Pensamiento y realidad
Una antropolog�a de lo �pol�ticamente correcto�
Olavo de Carvalho
Bravo!, julio de 2004
La mente humana est� constituida de tal forma que no consigue razonar m�s que con s�mbolos acumulados en la memoria -- jam�s directamente sobre los datos sensibles, salvo cuando la forma de �stos coincide con la de alg�n s�mbolo previo. Los s�mbolos, a su vez, provienen de los datos sensibles, pero no en l�nea directa: hace falta un largo y complicado proceso de acumulaci�n, filtraci�n y s�ntesis imaginativas -- inconsciente o semiconsciente en su mayor parte -- para que la infinidad de elementos captados por los sentidos se organice en unas cuantas formas estables. Son estas formas las que, condensadas en nombres o en cualquier otro tipo de signos reconocibles, constituir�n la materia prima del �razonamiento�. �ste, por tanto, s�lo se refiere a alguna �realidad� de modo secundario e indirecto, es decir, a trav�s de las evocaciones que los nombres sugieren a la memoria y a la imaginaci�n.
El razonamiento, en s� mismo, es algo sencillo. Hasta un gato resuelve problemas elementales de causa y efecto, proporciones, identidad y diferencia, etc. Pero los gatos, los monos, los burros y tutti quanti s�lo razonan sobre se�ales visibles, presentes f�sicamente en la situaci�n. El pensamiento humano abarca un �mbito incomparablemente m�s amplio, no s�lo en el espacio y en el tiempo sino en los grados de abstracci�n que van m�s all� del espacio y del tiempo. El pensamiento animal es bastante atinado porque su material es limitado. El humano, pr�cticamente ilimitado, est� por eso sujeto a una dosis ilimitada de errores. Los errores raramente se encuentran en la mec�nica del razonamiento, que no es diferente en nosotros y en los animales. Est�n en la referencia del pensamiento a la realidad, que es directa y simple en el animal, indirecta y tremendamente compleja en el hombre. En aqu�l, la memoria y la imaginaci�n son, por as� decirlo, pasivas, o mejor, reactivas. Se limitan a proporcionar las formas estrictamente indispensables para el reconocimiento de los datos presentes por semejanza con datos antiguos. La imaginaci�n humana produce, en cambio, formas y analog�as que transcienden infinitamente la situaci�n presente, concibiendo escenas pasadas jam�s vistas y traspasando el umbral del tiempo en busca de mundos futuros, de mundos meramente posibles, de mundos dentro de otros mundos y hasta de un mundo m�s all� de todos los mundos, llamado �eternidad�. Para hab�rselas con todo eso racionalmente, el hombre no dispone m�s que de una l�gica muy parecida a la de los gatos.
�ste es nuestro problema: imaginamos como los �ngeles, pero pensamos como los gatos. El resultado es que el mundo de nuestros razonamientos es estrecho, pobre, deficitario en comparaci�n con el de nuestras percepciones y fantas�as. Desde los tiempos del Neanderthal la especie humana ha hecho de todo por mejorar su razonamiento por medio de artificios. Los garabatos en las cavernas y el advenimiento del lenguaje articulado -- es imposible saber qu� aconteci� antes -- fueron las primeras modalidades del pensamiento artificial. Luego lleg� una tercera, no s� si junto con las primeras o despu�s de ellas: inventar narrativas, guardarlas en la memoria y transmitirlas a las generaciones siguientes. Sin eso no habr�a comunidad organizada ni descubrimiento de la enumeraci�n, principio de la aritm�tica. Las leyendas y los mitos fundan las civilizaciones. Luego vino el arte de discutir en las asambleas, que los griegos condensaron en la t�cnica ret�rica. De la ret�rica naci� la dial�ctica de S�crates y Plat�n -- el arte de comparar varios discursos ret�ricos, en busca del m�s exacto --, y de �sta la l�gica de Arist�teles, que los escol�sticos, pasados diecis�is siglos, perfeccionaron mucho. El �ltimo progreso del arte de pensar, hasta ahora, ocurri� en el siglo XVII, con Leibniz, que tuvo la idea de fundir l�gica y aritm�tica, o mejor, l�gica y �lgebra. De ah� nacieron la l�gica matem�tica, err�neamente llamada l�gica simb�lica, porque toda y cualquier l�gica opera con s�mbolos, y el lenguaje de los ordenadores, err�neamente denominado pensamiento artificial, porque no es m�s artificial que el garabato del hombre de Neanderthal en la pared de la caverna. Todos los artificios son... artificiales. Natural es s�lo el pensamiento de los gatos. Si el hombre invent� tantos artificios, fue porque entendi� que pensaba como un gato y que eso no era suficiente para una criatura con su amplitud de imaginaci�n.
Pero todo ese progreso es bastante ilusorio. S�lo un n�mero �nfimo de seres humanos absorbe, a tiempo de usarlos, los nuevos artificios de auxilio al pensamiento. Y, cuanto m�s poderosos se vuelven esos artificios, m�s compleja y costosa es su transmisi�n a las generaciones siguientes, y mayor, por tanto, la posibilidad de confusiones en su uso, sum�ndose a la dificultad anterior y natural, ya considerable, de articular pensamiento y realidad.
En la aplastante mayor�a de los seres humanos, el abismo entre lo percibido y lo pensado sigue siendo inmenso y pr�cticamente infranqueable. En el camino que va de los sentidos al razonamiento, �stos se pierden en la trama de la imaginaci�n. Ven la realidad con los ojos de la cara, pero no consiguen pensarla. Piensan otra cosa, sugerida por la imaginaci�n o repetida por el automatismo de la memoria. Pero no saben que lo est�n haciendo. Enga�ados por la celebraci�n general del progreso de los artificios, creen que se benefician de �l por un mero automatismo colectivo, por una especie de derecho hereditario, sin ning�n esfuerzo personal para adquirir el dominio de esos artificios. El efecto de ese enga�o es considerable. Cuando varios piensan igual o parecido, llaman a eso �realidad�, y se sumergen en ella, olvidando la realidad originaria, negando su existencia o alter�ndola en la memoria para hacerla parecida a la que crearon. Ponen en ello un empe�o admirable, llegando a matar a los que se niegan a entrar con ellos en la realidad artificial. Con el nombre de dial�ctica hegeliana, de marxismo, de desconstruccionismo o sin ning�n nombre, la realidad artificial acaba convirti�ndose en un nuevo artificio de pensamiento, en un m�todo, imponi�ndose a todos los artificios y m�todos anteriores, desde los garabatos del Homo neanderthalensis hasta la l�gica matem�tica. Pero �stos eran conscientemente artificios de pensamiento, no se confund�an con la realidad, mientras que la nueva realidad no se contenta con ser s�lo pensamiento artificial. Es realidad artificial, y, como tal, no puede admitir la existencia de otra realidad fuera de s� misma. De ah� su necesidad de negar toda realidad natural, sea en forma de experiencia presente, sea en cualquiera de las versiones anteriormente conocidas. �stas son declaradas entonces tan artificiales como ella. Se convierten en �productos culturales� de �pocas pasadas. A partir de ese momento, todos los artificios del pensamiento se vuelven impotentes. Estaban destinados a llenar el vac�o entre pensamiento y realidad; ahora no sirven m�s que para integrar armoniosamente el pensamiento en el conjunto de la realidad artificial. Ya no hay, por tanto, lo verdadero y lo falso; s�lo existe lo adecuado y lo inadecuado, lo conveniente y lo inconveniente, o, como los llam� el educador sovi�tico Makarenko, lo pol�ticamente correcto y lo pol�ticamente incorrecto. Hitler prefer�a decir �socialmente� en vez de �pol�ticamente�, pero en realidad no hay ninguna diferencia. En ambos casos, la realidad queda m�s distante de nosotros de lo que nunca estuvo del hombre de Neanderthal.