Allende la s�tira

Olavo de Carvalho

Folha de S. Paulo, 31 de agosto de 2004

 

 

No hay discusi�n posible sin el acceso de los interlocutores a un mismo conjunto de datos. Los datos del presente art�culo est�n en los libros Their Blood Cries Out: The Untold Story of Persecution Against Christians in the Modern World, de Paul A. Marshall y Lela Gilbert (Word Publishing, 1997) y Persecution: How Liberals Are Waging War Against Christianity, de David Limbaugh (Regnery, 2003), y en los sites: http://www.religioustolerance.org/rt_overv.htm

http://freedomhouse.org

http://www.markswatson.com/Persecution.html

http://www.persecution.org/newsite

 

De esas fuentes, la primera demuestra fuera de toda duda razonable que se est� produciendo en los pa�ses isl�micos y comunistas una masacre organizada de cristianos, sin otro motivo que el de ser cristianos, alcanzando ya un total de m�s de dos millones de v�ctimas desde la �ltima d�cada.

 

La segunda muestra, con id�ntica riqueza de evidencias, un tipo diferente de persecuci�n que se observa al otro lado del mundo: el genocidio cultural anticristiano en los EUA. Bajo la presi�n del lobby pol�ticamente correcto que domina las clases superiores y los medios de comunicaci�n, a los cristianos americanos se les est� expulsando, deliberada y sistem�ticamente, de las instituciones de ense�anza y cultura, y prohibiendo rezar en voz alta en los colegios, cuarteles, organismos p�blicos y en muchas empresas privadas. Los estudiantes son castigados por entrar en clase con un crucifijo o una Biblia. Las asociaciones cristianas de caridad son ostensiblemente perjudicadas en el reparto de las subvenciones oficiales, los candidatos cristianos a cargos p�blicos son vetados por causa de su religi�n. Mientras un flujo ininterrumpido de propaganda anticristiana inunda las librer�as, los peri�dicos y los cines (El cuerpo y El c�digo da Vinci son s�lo dos de los ejemplos m�s populares), algunos Estados han hecho obligatoria la ense�anza del islamismo y de las religiones de los indios americanos en las escuelas, castigando toda preferencia cristiana ostensible con cursos obligatorios de "reeducaci�n de la sensibilidad" que incluyen horas de recitaciones cor�nicas o de pr�ctica de ritos ind�genas. Desde la ley de los derechos civiles, jam�s ninguna comunidad minoritaria americana ha padecido una discriminaci�n tan amplia, tan prepotente y tan mal disimulada como la que hoy est� siendo impuesta a la mayor�a cristiana.

 

Las dem�s fuentes mencionadas proporcionan confirmaciones de las dos primeras, en dosis superiores a lo que podr�an exigir las mentes m�s lerdas y recalcitrantes.

 

Aunque se est�n produciendo en hemisferios opuestos, ambos fen�menos est�n relacionados entre s�. La industria cultural que utiliza todo su poder para fomentar los prejuicios contra el pueblo cristiano dentro de Norteam�rica no iba a alertar a �ste, al mismo tiempo, del peligro de muerte que ronda a sus correligionarios en Asia y en �frica, porque podr�a ver en �l un anticipo del destino que le espera, ya que todo genocidio siempre va precedido por la destrucci�n de las defensas culturales de la v�ctima. La conexi�n, pues, se torna evidente: sin la complicidad activa o pasiva, ruidosa o silenciosa, del establishment anticristiano de Occidente, nunca los dictadores de China, de Sud�n, de Vietnam y de Corea del Norte podr�an seguir matando cristianos sin ser molestados. El discurso de los medios de comunicaci�n a favor de unas "minor�as" hoy privilegiadas, que en los EUA nunca han padecido ni una �nfima parte del sufrimiento impuesto a los cristianos en el mundo - discurso acompa�ado siempre por la inculpaci�n al menos impl�cita del cristianismo -, es un medio eficaz de insensibilizar al p�blico frente a la persecuci�n anticristiana.

 

La pesadilla de pueblos enteros masacrados ante la mirada indiferente del mundo y de las sonrisas sarc�sticas de los bien-pensantes se repite como la de los a�os 30.

 

Ocho millones de ucranianos amenazados por Stalin podr�an haber sobrevivido si el New York Times no hubiese asegurado que estaban en buenas manos. Seis millones de jud�os podr�an haber sobrevivido, si en Inglaterra el Sr. Chamberlain, en los EUA los comunistas comprados con el pacto Ribbentropp-Molotov y en Francia una izquierda cat�lica podrida, liderada por el almibarado Emmanuel Mounier, no hubiesen garantizado que Adolf Hitler estaba por la paz. La credibilidad de los pacificadores es un arma letal al servicio de los genocidas. Pero hoy ni siquiera hace falta desmentir el horror. Nadie sabe que existe. El mundo ha quedado reducido a las dimensiones de una pantallita de TV y del titular de un peri�dico. Lo que no cabe en ellos queda fuera del universo. Los medios de comunicaci�n progres se han convertido en el mayor instrumento de control y de manipulaci�n jam�s concebido por los supremos tiranos. Joseph Goebbels y Willi Munzenberg no pasaban de simples aficionados. Cre�an en la propaganda ostensiva, cuando hoy se sabe que la simple alteraci�n discreta del flujo de las noticias basta para engendrar en las masas una confianza ilimitada en los manipuladores y el odio feroz a los chivos expiatorios, sin que parezca que nadie les ha inducido a ello. El tiempo de las mentiras repetidas est� superado. Entramos en la era de la inversi�n total.

 

Por eso mismo, decirlo es in�til. Conozco bien a la clase ilustrada brasile�a. S� que en ella, sobre todo entre los periodistas, son muchos los que, ante la mera lectura de este art�culo, sin la menor tentaci�n de consultar las fuentes, lo negar�n todo a priori con una sonrisita de desprecio esc�ptico y el recurso infalible al estereotipo peyorativo de la "teor�a de la conspiraci�n". Se les escuchar� con aprobaci�n como si fuesen las supremas autoridades en el asunto, y yo pasar� por loco. Un mundo en el que unos tics afectados convencen m�s que toneladas de pruebas queda fuera de la posibilidad de ser descrito incluso mediante los instrumentos m�s contundentes del arte de la s�tira. George Orwell, Karl Kraus, Eug�ne Ionesco, Franz Kafka y hasta Alexandre Zinoviev, profesor de l�gica matem�tica que utiliz� los instrumentos de su disciplina para forjar un lenguaje apto para representar literariamente la incongruencia total de la vida sovi�tica, preferir�an callarse. La s�tira existe, al fin y al cabo, para retratar a los seres humanos. Aletea por encima de la estupidez sat�nica, incapaz de bajar tanto como para poder describirla.