�Qu� falta?
Olavo de Carvalho
O Globo, 18 de diciembre de 2004
Despu�s de que la �estrategia de las tijeras� elimin� toda posibilidad de oposici�n aut�ntica; despu�s de que el Supremo Tribunal Federal, transformado en brazo del Ejecutivo, acab� con la autonom�a del Judicial y con los derechos adquiridos; despu�s de que repetidas campa�as de difamaci�n pusieron a las Fuerzas Armadas de rodillas ante una elite de terroristas y agentes cubanos soi disant jubilados; despu�s de que los peri�dicos y las TVs se convirtieron en una gigantesca m�quina de autobombo comunista y de propaganda antiamericana enga�osa; despu�s de que el debate pol�tico fue substituido, sin traumas ni protestas, por las insignificantes discusiones internas de la izquierda triunfante; despu�s de que toda veleidad de anticomunismo fue eliminada de las c�tedras universitarias por una omnipresente estrategia de intimidaci�n y boicot; despu�s de que la alianza multimillonaria del gobierno con una entidad ilegal institucionaliz� la revoluci�n en el campo, criminalizando la defensa de la propiedad privada; despu�s de que el gobierno indujo a los ciudadanos honrados a desarmarse y les convenci� de que as� estar�an m�s protegidos de los criminales armados; despu�s de todo eso y de algunos cap�tulos intermedios m�s, que por falta de espacio omito detallar (la sumisi�n de la caridad p�blica al oportunismo izquierdista de la �campa�a de Betinho� merecer�a al menos una menci�n), ha sido la cosa m�s f�cil del mundo eliminar el sigilo bancario por medio de una simple decisi�n del consejo de ministros, a salvo de cualquier amenaza de debate en el Parlamento o en los medios de comunicaci�n. La pluma del Dr. Palocci, ella sola, no era m�s que un instrumento para firmar recetas m�dicas; en la c�spide de ese mont�n de realizaciones preparatorias, se ha convertido en un arma de destrucci�n masiva de derechos.
�Qu� falta para que el distinguido p�blico entienda que, en este final del 2004, estamos ya bajo una dictadura comunista? �Faltar�a la eliminaci�n literal de la propiedad privada de los medios de producci�n? �Para qu�, si el propio Karl Marx dec�a que esa guinda no pod�a ser puesta en la tarta revolucionaria de manera ostensiva y repentina, sino que deb�a ser implantada poco a poco y anest�sicamente? Exigir una prueba como �sa es cegarse voluntariamente, dando al proceso la �ltima mano de invisibilidad que necesitaba para volverse inmune a todo antagonismo. �Faltar�an la represi�n ostensiva, las prisiones pol�ticas, los campos de reeducaci�n? �Para qu�, si s�lo sirven para silenciar a grupos rebeldes organizados y �stos son totalmente inexistentes? Adem�s, �para qu�, si la delincuencia, fomentada por un apoyo sutil camuflado como mera �omisi�n�, es suficiente para infundir en la poblaci�n el terror necesario para mantenerla en un estado de pasividad inerme? �Faltar�a la censura declarada? �Para qu�, si la clase period�stica colabora ya de buen grado y lo �nico que no quiere es la oficializaci�n demasiado visible de su servilismo?
Nunca la prepotencia comunista se ha impuesto de manera tan general, avasalladora, irresistible y al mismo tiempo tan imperceptible a los ojos de la multitud. El tiempo de luchar contra ella ya ha pasado. Todos los medios de resistencia � pol�tico-partidistas, judiciales, medi�ticos � han sido dominados y neutralizados de antemano, y no hay espacio para crear otros nuevos. Cuando era tiempo de reaccionar, s�lo se dedicaron a hacerlo unos cuantos individuos aislados, sin ninguna ambici�n pol�tica o inter�s directo en juego. Los verdaderos interesados � pol�ticos, empresarios, terratenientes, comandantes de las Fuerzas Armadas � trataron de abandonarlos a su propia suerte, acomod�ndose de buen grado a la situaci�n envilecedora y deshaci�ndose en manifestaciones de servilismo a cambio de la simple promesa de unas migajas. La sonriente inconsciencia con la que este pa�s se ha rendido a sus nuevos dominadores es un episodio in�dito en la historia del mundo. �ste es el pueblo m�s cobarde, imb�cil y servil del universo. Por eso necesita tantas lisonjas: para ahogar los �ltimos gemidos de su conciencia culpable. Incapaz de levantar la cabeza, desv�a su odio y sus frustraciones, en parte hacia la pr�ctica de la violencia criminal, convirti�ndose en el campe�n mundial de homicidios, en parte hacia los rituales de auto-emasculaci�n voluntaria, como el desarme civil, convirti�ndose en el campe�n intergal�ctico de la idiotez.