La difusi�n de la ignorancia

Olavo de Carvalho

Zero Hora, 1 de mayo de 2005

 

 La proliferaci�n de revistas de �divulgaci�n cient�fica� ser�a un beneficio incalculable para el pueblo, si no fuesen escritas, en general, por semi-intelectuales que mejor har�an si se guardasen para ellos sus peregrinas ideas. El otro d�a vi en una de esas publicaciones un reportaje que, con el aire triunfante de quien aplasta el oscurantismo religioso bajo las patas soberanas de la �ciencia�, explicaba las curaciones milagrosas como efecto de la activaci�n de ciertas �reas cerebrales por la oraci�n fervorosa, sin necesidad de ninguna mediaci�n externa, divina, entre la s�plica y su realizaci�n. Eso quiere decir que, si uno le pidiese el milagro a Baal, a Belceb�, al Rey Momo, a San Luli�a o incluso a San-Uno-Mismo, obtendr�a un id�ntico resultado, con tal de que sacudiera las �reas adecuadas de su masa gris. S�lo que, una vez elevado el cerebro a las alturas de esa omnipotencia, los efectos de la mera autosugesti�n ser�an indiscernibles de las curaciones por la fe religiosa y las igualar�an o superar�an en n�mero. Y, si la eficacia de la autosugesti�n fuera de tal categor�a, simplemente eliminar�a la posibilidad de probar medicinas mediante el m�todo doble-ciego con efecto placebo. De rebote, la investigaci�n cient�fica en medicina quedar�a abolida, y entonces no tendr�a ni el m�s m�nimo sentido alegar su autoridad contra las pretensiones de la religi�n o incluso de la superstici�n pura y dura. El autor del art�culo ni lejanamente se daba cuenta de esa consecuencia inmediata e ineludible de su razonamiento. Pensar, definitivamente, no era su fuerte.

 Con la misma arrogancia pueril con la que embisten contra la religi�n sin percatarse de que su secularismo materialista no es una ciencia sino simplemente una creencia pseudo-religiosa, los profesores de la �ciencia popular� se creen h�roes libertadores al atacar los valores y s�mbolos nacionales, sin percibir que con eso no producen m�s que un estado de desorientaci�n general del que las primeras v�ctimas son ellos mismos.

 En el �ltimo n�mero de la revista Nossa Hist�ria, el prof. Luis Felipe da Silva Neves declara que el trabajo del Mariscal Mascarenhas de Moraes al mando de la FEB en la II Guerra Mundial �dej� mucho que desear para cualquiera que posea un conocimiento m�nimo de historia militar�. La afirmaci�n atestigua que, de hecho, el prof. Silva Neves posee ese conocimiento en dosis m�nima. Entiende tanto de historia militar como yo de producci�n de ruise�ores. El general Geraldo Luiz Nery da Silva, coordinador del proyecto de Historia Oral del Ej�rcito, ya le ha contestado en una carta a la revista:

 �Hay decenas de fuentes primarias valiosas que muestran el error de pu�o en el que incurre el prof. Luis Felipe en sus comentarios sobre la figura de Mascarenhas de Moraes. Como Coordinador y Entrevistador del Proyecto de Historia Oral del Ej�rcito en la Segunda Guerra Mundial, escuch�, personalmente, en Rio de Janeiro y en Minas Gerais, a m�s de cien colaboradores, civiles y militares, entre los 180 ex-combatientes entrevistados en todo Brasil, sin que hubiera en ninguna entrevista referencia negativa alguna, por menor que fuese, al comandante de la FEB y de la Primera Divisi�n de Infanter�a Expedicionaria�.

 Si el comandante de la FEB fuese tan inepto como dice la revista, al menos dos o tres de esos 180 soldados deb�an haberse percatado antes que el prof. Silva Neves. Pero el testimonio de todos ellos concuerda en g�nero, n�mero y caso con el del general Carlos de Meira Matos, que asesor� al Mariscal durante toda la Campa�a de Italia, como miembro de su Estado-Mayor, y que testifica �su capacidad de mando y su extraordinaria dignidad�. �ste testimonio coincide a su vez con el de dos comandantes operativos a los que entonces Mascarenhas estaba sometido, los generales Clark, Truscott y Crittenberger. Hombre, si un jefe militar es aprobado por sus s�bditos, por sus comandantes y por su Estado-Mayor, �a qui�n m�s tendr�a que rendir cuentas de su trabajo? �A los iluminados acad�micos? Es m�s, �c�mo podr�a haber sido mejor ese trabajo? Mascarenhas obtuvo en el campo de batalla lo m�ximo que un comandante puede alcanzar: la victoria. Y la victoria en condiciones precar�simas, en las que millones de Silvas Neves no habr�an hecho m�s que llorar y llamar a su mam�.