Obstinados en el error

Olavo de Carvalho

O Globo, 12 de febrero de 2005

 

 

El realismo de un an�lisis pol�tico se mide por su eficacia en prever el curso de los acontecimientos. Valorar mediante ese criterio mi trabajo de m�s de una d�cada y compararlo con el de mis contrincantes period�sticos o acad�micos podr�a llenarme de orgullo profesional, si no fuese porque m�s bien me infunde el temor de descubrir, por las miradas de fuego circundantes, que he sido lo bastante loco como para decir la verdad a quien no la deseaba.

 

En 1993, mi libro La Nueva Era y la Revoluci�n Cultural anunciaba, en contra de la leyenda de la muerte del comunismo, la inminente reducci�n de la pol�tica nacional a la disputa de poder entre partidos izquierdistas, as� como el auge irrefrenable de la delincuencia ante la pasividad complaciente de unas autoridades intoxicadas de afecto marcusiano al lumpenproletariado.

 

En mi libro de 1996, El Imb�cil Colectivo, la destrucci�n de la cultura superior, que ahora todos constatan como si fuese la mayor novedad, ya era estudiada y diagnosticada desde las corrientes profundas que la preparaban.

 

La desactivaci�n o subyugaci�n de los orgullosos l�deres regionales que parec�an obst�culos infranqueables para el crecimiento del izquierdismo fue repetidamente prevista en esta columna, en contra de las risas escarnecedoras de los sabihondos.

 

Con meses de anticipaci�n, la victoria petista de 2002, que tantos consideraban remota e inveros�mil, fue proclamada, aqu� y en los cursos y conferencias que he dado en Brasil, no s�lo como segura, sino como inevitable.

 

La farsa del Plan Colombia, contra el que la izquierda s�lo gritaba para camuflar su condici�n de �nica beneficiaria de dicha iniciativa, fue aqu� desenmascarada mucho antes de que fuesen patentes sus efectos ineludibles: el ascenso de las FARC al control del narcotr�fico en Colombia y su consolidaci�n como m�xima fuerza armada latinoamericana. Prev� todo eso en una �poca en que los desinformadores de turno prefer�an alertar contra los �paramilitares de derecha�, ya entonces en plena agon�a.

 

Cuando todos dec�an que el caso Waldomiro corr�a el peligro de acarrear la dimisi�n del ministro Dirceu, avis� que hasta el propio Waldomiro saldr�a ileso.

 

Contra la opini�n de los bien-pensantes, anunci� anticipadamente el fracaso del plan �Hambre cero�, el crecimiento exponencial de la corrupci�n bajo los auspicios del �partido �tico�, el nacimiento de una facci�n izquierdista anti-Lula y la r�pida remisi�n de la oleada de Comisiones Parlamentarias de Investigaci�n en cuanto dejasen de ser �tiles para la izquierda. Siempre bajo toneladas de escarnio feroz, hice m�o el pron�stico de Constantine C. Menges relativo a la formaci�n del eje Lula-Castro-Chavez. Etc. etc. etc.

 

Lo asombroso no es que yo haya acertado en todo eso - acertar era f�cil -, sino �por qu� se equivocaron los dem�s? Se equivocaron porque insistieron en basar sus diagn�sticos en informaciones de segunda mano o en conjeturas economicistas pedantes, en vez de cumplir su obligaci�n (la primera en cualquier investigaci�n period�stica o historiogr�fica) de ir directamente a las fuentes originales, a las actas y resoluciones del �Foro de S�o Paulo�, que documentaban la formaci�n de una amplia estrategia comunista de dominio continental, tan amplia en su objetivo y tan astuta en su preparaci�n que ninguna fuerza pol�tica existente pod�a resistir.

 

Diez a�os de previsiones equivocadas es tiempo m�s que suficiente como para que los profesionales honestos se den cuenta de su error. Pero incluso ahora, cuando el estado de cosas ya es reconocido hasta por los medios de comunicaci�n norteamericanos progres, a los que tanto idolatran, las lumbreras del periodismo nacional contin�an firmes en la negaci�n de lo obvio y cada vez m�s furibundos contra todo aquel que insista en hacerlo ver.

 

Incluso cuando la agresividad izquierdista se quita la careta y anuncia su intenci�n de controlarlo todo y a todos, los creyentes del �Lula ha cambiado� tratan todav�a, y no sin �xito, de convencer al p�blico de que no hay ninguna articulaci�n continental, de que el bombardeo de nuevos ataques a la propiedad e a la libertad no es m�s que un curioso abanico de coincidencias fortuitas, de que la soluci�n es doblar la apuesta en Lula con la esperanza de que �contendr� a los radicales�, como si no estuviera hermanado con ellos en el compromiso del �Foro de S�o Paulo�, como si unas intrigas de familia pudiesen abortar el plan m�s ambicioso jam�s creado por la izquierda internacional desde los tiempos de Stalin.