Respuesta a un truh�n de Boston

Olavo de Carvalho

M�dia sem m�scara, 29 de julio de 2004

 

 

Entre las reacciones a mis art�culos sobre el Dr. Dawkins, destaca especialmente la del ingeniero Jos� Colucci Jr., de la ciudad de Boston. Destaca, claro est�, no por su contenido, en substancia no muy diferente de otras decenas m�s, sino por el hecho de haber sido publicada por el Observatorio de la Prensa, mientras que las dem�s me llegaron por e-mail o circularon por obscuras listas de discusi�n en Internet. Destaca, tambi�n, por su tama�o, cinco veces mayor que el de mis dos art�culos juntos. Destaca, finalmente, por la forma tan peculiar con que articula sus argumentos, que merece un examen a parte. Dividir�, pues, mi respuesta en dos partes: la primera dedicada a la t�cnica expositiva del Sr. Colucci, la segunda a la substancia de la cuesti�n discutida, o sea, a los m�ritos y dem�ritos de las ideas de Richard Dawkins sobre la religi�n. Publico aqu� la primera. La segunda llegar� dentro de algunas semanas.

 

1. El Sr. Jos� Colucci Jr. inicia su argumentaci�n tach�ndome de ignorante, de obsesionado con el comunismo, de carente de civismo y de ostentador de una falsa valent�a intelectual.

 

Inmediatamente despu�s, comentando mi primer art�culo, afirma: �Olavo de Carvalho, de manera t�pica, empieza descalificando a su oponente.�

 

�Se tratar� de un caso extremo de demencia senil, en el que el olvido del pasado reciente llega a cancelar el p�rrafo anterior apenas el enfermo comienza a escribir el p�rrafo siguiente? �O se trata s�lo de la lengua doble de un hip�crita que encuentra bien en �l lo que condena en m�?

 

Me inclino por esta �ltima hip�tesis, pues a ese admirador profeso y enf�tico de Richard Dawkins [1] no le falta un modelo al que imitar. Respondiendo a Richard Milton en un art�culo del New Statesman, (Londres, 28 de agosto de 1992), Dawkins empieza, ya en la primera frase, llamando a su adversario �te�rico de la tierra llana�, �mercader de los movimientos perpetuos� y �man�aco� (fruitcake). S�lo despu�s entra en el asunto. [2]

 

En cambio, el primero p�rrafo de mi art�culo en O Globo empieza resumiendo la opini�n a ser comentada, sin decir nada, ni bueno ni malo, sobre su autor.

 

En el segundo p�rrafo, afirmo que la buena reputaci�n cient�fica del Sr. Dawkins no es un�nime ni siquiera en el �rea de su especialidad y advierto que su opini�n en materia de religi�n es la de un aficionado que opina en un campo que le es desconocido.

 

Son dos juicios de hecho, objetos de comprobaci�n emp�rica. Como prueba del primero, cit� el libro de Richard Milton, Shattering the Myths of Darwinism, no por admirarlo especialmente como insin�a el Sr. Colucci, sino por ser la obra de un periodista que, m�s que exponer su opini�n personal, resume la de varios profesionales de la ciencia, entre ellos Stephen Jay Gould, evolucionista que no considera al Sr. Dawkins m�s que un granuja dotado de cierto talento. [3]

 

El segundo no necesita ser probado, pues es p�blico y notorio que el Sr. Dawkins no ha publicado ni un solo trabajo en el �rea de la ciencia de las religiones, en la que creo, en contrapartida, tener cierta autoridad, si no como conferenciante constantemente invitado a hablar sobre el tema en instituciones religiosas y universitarias, al menos como autor de un estudio sobre historia isl�mica premiado en 1986 por la Universidad de Al-Azhar, desde hace siglos el principal centro de erudici�n religiosa musulmana del mundo.

 

Hay cierta diferencia entre empezar citando hechos y comenzar en tromba vomitando adjetivos infamantes. Entre mi art�culo y el del Sr. Colucci (as� como el del Sr. Dawkins sobre Richard Milton), el lector es libre de decidir cu�l es el que �empieza descalificando al adversario�.

 

2. Entrando ya un poco en el meollo del asunto, el Sr. Colucci me acusa de �tergiversar las palabras ajenas�, falseando la declaraci�n de Richard Dawkins. La imputaci�n es grave. Si hubiera hecho eso, yo ser�a realmente un canalla. Veamos c�mo lo demuestra el Sr. Colucci:

 

En el peri�dico O Globo de 26/6/04, Olavo de Carvalho se mete con la afirmaci�n de Richard Dawkins a Veja (edici�n 1.859, de 23/6/04) de que "el mundo tendr�a m�s paz si todas las religiones fuesen abolidas". Dawkins no dijo eso. La frase que aparece en la entrevista es: �Si pudi�semos abolir la religi�n o convencer a las personas de que sus religiones son ilusorias, probablemente ya no tendr�amos m�s atentados suicidas�.�

 

�El lector quiere informarme, por cortes�a, cu�l es la diferencia entre �el mundo tendr�a m�s paz� y �habr�a menos atentados suicidas�? Aunque esta �ltima expresi�n no fuese una sin�cdoque, como indiscutiblemente lo es, o sea, una alusi�n al todo mediante la parte; aunque, por tanto, el Sr. Dawkins quisiese s�lo aludir a la eliminaci�n de los atentados suicidas y a ninguna otra se�al de mejora del estado de las cosas, �qui�n puede negar que el mundo sin hombres-bomba tendr�a m�s paz que con ellos? �Y c�mo no ver que, seg�n el Sr. Dawkins, la abolici�n de las religiones ayudar�a a producir ese resultado, si fue exactamente eso lo que dijo?

 

�Qu� tergiversaci�n hubo ah�? �El Sr. Colucci est� borracho, se cay� en un barril de aguardiente cuando era peque�o, o todav�a es peque�o y nunca sali� de �l?

 

No es nada de eso: sabe que est� diciendo una trola, sabe que est� intentando crear una falsa impresi�n de deshonestidad para predisponer al lector contra m� y prepararlo para tragarse trolas a�n m�s peligrosas.

 

3. Convencido de que el lector no se dio cuenta de lo primera trola, el Sr. Colucci pasa a la etapa siguiente: imputarme �acusaciones livianas� hechas a Richard Dawkins, �cient�fico con un brillante curr�culum�. La primera de ellas habr�a consistido en menospreciar injustamente una de sus realizaciones cient�ficas, la invenci�n de los biomorfos, diciendo que no consisti� m�s que en �inventar figuras computadorizadas y considerarlas como seres vivos�. �Eso es modo de hablar de un gran descubrimiento cient�fico? �Qu� desfachatez! �Qu� descaro! �Qu� osad�a de un ignorante entrometido! Los biomorfos, asegura el Sr. Colucci, no son nada de eso. Son, eso s�, �algoritmos que interact�an con el ambiente y entre s�, y dan origen a figuras que se parecen a los seres vivos�. Bien, por mi parte reconozco que as� queda m�s bonito, m�s elegante. Pero nuevamente pido al lector que decida si hay alguna diferencia substancial entre eso y lo que dije yo. Para m�, no hay ninguna. Tanto es as� que, si la redacci�n de mi frase fuese substituida por la del Sr. Colucci, el sentido de mi art�culo permanecer�a intacto. Incluso puedo hacer ese cambio, si el Sr. Colucci insiste. Pero de ah� a llamarme �acusador liviano� s�lo porque no cambi� seis por media docena, la distancia es grande. Es precisamente la distancia que va del cr�tico honesto a un autentico acusador liviano.

 

4. Pero, dice el Sr. Colucci, no s�lo soy un detractor liviano de quien merece respeto. Soy tambi�n un admirador liviano de quien no lo merece. Mi �dolo, seg�n ese ingeniero de Boston, es Richard Milton, el periodista de Alternative Science y autor de Shattering the Myths of Darwinism. �Olavo de Carvalho trae a colaci�n a Richard Milton, a quien admira por �haber reducido a nada� las ideas del autor de El Relojero Ciego (Dawkins). Aceptar la autoridad de Milton en asuntos cient�ficos - asegura �l - es confesar en p�blico ser m�s ignorante sobre la evoluci�n que �l mismo.�

 

No ser�a necesario explicar esto, pero las referencias a los libros sirven para abreviar los argumentos invocando directamente alg�n testimonio o documento. S�lo que, para el Sr. Colucci, una referencia no es eso. Referencia es devoci�n. Citar un libro - al menos cuando quien lo hace soy yo - es prestar culto, es prosternarse ante un altar, es invocar una sabidur�a superior. Luego, si cit� a Milton, soy su devoto seguidor, ciegamente confiado en la autoridad de mi gur�.

 

Revisando mi art�culo, no encuentro en �l ni una sola palabra de alabanza a Richard Milton, sino s�lo la menci�n breve y concisa al hecho de que en su libro hace a�icos algunas ideas de Dawkins. Incluso se puede discutir la validez de las objeciones que �l aport�, y, para cualquier mente sana, citar el libro en el que se hallan no es refrendarlas autom�ticamente, ni mucho menos festejarlas como la �ltima palabra, el magister dixit sobre el asunto. No es m�s que mostrar que existen y dar al lector la oportunidad de investigarlas por s� mismo.

 

Nunca se me ocurri� - ni nada en mi art�culo sugiere eso - que Milton fuese especialmente admirable (ni tampoco despreciable) por haberlas presentado, incluso porque en general los argumentos con que lo hace no son suyos, sino de varios cient�ficos anti-evolucionistas all� citados. Mencion� el libro, como ya he explicado, s�lo como se�al de que la buena reputaci�n de Dawkins no era un�nime, y ya la simple existencia de esa obra lo prueba.

 

Alterar el sentido de las palabras del adversario para darles artificialmente una apariencia rid�cula es uno de los recursos m�s bajos de la pseudo-ret�rica que los antiguos llamaban er�stica, a cuyo estudio consagr� las ciento y pico p�ginas de mi comentario a la obra que Schopenhauer escribi� al respecto.

 

Pero transformar una simple referencia en prueba de admiraci�n ya ni siquiera es er�stica: es un recurso bobo de desd�n pueril.

 

5. Bobo, claro est�, cuando se analiza aisladamente. El uso que el Sr. Colucci hace de �l en el conjunto de su argumentaci�n es de una astucia verdaderamente criminal. Una vez endilgada al lector la farsa de que soy un devoto seguidor de Richard Milton, �cu�l es el paso siguiente? Desacreditar a Richard Milton para alcanzarme de rebote. El procedimiento es muy conocido. Se llama, en er�stica, �mu�eco de paja�, y ya ha sido utilizado muchas veces contra m�. Consiste en atribuir a un autor ideas que no tiene y, destruy�ndolas con la mayor facilidad - pues fueron concebidas para ese objetivo -, simular haberlo derrotado gloriosamente.

 

La malicia especial del Sr. Colucci consiste en que, usando a Richard Milton como mu�eco de paja para simular la victoria en su discusi�n conmigo, ataca la reputaci�n de Milton, precisamente, por medio de la acusaci�n de haber usado la misma t�ctica del mu�eco de paja contra Richard Dawkins:

 

�Milton usa la estrategia [4] conocida como �mu�eco de paja�: construye un simulacro rid�culo de las ideas del adversario - el mu�eco de paja - y lo destruye para cantar victoria.�

 

Si de hecho Milton hace eso con Richard Dawkins, lo veremos en la segunda parte. De momento basta observar lo siguiente: hace falta mucha pr�ctica en estudios ret�ricos para percibir que la acusaci�n de construir un mu�eco de paja est� siendo usada, en el mismo acto, como paja para construir un segundo mu�eco. El lector com�n no tiene esa pr�ctica y, una vez desviados sus ojos hacia la canallada que supuestamente hizo Milton con Dawkins, ni de lejos se da cuenta de que la mism�sima canallada est� siendo hecha conmigo delante de sus narices.

 

Es la aplicaci�n m�s literal y exacta de la receta leninista para destruir a los enemigos: �Ac�sales de lo que haces t�, ll�males lo que eres t�.�

 

6. Pero, por incre�ble que parezca, un solo mu�eco de paja escondido detr�s de otro no contenta la voluptuosidad constructiva del ingeniero. Para completar la patra�a hace falta adem�s inventarse un Olavo de Carvalho creacionista y, arreando sopapos a ese simulacro, jurar que me est� pegando a m�.

 

Ya en el primer p�rrafo el Sr. Colucci le endilga al lector la trola de que soy no s�lo un adepto de esa teor�a, sino un ardoroso portavoz local de sus te�ricos americanos:

 

El creacionismo es la concepci�n de que los seres vivos fueron creados tal cual son por el creador omnipotente. Si el lector piensa que eso es una rareza americana que nunca llegar� a los tr�picos, es mejor volver a pens�rselo. Gracias a los esfuerzos de algunos religiosos fundamentalistas, el creacionismo empieza a organizarse en Brasil. Como los creacionistas no hacen ciencia, y no cuentan con el soporte de evidencias, pesquisas y teor�as m�nimamente plausibles, su obsesi�n es criticar la evoluci�n y a los evolucionistas, o lo que consideran como fallos de �stos. Para esa tarea cuentan con la ayuda ocasional de alg�n que otro ignorante en ciencia que les defiende en la prensa con fervor, digamos, religioso.�

 

Evidentemente el Sr. Colucci no me pregunt� qu� pienso sobre el creacionismo. Me atribuy� la teor�a m�s conveniente para sus prop�sitos, escondiendo su procedimiento marrullero tras la acusaci�n hecha a Milton de emplear esa misma marruller�a.

 

Si me lo hubiera preguntado, le habr�a pasado estos apuntes m�os del Seminario de Filosof�a de 2002:

 

 

Evolucionistas y creacionistas

Olavo de Carvalho

5 marzo 2002

 

Tal vez no haya se�al m�s elocuente de la miseria mental de nuestros tiempos que el debate entre evolucionistas y anti-evolucionistas. Nunca tanta informaci�n cient�fica ha sido usada al servicio de ideas tan simplonas y filos�ficamente insostenibles.

 

Invariablemente la cuesti�n toma el rumbo de un enfrentamiento entre la combinatoria espont�nea y la idea de un �prop�sito� de la creaci�n. Si fuese posible probar que el hombre como especie biol�gica naci� de unas adaptaciones oportunistas a las exigencias del medio ambiente f�sico, creen los materialistas, se habr�a destruido la hip�tesis de un plan inteligente en la ingenier�a de la creaci�n. Inversamente, para sustentar esa hip�tesis, ser� necesario reducir cada paso de la historia natural a una etapa l�gica de un largo silogismo cosmog�nico cuya premisa mayor ser�an las metas fijadas por Dios antes de la creaci�n del mundo.

 

En t�rminos aristot�licos, es una disputa entre causas eficientes y causas finales. El m�todo consiste, por tanto, en examinar las primeras para saber si se bastan a s� mismas o si postulan una explicaci�n finalista suplementaria.

 

El papa actual del evolucionismo, Richard Dawkins, simplifica a�n m�s el enunciado del problema: se trata s�lo de saber si unas �organizaciones complejas�, como los hombres y los ordenadores -- y los hombres que fabrican ordenadores -- pueden ser explicadas a partir de meras combinaciones exitosas o si requieren un plan inteligente. Si la sucesi�n de combinaciones no deja ning�n espacio para las causas finales, adi�s a las causas finales. Los adversarios del evolucionismo, por eso, son pertinaces buscadores de hiatos en la sucesi�n de combinaciones oportunistas (o causas eficientes).

 

Nadie parece ah� darse cuenta de que la finalidad de cualquier cosa transciende, por definici�n, la existencia material de esa cosa. Ning�n ente, examinado en las minucias de su constituci�n inmanente, revelar� jam�s su finalidad, porque esta, si existe, s�lo puede realizarse m�s all� de �l. Algunas se�ales que insin�en una finalidad tal vez puedan encontrarse en el cuerpo de lo inmanente, pero siempre junto con indicios contradictorios que al menos parecen desmentirla. Si la finalidad estuviese expl�cita, manifiesta, n�tida en la actualidad corporal del ente, hasta el punto de poder ser probada emp�ricamente como un dato sensible, estar�a, por eso mismo, plenamente realizada en la existencia actual, sin ninguna necesidad de un salto hacia lo transcendente.

 

M�s a�n, ning�n hecho, por m�s simple que sea, puede producirse sin el encadenamiento completo de sus causas eficientes, incluso accidentales. Si por explicaci�n se entiende la reconstituci�n intelectual de ese encadenamiento, todo y cualquier acto o acontecimiento puede ser enteramente �explicado� por sus causas eficientes, sin ninguna necesidad de una causa final. �sta s�lo aparece por el sentido total del resultado �ltimo, que se extiende m�s all� de la materialidad del hecho mismo.

 

Por ejemplo, toda la sucesi�n causal de gestos que un carpintero realiza para construir una mesa tiene que poder ser explicada por las causas psicofisiol�gicas y procesos mec�nicos puestos en movimiento durante la operaci�n. Si falla uno s�lo de esos elementos, la mesa no llegar� a existir. Luego la sucesi�n de las causas eficientes no puede ser incompleta. Si dependi�semos de eso para poder apostar por una causa final de la mesa, jam�s las mesas tendr�an ninguna finalidad o utilidad. La finalidad -- y por tanto la intenci�n -- s�lo se revela en el sentido de la forma final, as� como �ste se revelar� en el uso que alguien pueda hacer de la mesa. Este sentido evidentemente est� m�s all� de la sucesi�n de gestos del constructor, y por tanto tambi�n m�s all� de la operaci�n total de la construcci�n de la mesa. Ning�n examen de las operaciones realizadas por el carpintero, as� como de las transformaciones sufridas por la madera durante esas operaciones, nos dir� jam�s para qu� sirve una mesa o qu� ten�a �en mente� el carpintero al construirla. Es verdad que el uso previsto determina la forma esencial de la mesa; pero la conexi�n entre la forma esencial y la secuencia de la construcci�n es meramente accidental, ya que hay muchas maneras de construir una mesa. Luego el conocimiento de esa secuencia, por s� sola, no puede mostrar el prop�sito final m�s a quien lo conozca de antemano.

 

�Si esto es as� para la simple fabricaci�n de un artefacto, cuanto m�s lo ser� para la totalidad operante de la naturaleza universal!

 

Sin embargo, los evolucionistas no cesan de intentar completar la descripci�n en detalles del proceso originante de los seres de la naturaleza, con la esperanza de suprimir las causas finales, y los anti-evolucionistas no dejan de buscar hiatos en ese proceso, con la esperanza de salvarlas.

 

La dosis de memez filos�fica necesaria para empe�arse en cualquiera de esas l�neas de argumentaci�n es formidable.

 

En rigor, ser�a inconcebible, metaf�sicamente, un mundo creado que mostrara claramente, en los lineamentos de su construcci�n material, la prueba de su finalidad. La raz�n de eso es simple. Ninguna realidad concreta puede consistir solamente en sus rasgos esenciales, reveladores de su naturaleza. Todo lo que existe requiere, para existir, el concurso de un n�mero ilimitado de accidentes que preparan, acompa�an y sustentan su existencia. La posibilidad de localizar, en esa red de accidentes, la l�nea n�tida de una �finalidad�, es pr�cticamente nula. Se�ales, indicios de la finalidad, ciertamente existir�n, pero siempre mezclados con una masa oscura de accidentes fortuitos que al menos parecer�n desmentirla y que la desmentir�n a�n m�s si, con la esperanza de encontrarla, rebuscamos en cada uno de ellos tratando de descubrir las causas eficientes que los produjeron; pues nada sucede sin causa eficiente y el descubrimiento de las causas eficientes que produjeron los accidentes puede proseguir indefinidamente, sin que jam�s se reconstituya la l�gica del todo.

 

Por ejemplo, la ejecuci�n de una sinfon�a consiste en un gran n�mero de gestos corporales y efectos mec�nico-ac�sticos que, rastreados uno a uno, diluir�n cada vez m�s la forma final de la sinfon�a en un caos de procesos fisiol�gicos y f�sicos en los que ser� imposible encontrar la menor se�al de una �idea musical�. Es deplorable el esfuerzo con el que los anti-evolucionistas se empe�an en demostrar la existencia de la Quinta Sinfon�a de Beethoven mediante la revelaci�n de hiatos causales en la fisiolog�a de los m�sicos y en la mec�nica de los instrumentos. Es grotesco el aire de triunfo con el que los evolucionistas, rellenando esos vac�os, creen haber demostrado la  no existencia de Beethoven.

 

Ni el evolucionismo ni el anti-evolucionismo son teor�as cient�ficas, porque ninguno de los dos puede ser legitimado o impugnar al otro excepto por una acumulaci�n ilimitada de pruebas y contrapruebas.

 

La discusi�n s�lo sigue porque es posible que alguien conozca mucha biolog�a ignorando al mismo tiempo los principios de la l�gica cient�fica, mientras su adversario conoce mucha teolog�a sin tener la menor idea de cu�nto depende de los presupuestos metaf�sicos.

 

 

El mismo argumento, m�s resumido, fue presentado en mi art�culo �Evoluci�n y mito�, publicado en el Jornal da Tarde de 6 de mayo de 2004:

 

�Las discusiones normales sobre evolucionismo y creacionismo, ciencia y fe, espiritualismo y materialismo, son en general muy pobres en comprensi�n filos�fica, en comparaci�n con la riqueza de datos y argumentos que ponen en juego. Si tuviese que meter mi cuchara en este tema lo har�a s�lo con la intenci�n de llamar la atenci�n sobre algunas precauciones b�sicas que han sido bastante descuidadas en dicho asunto.

 

Es que el ser humano s�lo tiene tres lenguajes para dar forma a lo que aprehende en la realidad: el mito, que expresa compactamente las impresiones de conjunto; la ciencia experimental, que describe y explica los grupos particulares de fen�menos seg�n un protocolo convencional de m�todos y razonamientos; la filosof�a, que establece la transici�n entre los dos anteriores. Todo conocimiento satisfactorio de los or�genes escapa necesariamente a las posibilidades de la ciencia, ya que su descubrimiento no ser�a m�s que un cap�tulo del mismo proceso c�smico que se pretende explicar y no un milagroso arrebato de la mente cient�fica hacia fuera y por encima del proceso. Un evolucionismo consecuente tendr�a que explicarse a s� mismo como una etapa de la evoluci�n, pero para eso se ver�a obligado a renunciar a su pretensi�n de veracidad literal y a aceptar no ser sino un s�mbolo provisional, uno m�s despu�s de tantos otros, sujeto, como todos ellos, a convertirse tarde o temprano en su contrario. La �nica verdad del evolucionismo es la de una contrapartida dial�ctica del creacionismo, as� como ning�n creacionismo puede existir sin dejar abierta alguna brecha evolucionista.

 

(�) Tanto el evolucionismo como el creacionismo son mitos, es decir, narrativas anal�gicas, insinuaciones finitas de un contenido infinito, separadas de su sentido por un abismo tan inconmensurable como ese mismo sentido.�

 

 

Es muy dif�cil hacer del autor de esos textos un �creacionista� en el sentido en que el t�rmino es empleado en las discusiones normales en pro y en contra del evolucionismo. Mucho m�s dif�cil es hacer de �l un fan�tico empe�ado en defender el creacionismo �con un fervor, digamos, religioso�. Para inventar ese personaje, el Sr. Colucci tuvo que ir m�s all� de la mera falsificaci�n y entrar en el campo de la pura creatividad.

 

�Pero para qu� iba a perder tiempo el ingenierillo de Boston con el mero detalle de investigar cu�les son las ideas de un autor, si era m�s c�modo atribuirle otras, m�s estereotipadas y toscas, m�s f�ciles de exponer al rid�culo?

 

La expresi�n �fundamentalismo religioso� est� ya tan cargada de connotaciones negativas, y el creacionismo tan asociado a la imagen de los fundamentalistas, que lo m�s pr�ctico era construir sin m�s un espantap�jaros con esos materiales y, destruy�ndolo, dar al adversario por derrotado por k.o. t�cnico (y derrotado doblemente, como �creacionista� y como �admirador de Richard Milton�) antes incluso de empezar a discutir el contenido de sus argumentos, es decir, el compromiso del darwinismo con las ideolog�as totalitarias y el �paralaje cognitivo� imputado al Sr. Richard Dawkins.

 

S�, porque el escrito del Sr. Colucci es extenso, y s�lo entra en esos dos asuntos tras un largo rodeo dedicado a la operaci�n preliminar de construir dos mu�ecos de paja y destruirlos para predisponer al lector contra m�, prepar�ndolo para asumir a ciegas el resto del embuste como quien comparte las delicias de una victoria asegurada de antemano.

 

A estas alturas, etiquetado ya como creacionista fan�tico, fundamentalista ciego, falsificador de declaraciones ajenas y admirador de ignorantes, �con qu� cara me presento ante el lector para defender mis opiniones? Con la cara pisoteada y destrozada de los mu�ecos que el Sr. Colucci tan ingeniosamente construy�, tan cuidadosamente camufl� tras los rasgos del mu�eco atribuido a Richard Milton y, finalmente, tan valientemente destruy� en el escenario de su teatrillo verbal.

 

El examen de los procedimientos argumentativos del Sr. Colucci no deja margen a la duda: estamos ante un truh�n consumado.

 

 1] No he atribuido al Sr. Colucci esa admiraci�n a Dawkins por mera conjetura liviana como �l me atribuye (v. infra) similar devoci�n por Richard Milton. S�lo resumo sus propias palabras: Dawkins, seg�n �l, es �un cient�fico con un curr�culum brillante�, �goza de prestigio tanto entre los cient�ficos como entre el p�blico lego, es culto e inteligente, posee una prosa concisa y elegante�. S�lo le falt� decir que es un guaperas.

 

[2] En otro art�culo, Dawkins llam� a Milton �insano�, �est�pido� y �necesitado de asistencia psiqui�trica� (�loony, stupid and in need of psychiatric help�). Al mismo tiempo, escribi� cartas a varios peri�dicos y canales de TV, advirtiendo que Milton era un peligroso creacionista (Milton no es creacionista ni de lejos), al que se tendr�a que negar toda oportunidad de hablar al p�blico.

 

[3] Veremos m�s adelante otros tres recursos usados por el Sr. Colucci en esta parte de la discusi�n: (1) la falsa calificaci�n en bloque de las fuentes de Milton como �autores notoriamente comprometidos con el creacionismo b�blico�, (2) la mentira difamatoria pura y simple (�los creacionistas no hacen investigaci�n experimental�) y, en base a los dos anteriores, (3) la negaci�n de o�r los argumentos del adversario, por medio de su descalificaci�n a priori.

 

[4] Perd�nenle al Sr. Colucci el no conocer la diferencia entre estrategia y t�ctica. Al fin y al cabo no es m�s que un ingeniero.