Volviendo a la causa primera

Olavo de Carvalho

Folha de S�o.Paulo, 25 de diciembre de 2004

 

 

Por irritante que sea para sus antiguos correligionarios evolucionistas y ateos, la "conversi�n" del fil�sofo Anthony Flew al dios de Arist�teles (conversi�n entre comillas, porque ese dios es un concepto metaf�sico y no un objeto de culto) s�lo muestra dos cosas. La primera es el h�bito consagrado, casi un derecho adquirido entre los materialistas modernos, de opinar sobre cuestiones de metaf�sica sin el necesario conocimiento de la filosof�a cl�sica y medieval. Basta que alguno de ellos haga un intento serio de estudiar el asunto, y sus convicciones empiezan a perder terreno. Ni el viejo determinismo de Darwin ni la m�s reciente moda del azar omnipotente son compatibles con una inteligencia filos�ficamente madura. Son posturas de adolescente, incapaces de resistir un an�lisis cr�tico.

 

La segunda cosa que evidencia el episodio es la absoluta imposibilidad de plantear el problema de la causa primera en t�rminos de "ciencia versus fe", t�pico imb�cil basado en el desconocimiento radical de toda la tradici�n filos�fica. La fe no tiene nada que ver con la cuesti�n, y los materialistas s�lo la insertan en el debate para poner en escena en el teatro infantil de la incultura contempor�nea una lucha de fantoches entre el peque�o h�roe iluminista y el drag�n del oscurantismo ancestral. Anthony Flew no se ha convertido. S�lo ha aceptado bajarse del pedestal de la presuntuosa ignorancia colectiva y confrontar la idolatr�a del azar con dos milenios de discusi�n filos�fica. Ha hecho lo que Richard Dawkins no tiene ni la honradez ni la capacidad de hacer. El resultado todav�a es pobre - Flew s�lo ha reconocido la necesidad gen�rica de una causa primera -, pero ya est� infinitamente por encima de esa pat�tica metaf�sica de "nerd" que tantos admiran en Dawkins.

 

Todo intento de probar que la vida se form� por azar, en el momento en que ciertos factores se combinaron en las proporciones adecuadas para producirla, sin que ninguna causa inteligente les indujese a ello, est� condenada desde su ra�z. Cuanto m�s lo afirman, m�s proclaman, sin percibirlo o sin admitir que lo perciben, que el compuesto s�lo adquiri� fuerza generadora de vida gracias, precisamente, a las proporciones, a la raz�n matem�tica entre sus elementos; y que esa proporci�n, si tuvo el don de producir ese efecto en el preciso instante en que los elementos se encontraron - incluso admitiendo que se encontraron fortuitamente -, ya lo pose�a desde mucho antes de ese instante, ya lo pose�a desde toda la eternidad. Y basta saber lo que significa raz�n o proporci�n - "ratio", "proportio", "eidos", "logos" - para entender que ninguna proporci�n es suficiente sola y aisladamente, fuera del orden matem�tico integral entre todos los elementos posibles.

 

Si una determinada combinaci�n de elementos puede generar determinado efecto, es porque el sistema entero de las relaciones y proporciones matem�ticas que moldeaban y determinaban esa posibilidad preexist�a eternamente a su manifestaci�n. En el principio era el "logos", y no hay nada que el recurso al azar pueda hacer contra eso.

 

Lo mismo se aplica al origen del cosmos en su totalidad, mucho antes de la aparici�n de la "vida". El m�s �nfimo fen�meno a escala subat�mica aparece ya como realizaci�n de una proporci�n matem�tica que lo antecede en el orden del tiempo y lo transciende en el orden ontol�gico. La Biblia lo expone de la forma m�s sencilla, al decir que el esp�ritu de Dios aleteaba sobre las aguas. El orden de las posibilidades definidas, o forma interna de la omnipotencia, prevalece sobre el desorden de las posibilidades indefinidas, que s�lo pueden manifestarse, precisamente, al salir de lo indefinido a lo definido, o, en el lenguaje b�blico, de las tinieblas a la luz. La estructura interna del primer acontecimiento c�smico, sea el que sea, es siempre la manifestaci�n de una forma o proporci�n que, como tal, es supratemporal e independiente de cualquier acontecimiento.

 

Si la causa eficiente que provoc� ese cambio y determin� el comienzo del proceso c�smico actu�, a su vez, fortuitamente o seg�n un orden, es una cuesti�n que est� ya respondida en su propia formulaci�n, puesto que la noci�n misma de una conexi�n de causa y efecto s�lo puede ser concebida como forma l�gica definida, por tanto, como expresi�n del orden. Aunque quisi�ramos imaginar esa causa como puramente fortuita, la forma interna del nexo causal "in genere" tiene que haber preexistido a ella desde siempre, y no puede ser concebida como fortuita, ya que es precisamente lo contrario de todo eso.

 

Para afirmar que no fue as�, har�a falta demostrar que todas las formas y proporciones son ca�ticas e indiferentes, es decir, que el orden l�gico-matem�tico no existe en absoluto, ni en el cosmos manifestado, ni como mera estructura de la posibilidad en general. Sin embargo, despu�s de eso, ser�a grotesco recurrir a instrumentos l�gico-matem�ticos para probar cualquier cosa. Incluso para probar el imperio del azar.

 

Todo eso es archi-evidente, y negarlo es eliminar toda posibilidad de conocimiento cient�fico, incluso puramente instrumental y convencional.