Lavado de noticias

Olavo de Carvalho

Folha de S.Paulo, 18 de abril de 2005

 

 El pasado d�a 31, los peri�dicos brasile�os exprimieron en textos de diez cent�metros una de las noticias m�s importantes de este siglo y del anterior: algunos documentos de la extinta Alemania Oriental confirmaban que el atentado contra Juan Pablo II, ocurrido el 13 de mayo de 1981 en la plaza de San Pedro, hab�a sido planeado por el gobierno sovi�tico y realizado a trav�s del servicio secreto b�lgaro. La TV omiti� la noticia por completo. Cuarenta y ocho horas despu�s, la menci�n discret�sima de los tiros que da�aron la salud del Papa ya estaba olvidada � y como si no tuviese nada que ver con su muerte �, ya no ha vuelto a aparecer en los noticiarios.

 

En medio de tantos insultos lanzados contra la memoria del fallecido pont�fice, los pa�os calientes extendidos sobre la acci�n macabra de sus agresores han sido, ciertamente, lo m�s c�nico y perverso. Pero no constituyen ninguna novedad en la conducta de los grandes medios de comunicaci�n. Cuando el escritor Vladimir Bukovski, el primero investigador que examin� los Archivos de Mosc�, volvi� de all� con las pruebas de que la KGB hab�a subvencionado durante m�s de una d�cada a la prensa socialdem�crata de la Europa Occidental, incluso los peri�dicos soi disant conservadores opusieron una reticente mala voluntad a la divulgaci�n del hecho, alegando que no era bueno �reabrir antiguas heridas�. En nuestros medios de comunicaci�n nacionales, sigue siendo un tab� la confesi�n del agente checo Ladislav Bittman, de que la famosa participaci�n de la CIA en el golpe de 1964 fue un truco calumnioso inventado por el espionaje sovi�tico a trav�s de algunos documentos falsos distribuidos por determinados periodistas brasile�os que constaban entonces en la n�mina de la KGB. Etc., etc.

 Con 500 mil funcionarios y una red mundial de millones de colaboradores, la KGB fue � y es � la mayor organizaci�n burocr�tica de cualquier tipo que haya existido jam�s a lo largo de la historia humana (el paralelo con la CIA es grotesco por su desproporci�n), con recursos financieros ilimitados y funciones que van infinitamente m�s all� de las atribuciones normales de un servicio secreto, abarcando el control de miles de publicaciones, sindicatos, partidos pol�ticos, campa�as sociales y entidades culturales y religiosas de todo el mundo. Su influencia en la historia cultural del siglo XX es inconmensurable. Entre los a�os 30 y 70, no hubo pr�cticamente ning�n escritor, cineasta, artista o pensador famoso, en Europa y en los EUA, que no hubiese sido en alg�n momento cortejado o teledirigido, subsidiado o chantajeado por agentes de la KGB. Es imposible comprender la circulaci�n de ideas en el mundo en ese per�odo sin tener en cuenta la masiva inversi�n sovi�tica en el mercado occidental de las conciencias. La infinidad de creencias, s�mbolos, giros ling��sticos y tics mentales que se originaron directamente en los despachos de la KGB y que hoy est�n incorporados al vocabulario com�n, determinando reacciones y sentimientos cuyo contenido comunista ya no es reconocido como tal, ilustra la eficacia residual de la propaganda mucho tiempo despu�s de haber alcanzado sus objetivos inmediatos. En el manejo de esos efectos a largo plazo estriba una de las armas m�s eficaces del Partido Comunista, que, con diversos nombres, es el �nico organismo pol�tico con cierta continuidad de mando y unidad estrat�gica que subsiste a escala mundial desde el siglo XIX hasta hoy. 

La extinci�n oficial del imperio sovi�tico no ha disminuido en nada el poder de la KGB; solo la ha rebautizado por en�sima vez. Las menciones frecuentes de los medios de comunicaci�n occidentales a la �mafia rusa� s�lo sirven para ocultar dos hechos que los estudiosos del asunto conocen perfectamente bien:

 (1) La mafia rusa es el propio gobierno ruso y no otra cosa, y el gobierno ruso es la KGB y nada m�s.

 (2) Desde el comienzo de la d�cada de los 90 ya no hay mafias nacionales en lucha sangrienta entre s�, sino un apacible reparto del trabajo entre las organizaciones criminales de todos los pa�ses, una aut�ntica pax mafiosa que, por medio del narcotr�fico, del contrabando de armas, de la industria de los secuestros etc., ha producido un poder econ�mico mundial sin similares o rivales imaginables. Como mostr� la reportera Claire Sterling en su libro Thieves' World (�El mundo de los ladrones�), New York, Simon & Schuster, 1994, la constituci�n de ese Imperio del Crimen se produjo bajo el mando de la �mafia rusa�, que sigue dirigiendo el espect�culo. Mucho antes de eso, la KGB ya ten�a una participaci�n intensa en el narcotr�fico, previendo la posibilidad de usarlo un d�a como fuente alternativa de financiaci�n de los movimientos revolucionarios locales, como de hecho as� ha sucedido (v. Joseph D. Douglass, Red Cocaine. The Drugging of America and the West, London, Harle, 1999).

 El lector no tiene que extra�arse de la alusi�n a algunas organizaciones religiosas. En los EUA, el Consejo Nacional de las Iglesias, como es bien sabido, es una entidad pro-comunista (v. Gregg Singer, The Unholy Alliance, Arlington House Books, 1975), y lo mismo hay que decir de sus equivalentes en otros pa�ses. La penetraci�n de la KGB en los altos c�rculos de la Iglesia Cat�lica y su influencia decisiva en el rumbo tomado por el Concilio Vaticano II son hoy bien conocidas (v. Ricardo de la Cierva, Las Puertas del Infierno y La Hoz y la Cruz , ambos de la Editorial F�nix, de Barcelona). Y Mehmet Al� Agca, el asesino contratado por los sovi�ticos para matar al Papa, s�lo dijo algo obvio cuando declar� que no podr�a haber actuado sin la ayuda de algunos miembros de la jerarqu�a eclesi�stica. No por casualidad, las m�s estramb�ticas �teor�as de la conspiraci�n� literarias o cinematogr�ficas, que involucran en esa iniciativa asesina hasta a la CIA, obtienen en los medios de comunicaci�n m�s espacio y un trato m�s respetuoso que los documentos oficiales que presentan la prueba de la autor�a de ese crimen.

 As� como existe el lavado de dinero, existe tambi�n el lavado de noticias. �sa ha sido la principal actividad de los medios de comunicaci�n occidentales elegantes en las �ltimas d�cadas. Si no hubiese otras fuentes de informaci�n, todo el mundo ya habr�a sido persuadido de que el comunismo nunca existi�, y estar�a listo para volver a aceptarlo como una utop�a de futuro, con otro nombre cualquiera.