La cultura del morro
Olavo de Carvalho
Zero Hora, 23 de enero de 2005
En Brasil, cuando uno entabla una discusi�n franca y prueba su punto de vista honestamente, con hechos y l�gica, el resultado es invariable: la parte derrotada le llama intolerante. Tolerancia, seg�n el modo de entender de este pueblo, no es abdicar de la fuerza en aras de la raz�n. Es abdicar de la raz�n para no herir el apego sentimental que el interlocutor tiene a unas opiniones indefendibles. Pues bien, con toda evidencia, el amor a las propias opiniones, el rechazo a someterlas a la prueba de la l�gica, es la definici�n misma de la intolerancia. Lo que los brasile�os llaman tolerancia es la intolerancia impuesta mediante el chantaje emocional que pone el morro cuando es contrariada con argumentos. Lo �nico que la distingue de la intolerancia totalitaria son los medios que usa. Entre el morro y la guillotina, la diferencia es de grado, no de substancia. Tanto es as� que del morro se pasa, con la mayor facilidad, a los insultos y a las amenazas de muerte � muerte al �intolerante�.
Las opiniones, en este pa�s, no son hip�tesis concebidas para intentar describir la realidad. Son s�mbolos de una personalidad ideal, pr�tesis ps�quicas en las que se refugian las identidades personales vacilantes. Son amuletos. Desactivar uno de ellos mediante el an�lisis racional no es cambiar una visi�n burda de la realidad por una visi�n m�s delicada: es deshacer un encantamiento protector, es poner a un alma en peligro, demoliendo sus pilares de cart�n. Es, m�s que un insulto, una agresi�n, un crimen. La respuesta al crimen es la violencia leg�tima: ya ha habido quien ha propuesto, en nombre de la tolerancia, cortar mis manos, para que no pueda escribir, y mi lengua, para que no pueda hablar. Y se jactaba de eso con la conciencia limpia de quien, acosado por un peligro inminente, act�a en defensa propia.
Circulan por internet innumerables mensajes, y no de braceros semi-analfabetos, sino de estudiantes y profesores, que, al leer mis art�culos, se preguntan aterrorizados: ��Qu� haremos si un d�a llega al poder?� Creen p�amente que no soy un simple ciudadano privado, un estudioso sin v�nculos pol�ticos dedicado a analizar y comprender los hechos: soy un elemento � un �cuadro�, como se dec�a en el viejo Partido � de un vasto esquema golpista, fuertemente subvencionado por grandes empresas, quiz� con alguna implicaci�n directa de la CIA y del Mossad, empe�ado en restablecer el r�gimen militar o m�s probablemente una teocracia medieval, tan propicia, como se sabe, al capitalismo moderno y m�s a�n a los jud�os. Dicho eso, me acusan de propagar teor�as conspiratorias. Se re�nen a cientos para discutir los medios de retirarme de la circulaci�n y se regocijan con el beneficio que aportar�an as� a la democracia y a la libertad de pensamiento. Lo hacen con la mayor seriedad. Luego vierten sobre mi persona densas capas de vituperios � canalla, gusano, fascista, cerdo, sinverg�enza � y, con id�ntica convicci�n subjetiva, aseguran que eso no implica ninguna hostilidad, sino tan s�lo una cr�tica serena a mis ideas.
�Estar� exagerando al ver en esa muestra un signo del estado de enervamiento psic�tico y de inconsciencia febril en que se encuentran las clases alfabetizadas de este pa�s, despu�s de haber sido nutridas durante d�cadas con el pienso de la m�s pura paranoia comunista, tercermundista y antiamericana?
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Tal vez sea cierto que hemos heredado de los portugueses esa propensi�n que les atribuy� el conde Keyserling a intentar conciliar lo inconciliable y por eso mismo, evidentemente, a estrellarse una y otra vez. Lula se considera preparado para actuar como mediador entre Ch�vez y Uribe porque est� persuadido de que es ambos al mismo tiempo. No carece de raz�n. Su partido es leal a las Farc y su pol�tica econ�mica es leal a los EUA. Su gobierno se alimenta del agro-negocio y lo declara su principal enemigo. Hincha las empresas con subvenciones y las deshincha por medio del fisco. Escupe a las Fuerzas Armadas e intenta seducirlas para la estrategia continental de la izquierda. Tambi�n Get�lio Vargas, como observ� Jos� Ortega y Gasset, hac�a pol�tica de izquierdas con la mano derecha y de derechas con la mano izquierda. Acab�, muy coherentemente, usando su mano derecha para pegarse un tiro en el lado izquierdo del pecho.