Ateos y ateos
Olavo de Carvalho
Jornal do Brasil, 15 de marzo de 2007
Existen dos tipos de ateos: los que no creen que Dios exista y los que creen piamente que Dios no exista. Los primeros se resisten en creer sobre lo que no tienen vivencia. Los segundos no admiten que pueda existir algo más allá de su vivencia. La diferencia es la misma que la que hay entre el escepticismo y la presunción de omnisapiencia.
Por encima de la distinción entre ateos y creyentes existe la diferencia, señalada por Henri Bergson, entre las almas abiertas y las almas cerradas. La explicaré a mi modo. Como todo lo que sabemos es circunscrito y limitado, vivimos dentro de una redoma de conocimiento incierto cercada de misterio por todos los lados. Esa no es una situación provisoria. Es la propia estructura de la realidad, la ley básica de nuestra existencia. Pero el misterio no es una mezcla homogénea. Sin poder descifrarlo, sabemos anticipadamente que él se extiende en dos sentidos opuestos: por un lado, la suprema explicación, el origen primero y la razón última de todas las cosas; por otro, la oscuridad abisal del sin-sentido, del no-ser, del absurdo. Hay el misterio de la luz y el misterio de las tinieblas. Ambos nos son inaccesibles: la esfera de media-luz en que vivimos flota entre los dos océanos de la claridad absoluta y de la absoluta oscuridad.
El simbolismo inmemorial de los estados "celestes" e
"infernales" demarca la posición del ser humano en el
centro del enigma universal. Esa situación – la nuestra - es
de permanente incomodidad. Ella nos exige una adaptación activa,
dificultosa y problemática. Por eso las opciones del alma: abertura
al infinito, a lo inesperado, a lo heterogéneo, o al cierre
auto-hipnótico en la clausura de lo conocido, negando el más
allá o proclamando con fe dogmática su homogeneidad con lo
conocido. De la primera se originan las experiencias espirituales de
cuales nacieron los mitos, la religión y la filosofía. La
segunda lleva a la "prohibición de preguntar", como la
nombraba Eric Voegelin: la repulsa a la trascendencia, la
proclamación de la omnipotencia de los métodos socialmente
estandarizados de conocer y explicar.
La religión es una expresión de la abertura, pero no la
única. La simple admisión sincera de que pueda existir algo
para allende la experiencia usual basta para mantener el alma alerta y
vivo. Es posible ser ateo y estar abierto al espíritu. Pero el ateo
militante, doctrinario, intransigente, opta a la recusa perentoria del
misterio, complaciéndose en el odio al espíritu, en el ansia
de cerrar la puerta a lo desconocido para mejor mandar en el mundo
conocido.
Traducción: Victor Madera