Sindicato de zorros

Olavo de Carvalho
O Globo, 27 de noviembre de 2004

 

 

El nuevo best seller de Bernard Goldberg, Arrogance. Rescuing America from the Media Elite (Warner, 2004), ser� tan ignorado en Brasil como el anterior, Bias. A CBS Insider Exposes How the Media Distort the News (Regnery, 2002). Ser� tan ignorado como los m�s de cien libros que han documentado, en los �ltimos a�os, la transformaci�n de los medios de comunicaci�n americanos en una m�quina de propaganda izquierdista. Una diferencia entre los EUA y Brasil es que all� ese asunto puede ser debatido, aqu� no.

 

La denuncia de las reiteradas mentiras del New York Times, de la CBS y del beautiful people de Hollywood produjo una poderosa reacci�n popular en forma de una red de blogs y programas de radio que desenmascararon al farsante Dan Rather, pincharon el globo de Michael Moore y neutralizaron el efecto Soros en las elecciones presidenciales.

 

En Brasil, hasta los sites tipo media watch, que deber�an contrarrestar el izquierdismo de los peri�dicos y de la televisi�n, son organizaciones izquierdistas subvencionadas por organismos internacionales, ONGs millonarias y dinero p�blico de las universidades y los ministerios. No hay ni uno que escape a la regla, no hay ni uno que detente la �independencia� de la que todos ellos presumen pomposamente. Su �nica funci�n es imponer el debate interno de la izquierda como Ersatz del pluralismo, llevando la farsa hasta un punto tal en que el p�blico se acostumbre a la idea de que el excluir las opiniones antip�ticas es la condici�n natural y obvia de un debate democr�tico. Ya no es un zorro el encargado del gallinero. Es el sindicato de los zorros, organizado para que ninguna gallina escape a su vigilancia. Nunca, fuera de los pa�ses comunistas y fascistas, se ha visto una uniformidad tan s�lida. Todos los espacios han sido ocupados, todas las brechas rellenadas, todas las posibilidades de contestaci�n genu�na eliminadas o substituidas eficazmente por disputas menores entre los socios del club.

 

En EUA, Rather perdi� su empleo, la tirada de los grandes peri�dicos mengu� de forma asustadora, el New York Times se vio obligado a rectificar muchas veces. Aqu�, el autor de unas calumnias asombrosas contra las Fuerzas Armadas es colmado de premios, y los mentirosos m�s notorios son incensados como guardianes de la probidad period�stica, mientras la mera exigencia de un contraste equitativo es condenada como fanatismo de derechas y prueba fidedigna de �intolerancia�. Las palabras, en este pa�s, ya no significan nada.

 

Pero no es s�lo el debate period�stico de los EUA el que se ha vuelto inaccesible para el p�blico nacional. Ninguna opini�n que provenga de los conservadores americanos tiene aqu� el derecho de exponerse con sus propias palabras: s�lo aparece en la versi�n expurgada y deformante que interesa a los objetivos de la izquierda. El motivo es obvio: la superioridad intelectual de la derecha americana, la solidez de sus argumentos, la alta seriedad moral que la inspira tienen que ser ocultadas a toda costa para mantener la leyenda de que la cultura y la civilizaci�n han sido derrotadas por pueblerinos analfabetos. Los sabuesos locales de George Soros, de la Comunidad Europea, de la ONU y de China realizan su trabajo con una dedicaci�n admirable, si bien no todos pueden presumir de hacerlo gratis.

 

Lo que no se puede negar es que ellos mismos sufren los efectos del proceso. Inmunizados contra cualquier peligro de contestaci�n seria, no necesitan dudar de s� mismos, examinar cr�ticamente lo que escriben, atenerse a los hechos, a la l�gica y a la moral. Pueden mentir y fantasear a placer. El resultado es la atrofia completa de su sentido cr�tico, la substituci�n de su menguada inteligencia por un exceso de arrogancia insensata.

 

Un fantasma de los alrededores ha estado cacareando recientemente un estudio (una aut�ntica pifia) que culpaba a las tropas americanas de la muerte de cien mil iraqu�es. Refutado por la aritm�tica elemental, nos ha venido con la disculpa de que la gravedad del caso no era afectada por la cantidad mayor o menor de v�ctimas -- como si no hubiese sido �l el primeiro a recurrir al argumento de la cantidad.

 

�C�mo discutir con un sujeto as�? Ya ense�aba Arist�teles que es una locura debatir con gente sin principios.

 

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No dejen de leer Cuba: A Trag�dia da Utopia, de Percival Puggina (Literalis Editora, Porto Alegre, [email protected]).