendente de la actual ideología científica es su capacidad en fundir, a veces, en un mismo párrafo, al prestigio intelectual de las precauciones metodológicas popperianas que afirman la inexistencia de verdades científicas definitivas con el apelo a la prosternación general ante la autoridad incuestionable de esas mismas verdades. Bajo el punto de vista sociológico, se trata de mezclar en una masa  confusa, a los tres tipos de autoridad señalados por Max Webber, los cuales, normalmente, deberían permanecer ajenos e independientes entre si: la autoridad racional de la ciencia, la autoridad tradicional de la religión establecida y la autoridad carismática de los profetas.  Conforme he explicado en anterior artículo, la condición básica a la investigación científica es la renuncia al don de proferir verdades definitivas, cuanto más al de transfigurarlas en leyes y reivindicar la punición a los discordantes. La propia naturaleza crítica y analítica del procedimiento científico exige esa renuncia, como la igual abertura permanente e ilimitada a objeciones y críticas, que son el alma misma de la racionalidad científica. Esa renuncia, que le ha dado a la clase de los científicos el prestigio incalculablemente valioso de la modestia racional en confronto a las pretensiones dogmáticas del clero religioso, se disuelve a si misma en el momento en que las conclusiones  provisorias de tal o cual conjunto de investigaciones son proclamadas como verdades definitivas y la tentativa de discutirlas es criminalizada como acto de lesa-majestad. Después de haberle atribuido ese tipo de autoridad  à la teoría de la evolución, el activismo científico busca arrogarla ahora a una doctrina aún más incierta y problemática, la del origen humano del calentamiento global. Al mismo tiempo que usa de todos los recursos económicos y políticos a su disposición para sofocar las voces disonantes, él propio se presenta como perseguido y silenciado. La voz que se queja de sofocada resuena por todos los canales de los medios de comunicación mundiales, denunciando su propia farsa del modo más patente y apostando, por fin, en la incapacidad pública de notar la paradoja. Ese apelo a la autoridad dogmática por parte de los que siguen nombrándose representantes del pensamiento crítico es maravillosamente complementado por la elevación de Al Gore como profeta – profeta que clama en el desierto de Hollywood, ante las cámaras, reflectores y micrófonos. El carácter paródico del emprendimiento en su conjunto no se le escapa al observador atento, pero talvez se le escape a las multitudes distraídas. Y es con eso que cuentan los autores del manifiesto.

Si quieren ustedes una genuina “verdad inconveniente”, vean al documental “La Gran Farsa del Calentamiento Global” (“The Great Global Warming Swindle”), una respuesta devastadora a los esfuerzos publicitarios del sr. Gore. No fue hecho con subsidios billonários ni ha recibido de los medios de comunicación y del beautiful people el respaldo generosamente ofrecido a la autopromoción de ese individuo. Las declaraciones allí presentadas son de científicos profesionales, algunos de fama mundial, que no tienen por que ser excluidos a priori de la condición de representantes legítimos da su clase, en la cual ocupan posiciones por lo menos similares a las de los sacerdotes del culto goreano. Véanlo y enseguida escríbanle a las organizaciones envueltas en la promoción de la visita de Al Gore, preguntándoles por que ellas se recusan a ofrecer al público los dos lados de la cuestión; por que alardean solamente a una y aún proclaman, con cinismo intolerable, que es una verdad sofocada por el establishment, cuando obviamente ellas propias son el establishment y la única verdad sofocada es aquella que ellas sofocan.

 

 

Traduçción: Victor Madera