Rectitud a la brasile�a

Olavo de Carvalho

Zero Hora, 22 de agosto de 2004

 

 

Lejos de m� llamar incoherentes a las personas maravillosas que firman un manifiesto a favor de Hugo Ch�vez y, una semana despu�s, aparecen d�ndoselas de baluartes de la libertad de prensa, gritando horrorizadas frente a la amenaza de la introducci�n del chavismo en Brasil.

 

La incoherencia s�lo puede existir en hombres de ideas, cuya unidad de conciencia se manifiesta en el plano del discurso. La clave de la congruencia vital de esas criaturas se halla, en cambio, m�s abajo: es la l�nea perfectamente continua de una �carrera�, que, por debajo de las contradicciones aparentes del discurso, persigue incansablemente la consecuci�n de sus objetivos profesionales, sociales y financieros por todos los medios disponibles, adapt�ndose a las oscilaciones de las circunstancias sin perder el hilo del ovillo, el equivalente dial�ctico y brasile�o de la rectitud.

 

Firmaron aquella porquer�a s�lo porque sab�an que sin esas genuflexiones rituales nadie en este pa�s puede aspirar a ser alguien en las artes, en las letras o en el periodismo.

 

Ya era as� en tiempos de la dictadura. S�lo una fantas�a de adolescente, separada del conocimiento del pasado hist�rico por una dedicada generaci�n de castradores pedag�gicos, puede imaginarse que en aquella �poca la hegemon�a cultural haya cedido o cambiado de manos. Ni siquiera los generales-presidentes se exim�an de las reverencias de rigor ante el izquierdismo progre. Sin ello, en vano habr�an mendigado una mirada de afecto de las grandes damas de los medios de comunicaci�n y del show business. Nada puede quitarme de la cabeza que fue el deseo secreto de ser amado por esa gente lo que impeli� a Geisel a darle a Fidel Castro el dinero y la ayuda t�cnica para invadir Angola. Desde Paris, Glauber Rocha le hac�a gui�os al general con la tentadora oferta de convertirle en un �dolo de las izquierdas. Fracas�, y el propio Glauber acab� abandonado por la pandilla. Pero, en ese �nterin, quince mil angolanos murieron v�ctimas de un devaneo.

 

***

 

Tampoco hay incoherencia en el ep�teto de �cobardes� lanzado por el presidente de la Rep�blica contra los periodistas mal adaptados al sistema. Habla como si, en vez de resistir a su pol�tica, estuviesen ansiosos por obedecerla, falt�ndoles s�lo para ello la osad�a de decir adi�s a la �ltima apariencia de escr�pulos. No se dirige a ellos como a adversarios, sino como a empleados recalcitrantes. �Qui�n osar� negar que, estad�sticamente al menos, no le falta raz�n? �Acaso no vot� masivamente en �l la clase period�stica? �No abdic� del alma y de la conciencia para embellecer su imagen electoral, ocultando sus v�nculos pol�ticos con las Farc, cuya divulgaci�n habr�a abortado su candidatura? �No encubri� con el silencio la persecuci�n promovida por el gobierno del Sr. Ol�vio Dutra contra tres decenas de periodistas gauchos? �No colabor� tan sol�citamente, en las Comisiones Parlamentarias de Investigaci�n, para darle al partido presidencial el monopolio de acusar, investigar y castigar, colgando a todos sus adversarios el sambenito de criminales virtuales y barri�ndolos del camino para garantizar al querido de las clases parlantes la llegada triunfal al objetivo so�ado? �Entonces, por qu� de pronto ese titubeo, esa tozudez, esa frescura? En vez de acusarles de traici�n, palabra demasiado fuerte, el presidente ha dado a la conducta parad�jica de sus servidores la m�s generosa de las explicaciones.

 

Observo, �nicamente, que �sta no se aplica a los que desde el principio se negaron a hacer el trabajo sucio. Para �sos, es mejor que el presidente eche mano de otro adjetivo del dep�sito de la lengua-del-palo petista. Que nos llame aberraciones, fachas, lacayos del imperialismo, lo que le d� la gana. Pero cobardes, no. En la escala de la valent�a, Sr. presidente, Ud. no tiene status como para juzgarnos. Ud. jam�s arriesg� nada sin contar con el respaldo de un movimiento de masas, de los �compa�eros de viaje� millonarios y de los medios de comunicaci�n internacionales. Nunca ha estado solo, aislado, sin partido, sin alianzas, sin dinero, cercado por el odio de miles de perros rabiosos. Los �nicos peligros reales que Ud. ha enfrentado sin ayuda han sido un torno mec�nico y una ba�era de hidromasaje a�rea. No queremos sus lecciones de valent�a.