La droga es cultura
Olavo de Carvalho
O Globo, 1 de enero de 2004
�C�mo se explica que algunos ministros se rebajen a pedir permiso a unos narcotraficantes para entrar en su territorio? Ese acontecimiento indica, de entrada, que el Estado brasile�o reconoce los l�mites impuestos a su jurisdicci�n por la "diversidad cultural". Desde hace tiempo predomina entre los izquierdistas la convicci�n de que la droga es cultura y de que no se puede imponer a la poblaci�n educada en esa cultura los patrones del resto de la sociedad. Los Srs. ministros parecen haber sido afectados profundamente por esa creencia. Los reyes de la droga, desde esa perspectiva, se convierten en l�deres tribales y gozan de unas prerrogativas similares a la de los caciques ind�genas, entre ellas la soberan�a territorial. Los representantes del Estado, al entrar en la reserva, ya no son autoridades: son unos meros visitantes extranjeros que tienen que acatar las normas locales.
En segundo lugar, los narcotraficantes brasile�os est�n, directa o indirectamente, bajo la orientaci�n de las FARC, y las FARC - la m�s rica y poderosa entidad participante en el �Foro de S�o Paulo� - ocupan en la jerarqu�a de la izquierda continental una posici�n m�s alta que la de nuestro partido gobernante. �ste no s�lo se niega a reconocerlas como una entidad criminal, sino que, en una resoluci�n del Foro firmada por el Sr. Lu�s In�cio Lula da Silva pocos meses antes de ser elegido presidente, se comprometi� a defenderlas del verdadero criminal, el gobierno de Colombia, al que dicho documento acusa de practicar "terrorismo de Estado" contra los socios comerciales del Sr. Fernandinho Beira-Mar.
La soberan�a de los narcotraficantes - en el Complexo da Mar� o donde se les ocurra instalarse en este vasto Brasil -, legitimada por un simulacro de antropolog�a cultural, cimentada en un pacto pol�tico macabro, refrendada por la deferencia servil de dos ministros, puede pues considerarse definitivamente integrada en el organigrama de las instituciones nacionales, al lado del Parlamento, de las Fuerzas Armadas y de la Presidencia de la Rep�blica.
Lo digo sin la m�s m�nima intenci�n sat�rica. Ciertas situaciones, dec�a Karl Kraus, trascienden la posibilidad de satirizarlas.
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Desde el punto de vista del derecho a la vida, la diferencia entre la �poca de los militares y los d�as de hoy es simple y evidente: en aquella �poca hab�a tranquilidad para la mayor�a de los brasile�os, pero no para la peque�a elite izquierdista que ten�a buenas razones para sentirse amenazada. Hoy, esa elite - diez mil personas a lo sumo - disfruta de todas las garant�as de paz y seguridad que la prosperidad a la sombra del gobierno puede ofrecer, mientras que los dem�s brasile�os viven expuestos al terror cotidiano en manos de los narcotraficantes, asaltantes, homicidas y secuestradores.
Hemos pasado de una relativa igualdad capitalista a la cruel y c�nica desigualdad socialista. Arriba la nomenklatura, arrogante, prepotente, omnisciente, segura de s� misma, viviendo a costa del Estado, con la protecci�n de guardias armados. Abajo el pueblo, sin medios de defensa, a merced de los caprichos de unos delincuentes sanguinarios.
Tan ego�sta y desvergonzada es esa elite, que llora m�s - y gasta m�s dinero p�blico - por sus trescientos antiguos compa�eros, terroristas muertos por la represi�n militar, que por los cincuenta mil civiles desarmados que anualmente son asesinados por los bandidos en este pa�s.
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Como no puedo malgastar el espacio de esta columna en discusiones con ignorantes, ni apelar semanalmente al derecho de r�plica, he puesto en mi homepage, www.olavodecarvalho.org, las respuestas a los Drs. H�lio Saboya Filho y Ari Roithman. Lo que esos se�ores dicen sobre m� no es m�s que dos modestos cagarros que vienen a aumentar, sin modificarlo substancialmente, el monumental estercolero de hate-mails, insultos groseros, insinuaciones calumniosas, gracejos torpes, amenazas de muerte y otros productos de la sordidez humana que todos los d�as se propagan por el pa�s desde diversos conductos ent�rico-cerebrales, con intensidad creciente, incluyendo intrigas contra mi familia y mensajes de contenido racista falsamente atribuidos a mi autor�a. Nunca un esfuerzo colectivo de character assassination ha sido m�s evidente, m�s brutal ni m�s mezquino. No obstante, Feliz A�o Nuevo a todos.