M�s sobre el mundo nuevo
Olavo de Carvalho
O Globo, 4 de junio de 2005
En la lectura de mi art�culo anterior, no hay que imaginarse que la estrategia del cambio cultural global sea solamente una sucia trampa inventada por un grupo de conspiradores para llegar al socialismo por una v�a indirecta y anest�sica. Al contrario. La t�nica misma de la concepci�n socialista se ha trasladado del polo econ�mico al cultural, o mejor, �civilizacional�.
Desde la d�cada de los 40, la imposibilidad repetida de crear un socialismo que funcionase determin� sucesivas concesiones a la econom�a de mercado y fue debilitando en la intelectualidad activista la ambici�n de eliminar radicalmente la propiedad privada.
Entre los mejores cerebros de la izquierda, la substituci�n del socialismo ortodoxo por un esfuerzo de �salvar� de los escombros de la econom�a estatal los �ideales� socialistas se remonta a mucho antes de la ca�da de la URSS. Los primeros frankfurtianos ya ten�an un desprecio sin par a la experiencia sovi�tica: dieron la espalda a la econom�a y se dedicaron a crear una nueva concepci�n �civilizatoria� integral. La �New Left� de los a�os 60 casi no hablaba de planificaci�n econ�mica: s�lo le importaba la agitaci�n racial, el sex lib , el anti-americanismo, la revoluci�n feminista, etc. Mientras tanto, en la ONU, el alucinado Robert M�ller, inspirado en la vidente americana Alice Bailey, orientada a su vez por infalibles gur�s extraterrestres, conceb�a los nuevos par�metros educacionales, hoy adoptados en todo el mundo, para amoldar a las nuevas generaciones al socialismo planetario de sus sue�os.
La socializaci�n de la econom�a, al convertirse en fruto en vez de en ra�z del �hombre nuevo�, ya no es la prioridad. Por eso, con cierta ingenuidad, el Sr. Lu�s In�cio da Silva puede proclamar que ni �l ni sus compa�eros saben a qu� tipo de socialismo pretenden llegar. La indefinici�n del objetivo econ�mico-social contrasta de tal manera con la coherencia y organizaci�n pr�ctica de la acci�n izquierdista mundial, con la uniformidad de los valores �morales� y culturales que la gu�an, que la declaraci�n �luliana� puede ser considerada un lapsus, revelador de la intenci�n subyacente o casi inconsciente de aplazar hasta las calendas griegas la socializaci�n de la econom�a, privilegiando en el orden del tiempo la organizaci�n militante para el adiestramiento de la masa popular en los valores y criterios de la �nueva civilizaci�n�. El poder socialista se afirma en el �mbito moral y psicol�gico, educacional y jur�dico, dejando que la f�rmula de la econom�a salvadora, como la inc�gnita de una ecuaci�n, se vaya definiendo poco a poco, a medida que avanza el proceso de transfiguraci�n global de las mentalidades.
Los radicales que se impacientan, suspirando por un intervencionismo brutal a la moda antigua, no comprenden la sutileza de la nueva estrategia. Pero no por eso dejan de colaborar con el proceso, en el que desempe�an el papel de instigadores, sabiendo o no que la energ�a que gastan en ello ya est� dosificada y canalizada de antemano por unas estrategias internacionales mucho m�s inteligentes que un bill�n de Z�s Rainhas. Clamar por �socialismo ya� no elimina las contradicciones de la econom�a socialista, pero ayuda a mantener a las masas en el estado de �nimo apropiado. Cuando la carga de la realidad pesa demasiado en el lomo del burro, hay que reanimar al animalito volvi�ndole a ense�ar la zanahoria de la utop�a.
El aplazamiento de la econom�a socialista otorga adem�s al movimiento izquierdista la posibilidad de agrupar en su apoyo a muchos capitalistas. Con el alegato reconfortante de que �el socialismo acab�, algunos ricos vanidosos se ofrecen para subvencionar la instauraci�n de la cultura socialista, convencidos de que, a corto plazo, nos les acarrear� da�os substanciales. En ese proceso, el capitalismo no es eliminado, sino s�lo criminalizado virtualmente, al mismo tiempo que sigue prosperando, bien o mal, en el �mbito material. En los colegios, en los libros, en las telenovelas, el empresariado es sometido a la execraci�n p�blica, pero, como al mismo tiempo es tolerado y subsidiado por los mismos l�deres gobernantes que lo denigran, siempre le queda la esperanza de sobrevivir mediante la adulaci�n y la lisonja. As�, no es seguro que un d�a se llegue a la econom�a estatalizada, pero est� garantizado que para entonces el capitalismo, o lo que quede de �l, se transformar� en un pozo de iniquidades.