Para comprender la revolución mundial
Olavo de Carvalho
Diário do Comércio, 14 de mayo de 2007
Prometí explicar con más detalles las “tesis sobre el movimiento revolucionario mundial” (conferencia en la Academia Militar de West Point) que publique aquí semanas atrás. Como esas explicaciones son extensas, las subdividiré en varios artículos, volviendo al tema siempre que encuentre la oportunidad. Empiezo con el primer párrafo: “El movimiento revolucionario es un fenómeno único y continuo a lo largo del tiempo, por lo menos desde el siglo XV. Cada generación de revolucionarios posee la conciencia de ser heredera y continuadora de las anteriores. Eso está hartamente documentado en sus escritos. Es un hecho, no una interpretación mía.”
Cualquier que sea el estado de cosas, no hay actitud política consciente sin el conocimiento de los antecedentes históricos que lo produjeron; no solamente de los antecedentes de los hechos inmediatos, pero también y principalmente de los elementos duraderos, de largo plazo, que no ejercen sobre la situación actual la influencia de estímulos causales directos pero amoldan y determinan de lejos al cuadro general donde todo se da.
Cuando el discurso de un agente político repite al de personajes de dos, tres o cuatro siglos atrás, a los cuales no conoce y no podría citar de propósito, a veces ese hecho puede ser explicado por la sencilla persistencia residual de antiguos giros de lenguaje, impregnados en la cultura general y asimilados pasivamente por quien habla. Pero cuando a esa coincidencia de vocablos se suma la identidad de los valores y objetivos que se expresan a través del discurso, entonces es probable que la acción de ese agente le dé continuidad a una secuencia iniciada mucho antes de el mismo agente, a la cual sirve con mayor o menor conciencia de su participación en un esfuerzo de muchos siglos. Si, además, rastreando los orígenes de su forma de hablar, podemos reconstruir una cadena de transmisión ininterrumpida que de generación en generación ha venido desde los pioneros de la idea hasta su último repetidor pasivo, por consiguiente se advierte que estamos frente a un “movimiento histórico” identificable, continuo y auto consciente.
Un movimiento histórico puede abarcar y contener a muchos movimientos políticos, culturales y religiosos, que constituyen sus versiones parciales, locales y transitorias y que pueden ser muy diferentes y hasta contrastantes entre sí sin dejar de contribuir, por ello, para la unidad de el conjunto que los arrastra, inexorablemente, a la consecución de un sentido general ya formulado, en esencia, desde el principio.
Un movimiento histórico no actúa por sí mismo, no es una fuerza mágica, ni es, como diría Hegel, una “astucia de la razón” que opere y realice sus objetivos mediante una lógica invisible, pasando por arriba de las intenciones conscientes de individuos y generaciones. Al contrario, es la continuidad temporal de un conjunto de símbolos, valores y objetivos que a cada generación son introyectados y subscritos conscientemente por los individuos que se colocan a su servicio. Lo que pasa es que en cada uno de esos individuos, el conocimiento de los valores a que sirve no implica una conciencia integral de la totalidad del movimiento abarcable. En otros individuos, sí. A cada generación hay por lo menos un núcleo de “intelectuales”, que sabe de donde vino y para donde va el conjunto del movimiento a que sirve. Pero la mayoría de los envueltos puede tener conciencia apenas de las corrientes secundarias parciales e inmediatas. Ésto es más de lo que suficiente para garantizar la inserción perfecta de sus acciones en el sentido total del movimiento histórico.
Al observador desconocedor la unidad del movimiento puede escaparle del todo, principalmente porque él no sabe distinguirla de tres otros tipos de unidad que pueden aparecer por tras de la multiplicidad de los actos humanos:
(1) La unidad espontánea del desarrollo histórico. El crecimiento de la economía capitalista, por ejemplo, no resulta de ningún plan y no es un proceso dirigido por nadie. Él resulta, como decía Ludwig von Mises, de la suma de una cantidad innumerable de actos individuales, cada uno de ellos racionales en sí mismo, pero inconexos al conjunto, practicados por los agentes económicos en vista de sus objetivos personales y grupales.
(2) La unidad concreta y deliberada de un movimiento político, social, religioso o cultural explícito, dotado de un comando identificable y de una masa de militantes, fieles o adeptos conscientes de esa unidad. El catolicismo o el comunismo son ejemplos característicos. Para distinguirlos del movimiento histórico en general, los llamaré de “movimientos especiales”.
(3) La unidad invisible del “poder secreto” o “conspiración”. En el caso, la unidad existe solamente para los líderes, los conductores del proceso, y sus colaboradores inmediatos. La masa de los ayudantes anónimos, aglomerada en unidades menores sin contacto unas con las otras, no poseen una idea clara – y a veces no poseen idea ninguna – sobre la articulación mayor ni sobre el propósito del conjunto a que sirven.
Aunque la unidad de un movimiento histórico pueda contener elementos tomados de esos tres modelos, ninguno de ellos la explica. Un movimiento histórico no es un puro desarrollo espontáneo, mas un esfuerzo consciente y prolongado para llevar las cosas a rumbo determinado. También se distingue de los movimientos especiales por el aspecto de prescindir de una estructura jerárquica de comando, por lo menos permanente. Difiere igualmente de la unidad conspirativa porque esa estructura jerárquica, cuando existe, no necesariamente ha de permanecer secreta.
La unidad de un movimiento histórico reposa plenamente en la apelación de algunos símbolos que condensan y dan cuerpo a deseos, ideales y objetivos duraderos. Una vez adoptados como pendón de lucha por algún movimiento especial, esos símbolos se diseminan y se arraigan tan profundamente en la cultura que su fuerza aglutinadora puede ser renovada a cualquier instante por algún otro movimiento especial que se inspire directa o indirectamente en el anterior. Una sucesión de movimientos especiales inspirados en un mismo núcleo de símbolos y valores, atravesando las épocas sin conexión organizacional unos con los otros, forma por si un movimiento histórico, aunque la conciencia de la continuidad se torne bastante tenue o sea compartida exclusivamente por una elite intelectual sin voz de comando directa sobre el conjunto. Siguiendo su marcha, no se puede afirmar que ha parado ni que ha sido extinto. Un movimiento histórico puede, alternadamente, cristalizarse como movimiento especial en torno a un comando jerárquico conocido de todos los participantes o, al contrario, subdividirse en tantos núcleos independientes que parezca haberse disuelto. No apenas en tiempos adversos, mas hasta en épocas en que los vientos le son más favorables él puede contar con un aumento de crecimiento apoyado en el puro desarrollo espontáneo de los hechos sociales. A veces, aparece un liderazgo genial capaz de mantener por algún tiempo el control consciente del movimiento, a veces es preciso esperar hasta que la espontaneidad del ocurrir críe las condiciones para ello, pero en ambas épocas el movimiento revolucionario prosigue, inexorable.
Nadie comprenderá jamás al movimiento revolucionario mundial en cuanto se le continúe a encarar apenas por el prisma de los movimientos especiales que lo integran. ¿Como explicar, por ejemplo, la ascensión brutal del izquierdismo en el mundo después de la caída de la URSS que, según la expectativa general, debería prenunciar su término? La sorpresa frente al fenómeno es tan grande que muchos hasta prefieren negarlo, refugiándose en una ilusión psicótica. Pero su explicación es sencilla si se entiende que el movimiento comunista organizado desde los centros de comando en Moscú y Pequín era apenas una encarnación parcial y temporaria del movimiento revolucionario, que este continuaba desenvolviéndose en otros contextos bajo otras formas, latentes y discretas, prontas a subir al primer plano tan luego la versión soviético-china fallase, como de hecho ocurrió. Es deprimente, por ejemplo, notar como los EUA, en los años 50, a la vez que combatían de frente al expansionismo comunista y al espionaje soviético, recibían de brazos abiertos a los filósofos de la Escuela de Frankfurt, que ya traían consigo el germen de la New Leftdestinada a florecer en la década siguiente con tamaña fuerza, virulencia y amplitud jamás soñadas por los partidos comunistas. Combatir un movimiento especial sin tener en vista sus relaciones al conjunto del movimiento revolucionario es arriesgarse a fortalecerlo en el mismo instante en que se imagina derrotarlo. En realidad, la propia elite soviética era mucho más flexible y poseía un horizonte estratégico incomparablemente más vasto que el que los profesionales de inteligencia y los analistas estratégicos en los EUA podían entonces imaginar. Éstos, además de enfocar al movimiento comunista separadamente, fuera de la tradición revolucionaria, aún consideraban a ese movimiento apenas como un seudópodo del poder soviético, cuando verdaderamente el poder soviético era apenas una encarnación local y temporaria de una corriente histórica que venia desde mucho antes de ese poder y que sobrevivió perfectamente bien a la desintegración de la URSS.
La unidad del movimiento histórico ha de ser buscada, primeramente,
en el lenguaje. Es la recurrencia de los motivos conductores (con la
significación que la expresión posee en literatura y en
música) la que señala la continuidad del movimiento. Y, al
instante en que esa continuidad no es apenas la de una vaga
“influencia cultural”, pero la de organizaciones
revolucionarias que producen a sus sucesoras y se reencarnan en ellas
después de su desaparición aparente, entonces la
caracterización del movimiento histórico se presenta
nítida y insofismable, no cabiendo ya justificaciones para que no
se vislumbre su unidad por bajo de la variación aparente, por
más confusa que sea.
Para quien conoce a la historia del movimiento revolucionario como
conjunto, esa unidad, que al desconocedor es tan difícil de
divisar, se transparenta hasta en detalles aparentemente irrisorios.
Cuando, por ejemplo, el sr. Lula se declara católico y al instante,
con la cara mas bisoña del mundo, afirma que está habilitado
a comulgar sin confesarse por ser hombre “sin pecados”, aquel
que le atribuya el disparate al desatino personal del sr. presidente es
infinitamente mas desatinado que él. La frase retumba un
Leitmotiv del movimiento revolucionario, circulante por lo menos
desde o siglo XV: la impecancia esencial del revolucionario, limpio y
santo a priori e incondicionalmente. ¡Ah, suele ser apenas
una coincidencia verbal!, dirán los sapientísimos
observadores. No lo es. Toda la mentalidad del sr. Lula ha sido formada
por las lecciones directas y persistentes del sr. Fray Betto, que es la
propia encarnación de la herejía revolucionaria, nada
diferente de la de los cataros e albigenses. El sr. Lula, como ejemplo,
talvez no posea la mínima consciencia de que es un muñeco de
ventrílocuo sentado en la falda de una tradición de cinco
siglos. Pero el sr. Fray Betto, que piensa con el debido retrocedimiento
histórico, sabe perfectamente para que finalidad ha entrenado a su
discípulo.
Proseguiré con estas explicaciones oportunamente.
Tradução: Victor Madera