La salvaci�n por el caos

Olavo de Carvalho

O Globo, 16 de abril de 2005

 Los medios de comunicaci�n que, en los descansos de su funci�n de difusores de las nuevas modas l�dicas, er�ticas e ideol�gicas, acumulan el encargo de ser la suprema autoridad nacional en materia de derecho can�nico y de moral religiosa, han sido casi un�nimes en criticar a Mons. Eus�bio Scheid por haber llamado al Sr. Lula ca�tico en vez de cat�lico. 

Es muy saludable que unos sujetos veraces, fiables y espiritualmente bien formados como los ocultadores profesionales del �Foro de S�o Paulo� llamen al orden al culpable por una irreverencia tan fuera de lugar hacia un gobernante que, seg�n la sabidur�a incontestable de Mons. Mauro Morelli, citado aqu� hace unos d�as, es igual o mejor que Jesucristo. Con iniciativas como �sa la clase period�stica contribuye al restablecimiento del sentido jer�rquico de los valores morales de la sociedad �waldom�rica�. 

De hecho, ni Mons. Eus�bio, ni este columnista, ni el pueblo entero tiene derecho a preguntar si el Sr. Presidente padece alg�n desorden espiritual. Es una obligaci�n de todos dejarse llevar por donde �l les gu�e, sin pensar si a su vez es guiado por el orden divino o por el caos demon�aco. �Qui�n es un simple arzobispo para opinar sobre tan altos secretos de Estado? �Qu� presunci�n! �Qu� desorden! �Que falta de humildad! Si no tuvi�semos santos periodistas para defendernos de la tentaci�n, hasta nosotros, simples electores y fieles, nos atrever�amos a discutir la infalibilidad de la br�jula teol�gica presidencial.

Por desgracia, el propio Sr. presidente se ha encargado de frustrar el intento de sus defensores, haciendo dos declaraciones que sugieren la realidad del estado de descomposici�n mental diagnosticado en �l por Mons. Eus�bio. 

La primera fue la respuesta que le dio al arzobispo: �No necesito mostrar mi fe en p�blico. Todo el mundo sabe que soy cat�lico.� La declaraci�n es tan absurda que paraliza la inteligencia del p�blico, haci�ndola insensible ante la enormidad que acaba de o�r. �Qui�n, mal rayo me parta, testifica la fe genuina del Sr. Presidente: su conciencia solitaria de fiel incomprendido o �todo el mundo�? �C�mo puede la relaci�n �ntima de un hombre con Dios prescindir altivamente del testimonio del p�blico, si recurre precisamente a ese testimonio para probar que existe? �C�mo puede una conciencia religiosa estar tan alienada de s� misma como para apoyarse en la opini�n ajena que, al mismo tiempo, afirma despreciar en nombre de su independencia interior?

La prueba suplementaria del estado de desgobierno espiritual en que se encuentra el actual presidente vino inmediatamente despu�s, cuando, tras comulgar, declar� que estaba dispensado de la confesi�n previa ya que se consideraba un �hombre sin pecado�. Eso no fue un error de gram�tica, un lapsus, una distracci�n. Fue la expresi�n franca del concepto llano, simple y directo que un individuo tiene de s� mismo. No necesita perd�n: inocente como el mismo Cristo, entra en el recinto sagrado con la cabeza erguida, preparado para recibir al Se�or � �c�mo lo dir�? � de igual a igual.

 Decir que ese hombre es ca�tico es un exceso de indulgencia. El mero caos interior no lleva a nadie a ese paroxismo de auto-adoraci�n blasfema. Teol�gicamente, la pretensi�n de ser puro como para prescindir de la absoluci�n denota el orgullo sat�nico m�s t�pico e inconfundible, y su expresi�n en voz alta configura n�tidamente el pecado contra el Esp�ritu Santo que, seg�n la doctrina cat�lica, no se perdona ni en este mundo ni en el otro. Si S. Excia. jam�s hubiese pecado hasta ese d�a, si estuviese libre de la herencia de Ad�n y si no hubiese acabado de pecar al profanar el rito de la Santa Cena, habr�a conquistado en ese instante el premio de la condenaci�n eterna por medio de esa misma declaraci�n, excepto en la hip�tesis de que estuviese comprobadamente fuera de s� y, por tanto, inmerso en un pleno caos, cuando la emiti�.

 

La situaci�n espiritual del Sr. presidente, de la que no parece tener la menor conciencia, no es pues nada envidiable, ni veo c�mo podr�a ser de otra forma trat�ndose de un disc�pulo del Sr. Fray Betto. Aqu�llos a quienes les gusta el Presidente deber�an, pues, dejar de defenderle contra la acusaci�n de ca�tico, pues en ella reposa su �nica esperanza de salvaci�n.