Leyendo a Plat�n

Olavo de Carvalho

Zero Hora, 8 de agosto de 2004

  

Algunos lectores me han pedido algunas indicaciones sobre c�mo estudiar la �Rep�blica� de Plat�n. Creo que la respuesta puede ser �til tambi�n para todos los dem�s.

El consejo que les doy es simple y directo: no lean ese libro como si fuese una �utop�a�, la propuesta de una sociedad ideal a ser construida en un futuro pr�ximo o distante, determinado o indeterminado. Al rev�s de lo que pasa con las utop�as modernas, la �Rep�blica�, definitivamente, no es una propuesta pol�tica ni un mito destinado a incitar las ambiciones de los partidos revolucionarios. Es una investigaci�n filos�fica en sentido estricto, y una de las m�s serias que alguien haya emprendido jam�s. Para sacar provecho de su estudio hay que situarla en el lugar exacto que ocupa en el edificio de la ciencia plat�nica. Esa ciencia se compone de una diferenciaci�n muy sutil entre los distintos niveles, planos o estratos de la realidad. Cuando usted divide un cuadrado en diagonal y obtiene dos tri�ngulos is�sceles, ese resultado no puede ser explicado por el examen de los procesos cerebrales mediante los que usted lo ha obtenido. Las propiedades de las figuras geom�tricas y la fisiolog�a cerebral siguen siendo irreductiblemente independientes entre s�, aunque de alg�n modo misterioso ambas se toquen en el instante en que usted estudia geometr�a. Residen en �planos de realidad� distintos. En el conjunto de la existencia, Plat�n discierne un cierto n�mero de esos planos, y en uno de ellos sit�a al ser humano -- una realidad espec�fica que no puede ser explicada totalmente ni por el orden general del cosmos (la ley divina o �Bien Supremo�), ni por las propiedades que tiene en com�n con los dem�s habitantes del planeta Tierra, animales, plantas o minerales. De esa situaci�n peculiar del hombre en la estructura del universo, Plat�n saca una descripci�n anal�tica de la naturaleza humana como la de un ser intermedio, que vive de la �participaci�n� (m�texys) simult�nea e inestable de dos planos de realidad, sin poder ser absorbida por completo por ninguno de los dos: mal instalado en el ambiente terrestre, al que procura adaptarse por medio de ingeniosos artificios, tampoco consigue elevarse a la contemplaci�n del orden supremo, de la beatitud divina, m�s que durante unos instantes fugaces que enfatizan m�s a�n su dependencia del medio f�sico inmediato. Plat�n resume esto diciendo que el hombre es un tipo intermedio entre los animales y los dioses.

 Una vez descrita as� la naturaleza humana, Plat�n plantea a continuaci�n el problema de cu�les ser�an las condiciones sociales y pol�ticas m�s adecuadas para el desarrollo del hombre seg�n las exigencias de esa naturaleza. �sa es la investigaci�n a la que dedica �La Rep�blica�. No se trata, pues, de una propuesta pol�tica, sino de la elaboraci�n de un conjunto de hip�tesis. Como esas hip�tesis est�n sujetas a la valoraci�n cr�tica seg�n los principios anteriormente establecidos y seg�n la experiencia de cada estudiante (el propio Plat�n har� m�s tarde una parte de ese examen cr�tico, en el libro de las �Leyes�), est� claro que se trata de una investigaci�n cient�fica en el sentido m�s riguroso del t�rmino.

 As� es como hay que leer la �Rep�blica�. 

La belleza de la filosof�a cl�sica de Plat�n y Arist�teles est� en la transparencia con la que establece los principios del conocimiento racional y a continuaci�n se ofrece para ser juzgada por ellos. Al comienzo de la modernidad, que parad�jicamente presume de haber inaugurado el estudio cient�fico de la sociedad humana, esa transparencia se pierde y es substituida por un enredo de premisas impl�citas, inconscientes o mal confesadas, que obligan al estudioso a una compleja y arriesgada especulaci�n sobre las intenciones subjetivas del autor antes de tener la certeza de que ha comprendido suficientemente a Maquiavelo o a Rousseau como para poder juzgar si tienen raz�n.

La gran tarea de la filosof�a pol�tica hoy d�a es recuperar el ideal cl�sico de transparencia y racionalidad, sin el que el nombre de �ciencia� s�lo se convierte en un r�tulo publicitario pegado sobre un mont�n obscuro de prejuicios b�rbaros y de rencores f�tiles.