Mundo paralelo
Olavo de Carvalho
O Globo, 5 de marzo de 2004
En un art�culo reciente, Alexandre Soares Silva, simp�tico y talentoso �bloguista� de S�o Paulo, comete el desatino de hacerme los m�s encendidos elogios, pero, en las l�neas finales, recupera el sentido com�n y critica con acritud mi insistencia en hablar del �Foro de S�o Paulo�.
Buena parte de las alabanzas que recibo son as�. Me ponen un diez en portugu�s y matem�ticas, pero insin�an que me han puesto cinco en conducta s�lo por indulgencia paternal, ya que en verdad merecer�a un cero.
El criterio subyacente es, de por s�, un retrato del estado de cosas.
Por descontado que la reprimenda a mi tozudez individual de tocar en ese asunto prohibido va desacompa�ada de cualquier referencia a la obstinaci�n general en omitirlo. El precepto sobreentendido es que esta �ltima es normal y saludable, aqu�lla un vicio imperdonable.
Considerando que el mencionado asunto es la mayor organizaci�n pol�tica de Am�rica Latina y que esa organizaci�n tiene una estrategia continental en avanzado estado de implantaci�n en varios pa�ses, sin cuya referencia es imposible comprender lo que sucede en ellos, la conclusi�n impl�cita del citado juicio es que la misi�n del comentario pol�tico no es analizar la realidad, sino variar semanalmente la elecci�n de sus temas para mantener a los lectores en un agradable estado de fruici�n l�dica, como hacen los cronistas gastron�micos.
El hecho de que, en la pr�ctica, los cronistas gastron�micos produzcan sermones contra George W. Bush con frecuencia incomparablemente mayor que la de mis modestas anotaciones sobre el �Foro de S�o Paulo� no modifica en nada ese juicio, porque hablar mal de George W. Bush es un h�bito que ya se ha incorporado al modelo brasile�o de cordura. Nadie se convierte en objeto de sospechas psiqui�tricas ni cuando supone que acabar con una dictadura sangrienta es lo mismo que implantarla, que ponerles bragas a los enemigos es un crimen tan hediondo como cortar sus cabezas, que implantar a la fuerza elecciones libres es m�s odioso que prohibirlas, como viene haciendo China en el T�bet desde hace medio siglo.
La tranquilidad con que ese criterio es obedecido demuestra la fuerza que tienen los medios de comunicaci�n no s�lo para crear un mundo paralelo, sino para hacerlo obligatorio y normativo, condenando como loco y radical a todo aquel que insista en continuar mirando hacia el mundo originario en el que todos hemos nacido y vivimos.
Ese hecho ilustra la tesis de Guy Debord sobre los medios de comunicaci�n-espect�culo, pero, significativamente, invirtiendo su sentido ideol�gico: la substituci�n de los hechos por las im�genes de fantas�a no se hace en beneficio de la acumulaci�n capitalista, sino de una elite socialista m�s poderosa de lo que nunca pens� ser ning�n capitalista. En la misma medida, la falsificaci�n, sirviendo a objetivos m�s vastos y ambiciosos que el simple lucro, deja de ser aislada, ocasional y t�mida: se vuelve agresiva, prepotente y dogm�tica, imponi�ndose con uniformidad en todos los canales de comunicaci�n y reduciendo toda posible objeci�n al status de �aberraci�n individual�, exactamente como fue planeado -- con ese t�rmino -- por Antonio Gramsci. Los cr�ticos de los medios de comunicaci�n-espect�culo capitalistas obten�an c�tedras universitarias y aplausos generales; los de la socialista, una cama en el manicomio, amenazas de muerte y, en la m�s amable de las hip�tesis, alabanzas atenuadas por tirones de orejas. La mentira es proclamada con tanta fe, la verdad negada con tanta vehemencia, que el nuevo patr�n de la realidad se impone incluso en los que, supuestamente, rechazan el objetivo pol�tico que entra�a. En ese patr�n, la sonrisa de la sociedad produce el crimen de hacer al �Foro de S�o Paulo� m�s invisible a�n.
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Al no haber un movimiento liberal-conservador con convicciones definidas, cualquier oportunista ideol�gicamente inocuo puede ser convocado a personificar la �derecha� ad hoc, proporcionando a la izquierda el espantajo f�cilmente abominable que necesita para mantener a los ni�os en un estado de sacrosanto horror a un capitalismo que no conocen y que s�lo se imaginan por la fealdad de ese mu�eco de paja. El siguiente paso de la alucinaci�n es que el mu�eco de paja cobre vida propia e intente atraerse el prestigio del izquierdismo, gritando que los derechistas son los dem�s. �sa es la vida y obra del senador Jefferson Peres.