El arte del �porcumental�
Olavo de Carvalho
Primeira Leitura, agosto de 2004
Las patra�as de Michael Moore en Farenheit 9/11 son tantas que este n�mero entero de Primera Lectura no ser�a suficiente para explicarlas una por una. Los lectores interesados pueden informarse sobre algunas de ellas en el site http://fahrenheit_fact.blogspot.com/. Entren en �l y comprueben por s� mismos si la Reganbooks, editora del libro de Moore, Stupid White Men, no fue sabia y prudente al publicar inmediatamente despu�s, para suprema indignaci�n del autor y beneficio de la humanidad lectora, el impagable ant�doto escrito por David T. Hardy y Jason Clarke, Michael Moore is a Big Fat Stupid White Man.
Farenheit 9/11 es la apoteosis de la invenci�n, un show de embustes como nunca se ha visto.
Es verdad que el cine izquierdista tiene una larga tradici�n en cosas de este tipo. Serguei Eisenstein us� todo su talento para maquillar la reputaci�n de un dictador-carnicero que daba envidia al propio Adolf Hitler. Dziga Vertov invent� el kinopravda (�cine-verdad�), del que Jeremy Murray-Brown, de la Boston University, escribi� en Documentary and Disinformation: �El uso que Vertov hac�a de la expresi�n �la vida tal como es' era el de una palabra clave. El lenguaje de sus pel�culas era el equivalente visual de los textos comunistas: significaba lo opuesto de lo que ve�an en �l los no-iniciados en ese lenguaje cifrado. Hasta 1949, fecha de la publicaci�n del 1984 de George Orwell, las personas normales no ten�an la menor idea de c�mo funcionaba el lenguaje doble comunista. �La vida tal como es' significaba precisamente �la vida tal como no es': una utop�a cinematogr�fica construida con visos de realidad.� Durante la guerra, la mafia comunista que dominaba Hollywood (v. Hollywood Party, de Kenneth Lloyd Billingsley) lleg� a rodar una pel�cula que maquillaba el pacto Ribentropp-Molotov. En Italia, Francesco Rosi y otros disc�pulos de Antonio Gramsci inventaron la ficci�n documental, que camuflaba tras el realismo de las im�genes el esquematismo marxista del argumento. Y en tierras brasile�as se fabric� hasta una Olga Ben�rio de celuloide que nunca fue agente del servicio secreto militar sovi�tico.
Pero Michael Moore supera todo eso. No tiene la sofisticaci�n visual de Eisenstein, la sutileza de Vertov, la astucia de Francesco Rosi. No necesita nada de eso. Abotarga al espectador con mentiras, y listo. Farenheit 9/11 no es un documental, no es ficci�n documental, no es kinopravda: es un �porcumental� -- el producto acabado de una mente porcina.
Un ejemplo, que selecciono a prop�sito entre los detalles de Farenheit 9/11 sin relaci�n directa con los atentados que constituyen el asunto principal de la pel�cula, ilustra bien el caso.
Moore intenta mostrar que, para favorecer a Bush en las elecciones, la Data Base Technologies, encargada de controlar el censo de los electores, excluy� de �l a miles de votantes, escogidos intencionadamente entre los negros y los dem�cratas. La acusaci�n es grav�sima, pero totalmente falsa. �nicamente fueron excluidos algunos criminales condenados por la justicia, a los que la ley de Florida prohibe expresamente votar, pero que, por descuido de las autoridades, hab�an votado en masa en las elecciones municipales de Miami en 1998. Presionada por los tribunales, la Data Base simplemente cumpli� la ley.
�La candidatura Gore fue perjudicada por eso? S�. Seg�n la American Sociological Review, el 69 por ciento de los criminales condenados son adeptos al Partido Dem�crata. Si la ley les dejara votar, o si la Data Base no aplicase la ley, Gore podr�a haber tenido aproximadamente tres mil votos m�s y ganar las elecciones, que su adversario gan� por una diferencia cinco veces menor. La Corte Suprema, al reconocer la victoria de Bush, puede ser acusada, por tanto, de cruel indiferencia ante el requerimiento del candidato derrotado para que pusiese las preferencias electorales de los criminales por encima de la obligaci�n de cumplir la ley. Moore jam�s podr� person�rselo.
En cuanto al detalle de la raza, configura con toda evidencia el crimen imposible, pues la identidad racial de los votantes no constaba en el censo de la Data Base. Por una coincidencia ir�nica, la omisi�n de ese dato hizo que a algunos ciudadanos inocentes, hom�nimos de criminales, se les impidiese votar. Aunque num�ricamente insignificante, el error no dej� de ser se�alado por los adeptos de Gore como una exclusi�n hecha a prop�sito, pero es obvio que ambas acusaciones se contradicen: o el sujeto fue excluido por ser negro, o fue excluido porque, al no saberse cu�l era su raza, fue confundido con otra persona. Para m�s inri, los casos de homonimia fueron luego meticulosamente analizados y se descubri� que, del total de los ciudadanos perjudicados, el 9,9 por ciento eran blancos, el 8,7 por ciento hispanos, y s�lo el 5,1 negros (v. New York Post de 12 de julio de 2004). Como la poblaci�n carcelaria de Florida tiene el 49 por ciento de negros, es evidente que, si alguien sali� perdiendo, fueron los blancos.
La afirmaci�n de Moore de que, si la Corte Suprema no hubiese suspendido el recuento manual exigido por Gore, la victoria hubiera sido de este �ltimo �en todos los escenarios posibles�, s�lo traduce una leyenda urbana alimentada por la m�s portentosa m�quina publicitaria de todos los tiempos. Pues el recuento, en realidad, fue hecho. Fue hecho por los peri�dicos USA Today, Miami Herald y New York Times, nada sospechosos de complicidad con cualquier �vasta conspiraci�n derechista�, al menos, por ser piezas vitales de aquella misma m�quina. Y los tres, lament�ndolo mucho, llegaron a la misma conclusi�n: con los votos recontados la ventaja de Bush era mayor a�n.
En suma, no hay nada, absolutamente nada que justifique la acusaci�n, excepto el odio que Moore siente por Bush y la intenci�n expresa de impedir su reelecci�n en noviembre pr�ximo.
Ese ejemplo no es un caso aislado, sino una muestra t�pica del modus operandi del mayor charlat�n cinematogr�fico de todos los tiempos. El procedimiento se repite en las otras 38 mentiras analizadas en el site que he mencionado antes, y en muchas otras se�aladas hasta por los entrevistados en la pel�cula, y es, por cierto, el mismo ya adoptado en el �porcumental� mooreliano anterior, Bowling for Columbine. En �ste, la culpa de la masacre perpretada por dos j�venes psic�patas en un colegio del interior era atribuida m�gicamente a la proximidad de una f�brica de armas, cuya presencia habr�a dado un mal ejemplo a los muchachos. S�lo que la f�brica no era de armas, era de sat�lites. En contrapartida, el verdadero motivo del crimen -- el odio anticristiano, del que los propios muchachos dejaron constancia en un v�deo -- es omitido por completo en la pel�cula.
Pero la muestra no es significativa s�lo por eso. El mismo procedimiento de falsificaci�n total y descarada constituye la propia estructura
del argumento principal de Farenheit 9/11, formado por una teor�a de la conspiraci�n seg�n la cual los atentados contra el World Trade Center y el Pent�gono ser�a el resultado de una trama siniestra urdida por George W. Bush y la familia Bin Laden.
El simple enunciado ya deber�a ser suficiente para evidenciar el nivel intelectual colegial -- colegial de Columbine -- de la especulaci�n de Moore, cuyo galard�n en Cannes se explica menos por el antiamericanismo psic�tico imperante en Francia que por el hecho de que tres miembros del jurado tienen contratos personales con la Miramax, patrocinadora de la producci�n.
Pero, si hasta las hip�tesis m�s extravagantes tienen derecho a una investigaci�n, la teor�a de Farenheit 9/11 no admite investigaci�n, pues naci� ya muerta. La prueba esencial de la conspiraci�n, adem�s de la habitual inculpaci�n por contig�idad fundada en la antiguas relaciones comerciales de las familias Bush y Bin Laden (a la que s�lo falta la evidencia de las relaciones actuales entre esta �ltima y el renegado Osama), es presentada en la pel�cula de la manera siguiente: dos d�as despu�s de los atentados, la Casa Blanca, ominosamente, concedi� un visado de salida para que unos parientes del terrorista, entonces en viaje por los EUA, volviesen a Arabia Saudita, escabull�ndose de ser investigados por los servicios de inteligencia americanos. �Horror! �Traici�n! Perfidia del �bushi�o�, como dir�a nuestro Arnaldo Jabor.
Para destacar el significado eminente de la prueba obtenida, Moore, juntando a las funciones de guionista y director la de narrador en primera persona -- lo que le coloca modestamente en el centro de la historia contempor�nea --, pregunta: �Qu� dir�an de Bill Clinton los republicanos si, inmediatamente despu�s del atentado de Oklahoma (19 de abril de 1995), hubiese permitido que la familia del terrorista Timothy McVeigh viajase al exterior? Contesto yo: ser�a efectivamente un esc�ndalo, principalmente porque los parientes de McVeigh eran ciudadanos americanos, no extranjeros protegidos por su embajada como los Bin Ladens. Pero, si todo el mal del argumento fuese una pregunta idiota, seria un alivio. El problema de la teor�a de Moore es muy distinto, es una enfermedad cong�nita, mortal e incurable: el que autoriz� la salida de los Bin Ladens no fue George W. Bush. La solicitud de autorizaci�n para viajar no subi� hasta el escalaf�n presidencial. El que la concedi�, muchos niveles m�s abajo, fue un funcionario llamado Richard Clarke. �Saben qui�n es Richard Clarke? El mismo que, luego, sali� por ah� haciendo denuncias escabrosas contra el gobierno Bush y consumi� de una tacada sus quince minutos de fama convirti�ndose en el Michael Moore de los servicios de inteligencia. Para convertirse en testigo id�neo, Clarke aleg� ser elector republicano. Despu�s se descubri� que era dem�crata de carnet. De carnet y contribuci�n. �Hombre! Si George W. Bush, de haber autorizado aquel viaje, se hubiese hecho sospechoso de boicotear deliberadamente las investigaciones, �por qu� diablos no ha de ser sospechoso de boicot intencional al gobierno su opositor dem�crata que s� autoriz� el viaje de los Bin Ladens sabiendo que eso perjudicar�a a la imagen del presidente e incluso podr�a convertirse en una pel�cula de Michael Moore? As� es la vida: la simple firma de un bur�crata en un visado de turista se convierte, en cambio, en una rebuscada hip�tesis conspiratoria.
Es evidente que el episodio Clarke, tan lindamente cacareado por los medios de comunicaci�n cuando parec�a un arma de destrucci�n de Bushes en masa y tan r�pidamente silenciado tras la divulgaci�n de que el testigo hab�a mentido sobre su filiaci�n partidaria, hizo a�icos la tesis de la pel�cula y redujo a nada el inter�s de su argumento.
�A nada? Exagero. La pel�cula es interesant�sima. No por su contenido, que no pasa de eso que estamos viendo. Ni por su simulacro de altas intenciones morales, cosa de un tartufismo atroz. Ni mucho menos por su estilo, que � exam�nenlo ustedes mismos � es pura est�tica de propaganda electoral, adornada con algunas repeticiones del truco eisensteiniano, conocido hasta por los barrenderos de los estudios, de yuxtaponer im�genes que no tienen nada que ver la una con la otra para dar la impresi�n de que s� tienen.
La pel�cula es interesante por la pregunta que suscita: �C�mo puede un aglomerado de embustes tan obvio ser aceptado como �documental� por la intelectualidad guay y hasta ganar un premio, aunque sea en un festival de nostalgia senil? El fen�meno es portentoso y contiene en s� mismo toda una s�ntesis simb�lica de la ruina aparentemente irreversible de la intelligentzia izquierdista del mundo. F�jense: hasta los a�os 70, no caer en el panfletismo rastrero era un motivo de honra para todo escritor o cineasta de izquierda. Luk�cs, Goldmann, Adorno � y entre nosotros un Astrojildo Pereira, un Leandro Konder, un Otto Maria Carpeaux � ten�an colocado tan bien ese mandamiento en el coraz�n de su �tica comunista, que todo aquel que lo transgrediese, incluso en nombre de los nobil�simos ideales del stalinismo y del Gulag, era inmediatamente expulsado del campo de la alta cultura a las tinieblas exteriores de la mera agitprop (sigla comunista de �agitaci�n y propaganda�). De repente, todo eso se acab�. Michael Moore llega mucho m�s abajo del panfletismo, retoza como un cerdo en la voluptuosidad del mentir � � y gana un premio! �Adi�s, escr�pulos! �Adi�s, dignidad intelectual! �Adi�s, alta cultura izquierdista! El odio a George W. Bush es tal, que cada uno corre a vender su honra, su madre, su reputaci�n, s�lo para quitarle la presidencia y entreg�rsela a una avestruz disecada, exhumada a toda prisa del museo de los l�deres artificiales. Para eso, vale incluso darle un premio a Michael Moore. Es el orgullo de la bajeza, la afirmaci�n gloriosa de la superioridad del peor.
No puedo, aqu�, profundizar las causas de un fen�meno tan alarmante, expresi�n del avance de la barbarie en el mundo. S�lo sugiero que es la exteriorizaci�n apote�sica de un suicidio de la inteligencia largamente planeado, preparado a lo largo de d�cadas en el recinto discreto del mundo acad�mico por medio del desconstruccionismo, del multiculturalismo, del relativismo, del racialismo y de todos los pretextos supuestamente elegantes inventados para hacer de la vida cultural el instrumento del m�s grotesco inmediatismo pol�tico.
Algunos estudios hist�ricos y anal�ticos de esa lenta y mortal degradaci�n se hallan, por ejemplo, en The Long March y Tenured Radicals, de Roger Kimball, The Killing of History de Keith Windschuttle y Lost Literature de John Ellis. Los reflejos de ese proceso en la educaci�n de las nuevas generaciones son descritos en Underground History of American Education, de John Taylor Gatto, The Deliberate Dumbing Down of Amelrica, de Charlotte Thomson Iserbyt, y The Conspiracy of Ignorance, de Martin L. Gross, entre centenares de otros libros que se han publicado sobre dicho asunto.
El lector brasile�o, dependiente de unos medios de comunicaci�n estacionados en la autoglorificaci�n izquierdista de los a�os 60, no se ha enterado de nada de eso. Mucho menos tiene alguna informaci�n, por m�nima que sea, sobre la contrapartida necesaria de ese estado de cosas, el ascenso de los conservadores, cuya superioridad intelectual sobre sus competidores izquierdistas es hoy, sin exageraci�n, monstruosa, y s�lo velada temporalmente por el dominio residual y moribundo que la izquierda ejerce a�n en los medios de comunicaci�n. No voy a decir nada m�s sobre esto, porque es una delicia ver a la intelectualidad local apostarlo todo en el argumentum ad ignorantiam, usando su propio desconocimiento de algo como prueba de que ese algo no existe y de que soy yo el que me lo estoy inventando. Un d�a volver� sobre el asunto, y ver�n ustedes c�mo la principal ocupaci�n de esa casta orgullosa y pedante es ocultar a s� misma � y a ustedes � lo que pasa en el mundo real. No es de extra�ar que le guste tanto Michael Moore.