Olavo de Carvalho
Primeira Leitura, septiembre de 2004
Ya no es posible seguir ocult�ndolo: estamos en plena dictadura. La �nica �orden jur�dica� que subsiste en este pa�s es la voluntad del partido gobernante. Lo poquito que queda de libertad s�lo pone de manifiesto el lapso temporal inevitable entre las decisiones del gobierno y su realizaci�n pr�ctica. A�n queda un poco de aire, pero el tubo ya ha sido cortado.
Nada de esto es de extra�ar, nada de esto era imprevisible, nada de esto consiste en lo que pretenden los desinformadores de turno: la s�bita ruptura de un partido con su pasado y sus tradiciones.
El PT es totalitario desde su origen, y las concesiones eufem�sticas que hizo a la jerga democr�tica nunca fueron m�s que apa�os t�cticos exigidos por la propia estrategia gramsciana que lo orienta y cuya aplicaci�n gradual, persistente y sistem�tica es la substancia de su historia.
Cuando el Sr. Fray Betto proclam�: �Estamos en el gobierno, pero a�n no estamos en el poder�, �nicamente no le entendi� quien no quiso. �Qu� m�s puede desear un partido que gobernar su pa�s dentro del marco legal e institucional en el que fue elegido? M�s all� de ese l�mite, s�lo puede haber una aspiraci�n posible: ponerse por encima de las leyes e instituciones, reform�ndolas a su imagen y semejanza. �se ha sido siempre el objetivo del PT, ampliamente documentado en su discusiones internas, en las actas del �Foro de S�o Paulo�, en la abundante bibliograf�a de estudios gramscianos elaborados por sus �intelectuales org�nicos� y, last but not least, en innumerables investigaciones realizadas por observadores no petistas, desde mi libro La Nueva Era y la Revoluci�n Cultural (1993) hasta la reciente serie de art�culos de Reinaldo Azevedo publicados en este mismo site, pasando por los libros de Jos� Giusti Tavares (Totalitarismo tard�o, 2000), Adolpho Jo�o de Paula Couto (La cara oculta de la estrella, 2001), S�rgio Augusto de Avelar Coutinho (La revoluci�n gramsciana en occidente, 2002, y Cuadernos de la libertad, 2003), Denis Rosenfield (El PT en la encrucijada, 2002) y tantos otros.
Si, a pesar de la abundancia de pruebas, nadie ha querido ver el rumbo de los acontecimientos y muchos incluso se enfadaban ante la simple sugerencia de ponerlo de manifiesto, conden�ndola como un peligroso extremismo de derecha, tal testarudez no puede ser atribuida a la simple estupidez natural o a la vanidad suicida. Es el efecto buscado por la hegemon�a cultural izquierdista. Paralizar la inteligencia del adversario, oblig�ndole a razonar por v�as opuestas a las que convendr�a asumir para comprender la situaci�n, es lo m�nimo que una �revoluci�n cultural� gramsciana tiene que hacer para ser digna de tal nombre. A lo largo de d�cadas, el vocabulario de los debates p�blicos ha sido tan bien manipulado por los conductores del proceso, que los dem�s partidos, vaciados de toda substancia ideol�gica propia, ya no pueden alegar contra la izquierda m�s que las lindezas sublimes del ideario izquierdista presuntamente traicionado. De ese modo, cada peque�a ventaja electoral obtenida por la �derecha� conlleva una victoria ideol�gica de la izquierda.
Las v�ctimas del proceso permanecen totalmente inconscientes porque les falta no s�lo el conocimiento de la estrategia en cuesti�n, sino la m�s m�nima intuici�n hist�rico-sociol�gica para aprehender las constantes en un flujo de acontecimientos, que acaba pareci�ndoles totalmente fortuito. El control mental ejercido por la elite izquierdista sobre sus adversarios potenciales llega al sadismo de explotar su miedo al rid�culo, consiguiendo, con la mera alusi�n despreciativa a �teor�as de la conspiraci�n�, disuadir cualquier veleidad de aprehender alguna intenci�n l�gica por detr�s del caos aparente de los hechos. Ese ardid se vuelve m�s eficiente cuando se aplica a un medio cultural como el brasile�o, en el que, por falta de referencias intelectuales estables, las personas son mentalmente inseguras, necesitadas siempre de apoyarse en estereotipos de �normalidad�, para sentir que no est�n delirando cuando hacen alg�n esfuerzo personal de comprensi�n.
Dos factores hacen m�s dif�ciles todav�a las cosas para el virtual antipetista: la diversidad de los instrumentos de la revoluci�n cultural y la autolimitaci�n ideol�gica de la resistencia.
Por lo que se refiere al primero, la influencia ideol�gica de la izquierda no es homog�nea ni f�cilmente reconocible. En realidad, ninguna propaganda revolucionaria lo ha sido. Ya en la preparaci�n de la revoluci�n francesa, los intelectuales activistas atacaban en dos fronts aparentemente independientes pero complementarios. Entre la clase dominante, hac�an propaganda anti-religiosa, para corromper a la aristocracia y debilitarla ideol�gicamente. Entre las clases populares, su discurso iba contra la aristocracia. El efecto combinado fue letal. Los arist�cratas se adhirieron al ate�smo elegante sin percibir que �ste les hac�a odiosos y vulnerables a la ira popular. Y al pueblo no le hizo falta abjurar del cristianismo para arremeter contra la aristocracia. Similarmente, hoy, la clase de los intelectuales activistas regula y selecciona sus puntos de ataque seg�n el ambiente y la clase social de los destinatarios. El discurso petista s�lo es expl�cito ante un p�blico de militantes en potencia, sobre todo universitarios. Entre antipetistas declarados, o ante un p�blico empresarial contrario al socialismo, se limita a la propaganda atea o antiamericana, cosa que el cliente acepta sin sospechar del efecto aparejado. En los medios culturalmente sofisticados, predomina la exaltaci�n de los �dolos intelectuales - un Neruda, un Saramago, la Escuela de Frankfurt -, vendidos como valores suprapol�ticos, pero cargados de veneno anticapitalista. Ante las capas populares, sirven las reivindicaciones sociales, sin matices anti-religiosos que sonar�an repelentes. Y el resto por el estilo. S�lo se percibe la articulaci�n de todo eso en una estrategia cultural global rastreando esos discursos hasta su origen.
Por lo que se refiere al segundo factor, las �nicas ideas en circulaci�n en los medios liberales y conservadores, desde hace m�s de una d�cada, se reducen a la argumentaci�n convencional que alaba los m�ritos de la econom�a de mercado - un horizonte tem�tico demasiado estrecho comparado con la amplitud de los intereses abarcados por la intelectualidad gramsciana. �sta se ocupa de la psicolog�a social y el lenguaje, del arte y la literatura, de la sociolog�a familiar y regional, y, finalmente, de todo lo necesario para sostener una actuaci�n global en todas las esferas de la existencia humana. Comparado con esto, el discurso liberal parece una charla t�cnica de especialistas, sin el menor inter�s para la poblaci�n en general. Los liberales y los conservadores, en resumidas cuentas, han renunciado a una actuaci�n m�s amplia en la esfera social y cultural, aceptando la hegemon�a izquierdista como un hecho natural e inevitable. Ninguno de ellos, hasta hoy, parece darse cuenta de la total imposibilidad de fomentar una econom�a capitalista sobre un fondo psico-social de cultura comunista. En la m�s ambiciosa de las hip�tesis, se han dedicado a la lucha electoral, pero limitando su discurso a las cuestiones pr�ctico-administrativas del d�a a d�a (cuando no a unos intereses corporativos cuya defensa atrae contra ellos el odio de las masas) y reprimiendo asc�ticamente toda cr�tica doctrinal o ideol�gica para no pasar por derechistas (�qu� horror!). Mientras tanto, el PT y sus entidades asociadas - desde los dem�s partidos de izquierda y el Movimiento de los Sin-Tierra (MST) hasta la inabarcable red de ONGs activistas - trataban de extender sus tent�culos a todos los �mbitos, seg�n el mandamiento gramsciano de dominar la cultura y la mentalidad general antes de intentar un asalto al poder. Por eso ahora ese asalto se produce ante nuestros ojos sin encontrar m�s que resistencias escasas y puramente verbales.
En cuatro d�cadas de aplicaci�n continua de los preceptos gramscianos, el izquierdismo petista ha ido marginando a sus adversarios uno por uno excluy�ndolos pr�cticamente de todos los campos de actuaci�n decisivos y convirti�ndose en detentor de varios monopolios:
1. Monopolio de los movimientos de masa. Hace cuarenta a�os que no se ve en las calles ni una �nica manifestaci�n, reuni�n de protesta, pancarta o agitaci�n que no sea de izquierda. Las dem�s corrientes de opini�n, como esposas d�ciles, se quedan en casa: la calle, la plaza p�blica, son del PT, del MST, del PSTU. Y las grandes movilizaciones que de vez en cuando sacuden la vida nacional vienen todas bajo el evidente liderazgo izquierdista, como pas� con las Directas-Ya y en el impeachment de Fernando Collor. Los dem�s partidos se limitan a dejarse llevar, con una sonrisa meliflua destinada a infundir en el p�blico la ilusi�n de que el carro arrastra a los bueyes.
La fuerza de una corriente pol�tica depende de su capacidad de movilizar a las masas populares, no solamente a la hora de votar, sino a la hora de exigir, de luchar, de resistir, tanto en defensa del orden vigente, como en su contra. Por el momento, los votantes se reparten entre varias corrientes, pero s�lo una de ellas tiene capacidad de movilizaci�n popular para otros fines. Conclusi�n: la decisi�n de preservar o destruir las instituciones est� en manos de esa corriente y s�lo de ella.
Desde la campa�a electoral de 2002, al menos, todos los partidos brasile�os apostaron m�s por la benevolencia del partido gobernante que por su disposici�n de enfrentarse a �l. Resultado: Brasil tiene una instituci�n estable, el PT, y un conjunto de instituciones inestables - leyes, derechos, libertades, garant�as - cuya supervivencia est� a merced de los caprichos de dicho partido. En ese panorama, las dem�s corrientes tienen que escoger: renuevan su apuesta, someti�ndose a�n m�s a la autoridad del partido gobernante, o tratan de reaccionar y organizarse para enfrentarse a �l no s�lo en el parlamento (que es una de las instituciones garantizadas por �l), sino tambi�n en las calles. El resultado de la primera hip�tesis es permitir que lo que queda de las instituciones sea deglutido por la fuerza dominante. La segunda es tard�a e inalcanzable. La opci�n es: suicidio o muerte lenta.
Juntos, los partidos y organizaciones pertenecientes al �Foro de S�o Paulo�, comprometidos de diversas formas con la causa de la revoluci�n continental, est�n en perfectas condiciones de hacer salir a la calle en 24 horas a unos cuantos millones de activistas furiosos. No hay ni una sola gran empresa, organismo p�blico, sindicato, colegio o instituci�n cultural de cualquier nivel en que un n�cleo de militantes de izquierda no constituya la �nica fuerza pol�ticamente organizada, que, si no tiene ya el dominio completo de la situaci�n local, est� lista para asumirlo en diez minutos, a base de intimidaci�n o incluso pac�ficamente, por ausencia total de resistencia. Una parte considerable de esos militantes - ya es imposible calcular cu�ntos - est� constituida por individuos armados, entrenados para la guerrilla rural y urbana, adoctrinados en el odio de clase e imbuidos de la convicci�n de que, para eliminar el capitalismo, vale todo.
A su lado se perfila el temible ej�rcito del lumpemproletariado: los narcotraficantes, asaltantes y secuestradores, que est�n cada vez m�s imbuidos de un discurso de autolegitimaci�n ideol�gica id�ntico al del �Foro de S�o Paulo�, y que, en funci�n de los intereses comunes que unen a los cabecillas de las bandas con las Farc y con el MIR chileno, pueden, no sin cierta dificultad operacional, ser movilizados para sembrar el caos y el terror en las grandes ciudades.
Los dem�s partidos no tienen m�s que sus funcionarios pagados, una militancia escasa y un electorado disperso, alienado, desatento, desarmado, acostumbrado a no tener participaci�n pol�tica m�s intensa que el comparecer rutinariamente en las urnas, llevando en su memoria el vago recuerdo del n�mero de un candidato. En un enfrentamiento m�s serio, la �nica medida que esa polvareda humana podr�a tomar ser�a dispersarse a�n mas, tratando de borrar lo m�s r�pidamente posible toda se�al de sus antiguas preferencias partidarias y conquistar mediante la lisonja la piedad de un adversario invencible.
De las organizaciones apartidarias antiizquierdistas ni hablo, porque no existen o son insignificantes.
Sentados desde hace a�os sobre ese barril de p�lvora, los empresarios y los pol�ticos comprometidos en diverso grado con la causa de la democracia capitalista intentan tranquilizarse unos a otros repitiendo esta jaculatoria auto-hipn�tica: �Lula ha cambiado�, y tratando de convencerse de que un gobierno pro-comunista jam�s les dejar�a ganar tanto dinero como est�n ganando. Como si un empresariado tanto m�s rico cuanto m�s indefenso ideol�gicamente no fuese la burgues�a de los sue�os de todo revolucionario.
2. Monopolio de la cultura popular. Desde hace cuarenta a�os no se ve una pel�cula, una telenovela, una obra de teatro, un espect�culo brasile�o que, en su mensaje ideol�gico, no est� esencialmente en sinton�a con la orientaci�n gramsciana, una veces de forma m�s consciente y deliberada, otras por el mimetismo autom�tico que es tambi�n un instrumento normal de la ampliaci�n de la hegemon�a.
3. Monopolio del noticiario mundial. En todos los �rganos de los medios de comunicaci�n, sin ninguna excepci�n, el noticiario de pol�tica internacional sigue la orientaci�n de las grandes publicaciones de la izquierda elegante americana y europea (New York Times, Washington Post, Le Monde, France-Presse, Reuters, CNN), con el fin de crear, en el imaginario nacional, una impresi�n de unanimidad universal jam�s contestada. Aqu�, nunca se cita una sola palabra de los medios de comunicaci�n conservadores extranjeros. El efecto deformador que eso causa en la visi�n popular del mundo es monstruoso. Hoy hay m�s antiamericanismo en Brasil que en Irak, y nuestra poblaci�n est� masivamente convencida de que los americanos odian a George W. Bush, cuyos �ndices de popularidad, en su peor momento, jam�s han bajado del 42%, diez puntos por encima de nuestro presidente, quien, al mismo tiempo, segu�a siendo reconocido como un �dolo popular. La exclusi�n de toda noticia que pueda perjudicar seriamente la imagen de los reg�menes socialistas es sistem�tica, inmune a toda posible cr�tica. Como escrib� en O Globo el 14 de agosto: �No es s�lo el gobierno federal quien est� promoviendo la estrangulaci�n de la clase period�stica. Es ella misma la que, a trav�s de su Federaci�n Nacional, ofrece el cuello al garrote, tan gentilmente como est� ocultando desde hace a�os los centenares de p�ginas de las actas del �Foro de S�o Paulo�, la matanza generalizada de los cristianos en los pa�ses isl�micos y comunistas, los llamamientos desesperados de los presos pol�ticos torturados en Cuba, la carrera armamentista en China y la ayuda que le brind� Bill Clinton, el continuo genocidio cultural en el T�bet, la represi�n del cristianismo en los EUA y en Europa, la disputa feroz entre globalistas y nacionalistas americanos, la colaboraci�n cada vez m�s intensa del terrorismo isl�mico con las Farc y Hugo Ch�vez (http://www.frontpagemag.com/Articles/authors.asp?ID=1921) y, finalmente, todo lo que el lector necesitar�a saber para darse cuenta de que la realidad de las cosas no corresponde exactamente a los bellos discursos del Forum Social Mundial. Los retazos que aparecen en nuestros medios de comunicaci�n son tan artificiales que llegan a inducir al p�blico brasile�o - militar incluido - a creer que el peligro para la soberan�a nacional en la Amazonia proviene de los EUA y no de la ONU, cuartel general del anti-americanismo universal. La dictadura, con un censor en cada redacci�n, logr� suprimir menos hechos esenciales�.
4. Monopolio de las fuentes de informaci�n en la cultura superior. El 100% de nuestro movimiento editorial se orienta por las preferencias de la intelectualidad izquierdista, que excluye sistem�ticamente del �mbito visible las ideas liberales y conservadoras. En Zero Hora de Porto Alegre, indiqu� el 16 de mayo: �El otro d�a entr� en contacto conmigo un profesor de facultad que ped�a informaciones sobre el movimiento conservador en los EUA para una tesis sobre relaciones internacionales. Hab�a escudri�ado en las principales bibliotecas universitarias del pa�s, sin encontrar m�s que cinco o seis t�tulos. Eso indica hasta qu� punto Brasil, inmerso desde hace dos d�cadas en un pozo de ilusiones solipsistas, ha ido a parar lejos de la realidad del mundo. Analizar al actual gobierno americano sin conocer su retaguardia doctrinal e ideol�gica ser�a como pontificar sobre Stalin, en la d�cada de los 40, sin jam�s haber o�do hablar de Marx o de Lenin. Nuestros comentaristas de los medios de comunicaci�n y nuestros profesores universitarios hacen eso sin el m�s m�nimo escr�pulo, pareciendo creerse detentores de una ciencia infusa que prescinde de todo contacto con los hechos y los textos. Hace a�os, denunci� el fraude de un Dicion�rio Cr�tico do Pensamento da Direita, elaborado con dinero p�blico por un centenar de acad�micos. Prometiendo un panorama cient�fico de una importante corriente pol�tica mundial, la obra omit�a todos los principales escritores y fil�sofos conservadores y los substitu�a por unos panfletarios de quinta categor�a, premeditadamente escogidos para crear una impresi�n de miseria intelectual y fanatismo salvaje. Por la muestra num�ricamente significativa de los signatarios de ese bodrio, era obligatorio concluir que el establishment universitario brasile�o hab�a perdido los �ltimos escr�pulos de seriedad y aceptado convertirse en instrumento consciente de la explotaci�n de la ignorancia popular�.
5. Monopolio de las alianzas internacionales. Para los medios de comunicaci�n, el empresariado y la clase pol�tica, es completamente normal que la izquierda petista se relacione con partidos y organizaciones de todo el mundo; que anualmente se re�na con ellos en el �Foro de S�o Paulo� y articule una estrategia conjunta incluso con los narcotraficantes de las Farc. Nada de eso suscita extra�eza o esc�ndalo, y en general ni siquiera es mencionado. Imag�nense, en cambio, lo que los formadores de opini�n har�an con una organizaci�n antipetista cualquiera que se asociase, incluso remotamente, con alg�n �rgano vinculado al Partido Republicano de los EUA. Nuestros medios de comunicaci�n no dudaron, por ejemplo, en subscribir la acusaci�n de que los adversarios de Hugo Ch�vez, en Venezuela, ten�an el respaldo del gobierno americano, por la sencilla raz�n de que hab�an recibido ayuda de la National Endowment for Democracy, �rgano apartidario que ya ha ayudado a muchos movimientos de izquierda.
La suma final es sencilla: todos los caminos para el apoyo internacional est�n cortados, excepto para la izquierda petista.
6. Monopolio del aparato investigador. Eso incluye no s�lo las Comisiones Parlamentarias de Investigaci�n, siempre movidas por la mano de la izquierda, sino hasta el mismo �periodismo de investigaci�n�, hoy uno de los principales instrumentos de que dispone la izquierda para la destrucci�n de sus adversarios, en una gama que va desde los sobrevivientes de los antiguos gobiernos militares hasta los eventuales rivales electorales, mantenidos bajo estrecha vigilancia por un ej�rcito de escarbadores de esc�ndalos. El desprecio por la verdad, ah�, es total, la duplicidad de criterios, obligatoria y constante. La conversaci�n o�da por un ch�fer indiscreto despert� la furia nacional contra Collor, pero seis testigos asesinados en el proceso Celso Daniel no menguan en nada la credibilidad del actual presidente. De la misma forma, las sucesivas absoluciones judiciales de un Paulo Maluf o de un Fernando Collor, en vez de atenuar la sa�a period�stica contra ellos, s�lo sirven de ocasi�n para alimentar acusaciones contra el poder judicial. E incluso eventuales arrepentimientos de los excesos cometidos, como en el caso Ibsen Pinheiro, s�lo se producen cuando, providencialmente, son �tiles para fortalecer a�n m�s las pretensiones del izquierdismo hegem�nico.
Esos ejemplos bastan para mostrar hasta qu� punto el desequilibrio de fuerzas, la desigualdad de los medios de acci�n, han sido aceptados como estado normal, incluso, y sobre todo, por aqu�llos a los que perjudicaban m�s directamente. Despu�s de haber cedido tanto, �qu� m�s puede esperar la actual oposici�n sino la oportunidad de subsistir humildemente como instrumento auxiliar del gobierno?