Ideas y resultados

Olavo de Carvalho

O Globo, 21 de agosto de 2004

 

 

De la colecci�n de enfermedades del esp�ritu humano, la m�s repugnante es la doblez de conciencia, que hace retozar a un hombre en la mentira al mismo tiempo - y en el mismo acto - que su coraz�n late fuerte con indignaci�n contra la perfidia del mundo. A los que no han conocido desde dentro los medios izquierdistas, la existencia de ese s�ndrome puede parecerles inveros�mil e incluso inconcebible. No creen que alguien pueda ser tan falso como para considerarse sincero, bondadoso y santo al enga�ar a los dem�s. Pero a veces ese fen�meno se vuelve tan patente que ni siquiera la alelada incredulidad logra ya negarlo. La denuncia del caso Ibsen Pinheiro es un ejemplo descarado. El se�or Lu�s Costa Pinto, colaborador y testigo de la destrucci�n period�stica de un inocente, call� durante a�os, esperando tener su crisis de conciencia en el momento exacto en que �sta favorec�a a los criminales en vez de perjudicarles. �Qui�n va a ser tan est�pido como para creer que ha sido pura coincidencia el timing perfecto, la denuncia del �mal periodismo� salida de la boca de un asesor petista al un�sono con el ataque del gobierno contra la libertad de prensa? La calumnia contra el ex-diputado, resultado de una trama montada entre petistas para eliminar a un virtual contrincante de Lula en la carrera por la presidencia, es usada ahora como pretexto para hacer del partido calumniador el juez en vez de reo del proceso. La zorra exhibe las gallinas destripadas como argumento para reivindicar el cargo de vigilante del gallinero. Costa Pinto y sus c�mplices, empezando por Paulo Moreira Leite, acusado de autorizar la publicaci�n de la mentira consciente, est�n fuera de peligro. El delito ha prescrito y la v�ctima ha anunciado que no quiere ni indemnizaciones. �Qui�n va a pagar por el crimen? Nosotros, los �malos periodistas�, condenados por un jurado de Costas Pintos y Moreiras Leites.

 

Desde que este pa�s reconoci� en el izquierdismo progre la autoridad suprema en materia de �tica, era inevitable que lleg�semos a eso. Es lo que prev� y anunci�, en vano, desde la innoble �Campa�a por la �tica en la Pol�tica�, programada para prostituir el lenguaje de la moralidad en el lecho del maquiavelismo petista.

 

Gracias a esa prodigiosa conjunci�n de artima�as, la total confusi�n en los criterios de discernimiento ha arraigado profundamente en el alma nacional. Muchas generaciones pasar�n antes de que salga de ella, si es que sale alg�n d�a. Una cosa es corromper a la clase pol�tica y otra es pervertir el sentido de la moralidad de todo un pueblo, instaurando la indiscernibilidad estructural y end�mica del bien y del mal.

 

La condici�n previa para ello, en el orden intelectual, ha llegado con el prestigio alcanzado en nuestras universidades por el pensamiento desconstruccionista y �post-moderno�, que, en nombre de la dificultad de encontrar un criterio universalmente racional para el arbitraje de las diferencias, consagra la manipulaci�n emocional, la a�agaza y la mentira como medios normales de persuasi�n.

 

Dos generaciones de estudiantes brasile�os fueron destruidas por los portavoces locales de Derrida, Lyotard, Deleuze y Foucault. En los a�os 90, esos estudiantes alcanzaron la vanguardia de los medios de comunicaci�n. Sab�an perfectamente que el llamamiento a la ��tica�, que entonces lanzaron a la naci�n, no era m�s que un ardid para colocar al servicio de la estrategia izquierdista el tradicional moralismo de la clase media. Nada corrompe m�s que la instrumentalizaci�n de la moral. Y nunca esa instrumentalizaci�n fue tan consciente, tan deliberada y tan general como ha llegado a ser desde entonces. La b�squeda de la verdad, repelida en el mundo acad�mico como �antidemocr�tica�, s�lo pod�a subsistir en los medios de comunicaci�n como parodia de s� misma e instrumento para la optimizaci�n del fraude.

 

�Las ideas tienen consecuencias�: es la lecci�n inmortal de Richard Weaver. Todo deterioro social y pol�tico comienza en la esfera intelectual. Comentando la degradaci�n del pensamiento acad�mico de su pa�s y refiri�ndose de paso a su imitaci�n por la universidad brasile�a, el joven fil�sofo franc�s Jean-Yves B�ziau remata el tema con una l�nea: �Ahorraremos al lector el conocimiento de los resultados de la burda imitaci�n de un modelo degenerado.� Pero se refiere al lector europeo. A nosotros, los brasile�os, no se nos exime de ver esos resultados todos los d�as.