Olavo de Carvalho
O Globo, 5 de noviembre de 2004
El brasile�o rico es hoy un individuo que explica la sociedad mediante la lucha de clases, odia a los EUA, jura que China es el futuro de la humanidad, vota a los candidatos del �Foro de S�o Paulo�, ayuda al MST y sue�a con que le inviten a ir a Cuba en una comitiva presidencial; pero si le decimos que todo eso tiene algo de comunista, nos lanza una mirada de desprecio desde lo alto de su superioridad infinita. A veces tiene un arrebato de piedad y nos explica paternalmente que la Guerra Fr�a se acab�, que resultar� un brillante futuro capitalista de las invasiones de tierras, del control oficial de los medios de comunicaci�n, del �Forum Social Mundial� y del adoctrinamiento anticapitalista de la juventud en los colegios. Si le preguntamos c�mo se realizar� esa magia, responde que somos fan�ticos de derechas, y vuelve a casa con el alma tranquila de quien se lo sabe todo.
Tan profunda es la impregnaci�n de los t�picos comunistas en la mente de nuestras clases altas, que ya no los perciben como tales y los entienden como opiniones equilibradas, incluso algo conservadoras. Y no ver�an con malos ojos la idea de prohibir toda contestaci�n. Est�n lejos de imaginar hasta qu� punto desprecian los comunistas a esas clases altas por dejarse conducir tan d�cilmente al cubo de la basura de la Historia.
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El nuevo libro de Paulo Mercadante tendr� seguramente el mismo destino que el anterior. A Coer�ncia das Incertezas (� Realiza��es, 2003) no mereci� por parte de nuestros medios de comunicaci�n ni la atenci�n de una nota, aunque inmediatamente despu�s de su lanzamiento fuese objeto de un congreso acad�mico en Portugal. �Pero c�mo cab�a esperar que alguien de nuestro periodismo cultural estuviese capacitado para entender un libro que pasa del gnosticismo a la f�sica cu�ntica, de los simbolismos templarios a la filosof�a de Eric Voegelin?
Das Casernas � Reda��o (UniverCidade-Topbooks, 2004) no exige tanta cabeza, pero es rechazado por otro motivo. Cuenta la historia de las generaciones de brasile�os que ten�an honra y valent�a, dos cosas que hoy d�a ofenden a la delicada sensibilidad de muchos lectores. Para �stos, no hay mayor virtud que la cobard�a ilusoriamente oportunista, la acomodaci�n a las situaciones m�s envilecedoras en la esperanza loca de salir ganando con la propia degradaci�n. Llaman madurez y realismo a esa �tica de rateros, sin percibir que los rateros, por lo general, mueren antes de madurar.
Ante eso, los personajes de Das Casernas � Reda��o se vuelven raros e impensables como ET�s. �C�mo entender hoy a un Siqueira Campos, a un Juarez T�vora, a un Irineu Marinho, a un Juracy Magalh�es, a un Cordeiro de Farias? No ten�an una ideolog�a, un sistema, una f�rmula. Ten�an un vago ideal sin traducci�n pol�tica concreta. Ten�an sentimientos morales, y en nombre de los mismos tiraban por la borda intereses, cargos, comodidades, y hasta la propia vida.
Esos sentimientos ya no est�n de moda, se han convertido en objeto de chacota, si no de esc�ndalo. Lo que de ellos pueda quedar, hasta entre los hombres de uniforme, la cultura dominante trata de eliminarlo lo m�s r�pidamente posible. Lo que hoy se espera de un militar es que sea un peque�o bur�crata cabizbajo e intimidado, que coloca las veleidades del partido gobernante por encima del Estado, de la patria, del mismo Dios. Su m�s alto deber moral es difundir mentiras contra las Fuerzas Armadas a cambio de quince minutos de aplausos de los bien-pensantes. Los h�roes militares de los nuevos tiempos son S�rgio Macaco y el Cabo Firmino.
Paulo Mercadante interrumpe su narraci�n en la era Geisel, marcada por la disoluci�n del �ideal de los tenientes�. Hace bien. No vale la pena contar los cap�tulos siguientes. Pero, si alguien los quiere escribir, tengo una sugerencia para el ep�grafe. Es de Antonio Machado:
Cu�n dif�cil es
cuando todo baja,
no bajar tambi�n.
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Contra George W. Bush se mont� la mayor campa�a mundial de difamaci�n jamas vista. Cost� r�os de dinero. S�lo la campa�a de Kerry gast� cinco veces m�s que la del adversario. �Y cu�ntos brasile�os no creen p�amente que todo eso fue una convergencia espont�nea de idealismos sublimes, una rebeli�n de los pobres y oprimidos contra el poder de los tiburones imperialistas? Renuncio a explicar lo que pasa por la cabeza de esa gente. La inconsciencia no puede ser expresada con palabras.