Ra�ces del mundo nuevo

Olavo de Carvalho

O Globo, 28 de mayo de 2005

 

 La primera mitad del siglo XX presenci� el auge de la econom�a planificada; la segunda, su ca�da, seguida del nacimiento de un esquema de dominaci�n m�s ambicioso todav�a: la cultura planificada. La cultura abarca y trasciende la econom�a: incluye el orbe entero de las creaciones humanas, el lenguaje y la imaginaci�n, los valores y los sentimientos, la vida �ntima y los reflejos inconscientes. La ampliaci�n del objetivo indica que la intelectualidad activista dedujo de la experiencia de ocho d�cadas una conclusi�n inversa a la de los economistas liberales: �stos creyeron que el fracaso del socialismo demostraba la locura intr�nseca del Estado gigante; aqu�llos, que el Estado gigante fracas� por no ser suficientemente gigantesco.

 El objetivo final del socialismo, como observ� Hannah Arendt, es la modificaci�n de la naturaleza humana. La generaci�n de Lenin, Stalin e Hitler  imagin� que la econom�a socialista producir�a un nuevo tipo de hombre. Los pensadores socialistas m�s profundos � Gramsci, Luk�cs y los frankfurtianos � vieron en eso un peligroso error economicista. El alma del �hombre nuevo� no nacer�a del socialismo sino que tendr�a que precederlo y crearlo. Esa idea pareci� her�tica a la ortodoxia marxista de la �poca (aunque, en el otro lado del espectro socialista, no era del todo extra�a a los te�ricos del nazifascismo), pero s�lo se propag� en las �ltimas d�cadas, dando margen a una formidable expansi�n del izquierdismo internacionalista, que sobrevivi� incluso al derrocamiento de la econom�a sovi�tica, alcanzando su nivel m�ximo justamente en los a�os que siguieron a la disoluci�n de la URSS. El socialismo internacional de hoy no busca tanto la creaci�n de reg�menes socialistas como la implantaci�n de un conjunto global de mutaciones en la sociedad civil, en la moral, en las relaciones familiares. Al cambio del orden de prioridades correspondi� un cambio de estrategia y la elecci�n de medios nuevos. Antes, la herramienta esencial del movimiento revolucionario era el partido ideol�gicamente monol�tico. Hoy, es una variedad de partidos de izquierda aparentemente inconexos, es la red internacional de ONGs, son los �movimientos sociales�, son los grandes organismos internacionales. Su unidad de acci�n s�lo puede ser aprehendida desde fuera por aquel que conoce las sutilezas de la lucha cultural, infinitamente m�s compleja que la antigua confrontaci�n abierta de partidos pro-comunistas y pro-capitalistas.

Una vez captado el hilo del ovillo, es f�cil rastrear las fuerzas en juego, desde la confusi�n aparente de los debates p�blicos hasta su origen com�n en unos despachos de planificaci�n estrat�gica invariablemente vinculados a la ONU y a un cierto n�mero de fundaciones multimillonarias asociadas a ella, as� como a algunos Estados nacionales que, discretamente y no sin ambig�edades, respaldan ese proceso. No existe hoy una sola �causa�, un solo slogan de lucha revolucionaria o de �transformaci�n social� que no se haya originado en comit�s t�cnicos y consultivos fuera de todo control popular y electoral, y que a continuaci�n no haya sido propagado por los diversas naciones como producto espont�neo del movimiento hist�rico impersonal, cuando no de la providencia divina. Revoluci�n feminista, abortismo, cuotas raciales, movimiento gay, revoluci�n agraria, indigenismo, ecologismo, antitabaquismo, liberalizaci�n de las drogas pesadas � todas las banderas de lucha que se agitan en el mundo pueden ser rastreadas desde la escena p�blica hasta su origen discreto en los c�rculos del internacionalismo iluminado. Y para propagarlas no est�n s�lo las �redes�, que se extienden hasta el infinito, sino todo un sistema burocr�tico millonario: la ONU tiene incluso cursos universitarios para formar t�cnicos en �creaci�n de movimientos sociales� en el Tercer Mundo. Movimientos populares espont�neos, claro est�, y por espont�neo milagro armonizados en la concepci�n integral de un nuevo orden de la civilizaci�n.

 La bibliograf�a al respecto ofrece una documentaci�n m�s que probatoria, pero, al estar protegida por la indolencia intelectual de las masas, tardar� algunos siglos en llegar a ser objeto del conocimiento com�n. Y entonces la humanidad ya no tendr� inter�s en conocer su origen, porque ser� la �humanidad nueva�, embriagada con la ilusi�n de haberse creado a s� misma por la fuerza espont�nea del progreso y de las luces.