Cumpliendo la promesa

Olavo de Carvalho

O Globo, 26 de marzo de 2005

  Como promet� al general F�lix no volver a hablar del �propinaducto� Farc-PT, no voy a hablar ni siquiera de los cr�menes incomparablemente mayores que, seg�n todo indica, se ocultan en la relaci�n entre esas dos organizaciones, y que ya he mencionado varias veces en esta columna. S�lo voy a explicar las razones por las que, a mi entender, esos cr�menes no han sido ni ser�n jam�s investigados o castigados. Esas razones son tres:

 La primera es que parece que no tienen nada que ver con el dinero � y un r�pido examen de los debates p�blicos basta para mostrar que, a parte del dinero, ning�n otro valor, o su p�rdida, mueve los corazones de los brasile�os de hoy en d�a. Comp�rese, por ejemplo, la resignada conformidad general ante la media r�cord de 50 mil homicidios por a�o con la oleada de indignaci�n furibunda contra el aumento de salario autoconcedido por los parlamentarios. Comp�rese la blandura paternal del trato dado por nuestra clase parlante a Fernandinho Beira-Mar, o a los secuestradores de Ab�lio Diniz y Washington Olivetto, con el tono encolerizado de los pronunciamientos contra Collor, los Enanos de los Presupuestos, el juez Lalau o el banquero Cacciola. No hay duda: para la moral brasile�a, matar o secuestrar es infinitamente menos condenable que meter mano a �nuestro dinero�. Por eso mismo los grandes medios de comunicaci�n han permanecido indiferentes durante muchos a�os a la amistad PT-Farc, incluso conociendo las fechor�as sangrientas de la narcoguerrilla colombiana, y s�lo han roto en parte su silencio cuando han o�do hablar de cinco millones de d�lares. 

Segunda: la investigaci�n de esos cr�menes requerir�a el examen de las actas del �Foro de S�o Paulo�, y ni los medios de comunicaci�n, ni el Parlamento, ni la Justicia pueden tocar en ese asunto sin confesar su proprio delito de omisi�n, que han practicado con plena tranquilidad de conciencia durante quince a�os, induciendo a la poblaci�n a creer, primero, que el �Foro� ni siquiera exist�a y, luego, que no era m�s que un centro de debates sin ning�n alcance pr�ctico � como si una entidad tan inocua pudiese emitir resoluciones firmadas por todos los participantes, apoyar a Lula en las elecciones brasile�as o condenar al gobierno de Colombia como terrorista por insistir en combatir a la narcoguerrilla. Nadie, despu�s de evadirse de sus obligaciones durante tanto tiempo, puede asumirlas de la noche a la ma�ana sin admitir su culpabilidad. La apuesta que todos hicieron por la honradez insigne del PT fue demasiado alta y persistente. Ahora, s�lo queda seguir faroleando indefinidamente.

 Tercera: a estas alturas, despu�s de la experiencia adquirida con los casos Lubeca, Waldomiro, Celso Daniel y ahora Farc, ya tendr�a que estar claro para todos que ninguna instituci�n, en este pa�s, tiene la independencia y la autoridad necesarias para investigar al PT, mucho menos para castigarle.

 Ante los reiterados descalabros, los partidos de la oposici�n, los medios de comunicaci�n, la Justicia, la Fiscal�a Federal, todos juntos, a duras penas tienen fuerza para lloriquear, casi pidiendo disculpas por profanar el espacio sagrado de la moralidad petista. En la mejor de las hip�tesis, el �mpetu acusador arrecia ante la firmeza del acusado y se da por plenamente satisfecho, si no por grato y conmovido, con su consentimiento imperial de investigarse a s� mismo.

 Las sospechas � que incluyen hasta asesinatos y la complicidad pol�tica con secuestradores y narcotraficantes � pueden volar por todas partes. No pueden aterrizar en tierra firme, cristalizarse en denuncias formales, investigaciones y sentencias judiciales. Se puede, al menos por ahora, hablar mal, pero s�lo para no tener que actuar contra el mal.

El PT no es, de hecho, un �Estado dentro del Estado�, como le gustaba denominar, en los tiempos en que le conven�a el �denuncismo�, a cualquier tejemaneje insignificante de unos diputados �vidos de propinas. Es un �Estado por encima del Estado�, inmune a la Constituci�n y a las leyes, no obligado por las promesas de la campa�a, fiel solamente a las alianzas firmadas en el marco del �Foro de S�o Paulo�. Y no hay nada de extra�o en eso, pues es as� mismo, seg�n Antonio Gramsci, como tiene que ser un partido capaz de conducir la transici�n indolora hacia el socialismo. El partido entra en el sistema para chupar sus energ�as, neutralizarlo y erigirse �l mismo en el sistema sin que nadie note que algo anormal est� pasando.