Causa perdida

Olavo de Carvalho

O Globo, 21 de mayo de 2005

 

 Est�n circulando por internet algunas quejas contra el trato severo que di al Dr. Grijalbo Fernandes. Escritas en ese tono de auto-dignificaci�n pomposa t�pico de la pseudo-ret�rica bachilleresca, impotente ciertamente para disimular el torpe odio pol�tico que las inspira, son un muestrario pat�tico de la miseria mental brasile�a. Los remitentes, insensibles a su propio lenguaje, repleto de razonamientos toscos, de insultos salvajes y de los consabidos ep�tetos peyorativos aprendidos en el vocabulario comunista, recurren al t�pico hip�crita de que las �divergencias de opini�n� tienen que ser expresadas con educaci�n e infinito respeto hacia el interlocutor. Al denunciar la erudici�n fraudulenta del Dr. Grijalbo, yo habr�a faltado contra esa obligaci�n sublime.

 Pues bien, no me consta haber discutido jam�s alguna opini�n del Dr. Grijalbo. Desenmascarar un fraude intelectual no es discutir una opini�n. La discusi�n de opiniones presupone reglas comunes, de las que la primera es la honestidad de principio a fin. La falsa exhibici�n de cultura es una conducta deshonesta e inmoral en s� misma. Descalifica a su autor para cualquier discusi�n, haciendo de �l una reencarnaci�n del �hombre que sabia javan�s�. Si, por el contrario, tenemos que respetar esa fea actitud como si fuese una �opini�n�, entonces la posibilidad de una confrontaci�n leal queda descartada a priori , ya que la norma misma del debate queda a merced de las opiniones de cada contrincante y puede ser revocada a su antojo.

 Lo que censur� en el  Dr. Grijalbo no fue el contenido de sus �opiniones�, sino la mala fe de su conducta intelectual. No entiendo c�mo puedo hacer eso y al mismo tiempo tratar esa conducta como si fuese algo respetabil�simo. Ya que las met�foras futbol�sticas est�n de moda, lo que los defensores del Dr. Grijalbo exigen es que las infracciones cometidas en el campo sean aceptadas como jugadas normales y rebatidas educadamente con pases y dribles, en vez de denunciadas por los linieres y castigadas por el �rbitro. La exigencia que me hacen es tan indecente como el propio truco del Dr. Grijalbo, y denota en los remitentes - por iron�a, �rbitros ellos tambi�n - la completa incapacidad de discernir entre lo correcto y lo incorrecto. 

Pero, pasando del mero entorpecimiento moral a la criminalidad expl�cita, una de las indignadas propaga entre sus pares la asquerosa calumnia de que fui juzgado y condenado en un determinado proceso. Tiene narices: en ese proceso ni siquiera fui el reo; fui su autor. Y nunca he sido condenado en ning�n proceso. La se�ora o se�orita es la que, al decir lo que dice, se expone a un proceso penal.

 Dos colegas de la calumniadora, sin embargo, piensan que soy yo quien tiene que ser procesado. Confesando que no han le�do mi art�culo, declaran anticipadamente que representa un caso de �da�o moral colectivo�, y hacen un llamamiento a la clase de los jueces del trabajo para que, confiando en el maravilloso don de adivinaci�n jur�dica de dos sabihondos, se arriesgue en una aventura procesal insana que ellos mismos ya han tratado de abortar con su precipitaci�n de acusar antes de saber.

 Legitimando esas explosiones de simulada indignaci�n, viene la interpretaci�n perversa y aped�utica que en ellas se da a mi afirmaci�n de que cierta historieta inventada por el Dr. Grijalbo s�lo era �apropiada para impresionar a un p�blico de magistrados semi-analfabetos�. Forzando hasta la demencia el sentido de la afirmaci�n, pretenden que contenga un insulto a toda la clase de los jueces del trabajo. Para quien sabe leer, ya la expresi�n �un p�blico�, en vez de �el p�blico�, muestra que hay en la frase una selecci�n, distinguiendo a unos magistrados de otros y a unos p�blicos de otros, como lo percibe cualquier escolar que tenga al menos una vaga idea de lo que es el art�culo indefinido. Es evidente que no todos los jueces laboralistas son semi-analfabetos. Pero los que de ese modo han interpretado mi texto indiscutiblemente lo son. Son ellos mismos el p�blico al que alud�. Si, al notar la adecuaci�n de la capucha a sus exiguas medidas craneales, quieren disimular su fallo ampliando la acusaci�n a toda su categor�a profesional, la iniciativa es suya, no m�a. No es la primera vez que unos reos culpados se esconden tras los inocentes, intentando involucrarles en su causa perdida.