Desinformaci�n colosal
Olavo de Carvalho
Zero Hora, 11 de julio de 2004
El otro d�a asist� a una conversaci�n entre el Sr. Alberto Dines y un grupo de j�venes periodistas paranaenses. Como estaban hablando de la autocensura, que el director del �Observatorio de la Prensa� consideraba como la enfermedad m�s tenebrosa del periodismo, observ� que ni �l ni sus interlocutores mencionaban el que es, a nivel estrictamente objetivo, el fen�meno de ocultaci�n de informaciones esenciales m�s duradero y m�s vasto de la historia de los medios de comunicaci�n occidentales.
Me refiero, claro est�, al �Foro de S�o Paulo�. Una entidad que existe desde hace catorce a�os, fundada por dos pop stars del izquierdismo mundial -- Lula y Fidel Castro -- e integrada por m�s de ochenta partidos y movimientos, s�lo por esas caracter�sticas es ya la organizaci�n pol�tica m�s importante del continente. Pero cuando la lectura de sus resoluciones nos revela que tienen poder decisorio, que coordinan en una estrategia unificada las acciones de todas las entidades afiliadas y que entre �stas �ltimas encontramos partidos legales como el PT o el PPS, cuadrillas de narcotraficantes como las FARC o de secuestradores como el MIR chileno e incluso entidades jur�dicamente indefinibles como el MST, entonces queda claro que estamos ante un poder descomunal, cuya actuaci�n de conjunto, permaneciendo totalmente desconocida por el p�blico y por sus eventuales adversarios, s�lo debe enfrentarse a unas resistencias espor�dicas, aisladas, ciegas y, obviamente, miserablemente impotentes para plantar cara a un desaf�o de esas dimensiones. El tama�o del monstruo y el privilegio de la invisibilidad que los medios de comunicaci�n le garantizan hacen de toda la pol�tica continental y especialmente nacional un juego de cartas marcadas, con un resultado previsto e inevitable.
En otros pa�ses de Am�rica Latina, la informaci�n circula y se est� formando, poco a poco, una cierta conciencia de la situaci�n. En Brasil, a parte de esta columna y de algunos sites de Internet, s�lo el periodista Boris Casoy abord� este tema, haciendo al entonces candidato presidencial Lu�s In�cio Lula da Silva una pregunta sobre las conexiones PT-FARC, que fue contestada con una solicitaci�n educada para que se callase. La totalidad de los medios de comunicaci�n nacionales hicieron caso y siguen haci�ndolo. Cuando hasta los profesionales soi disant preocupados por la libertad de prensa mantienen ritualmente un benevolente silencio, prefiriendo jugar a Poliana con las virtudes doradas de la democracia brasile�a o desviar la atenci�n de los lectores hacia abusos menores y marginales, es que ya se ha pasado de la mera �autocensura�, cohibici�n forzada por el miedo, a la complicidad activa, al colaboracionismo voluntario, a la desinformaci�n consciente.
Si, entre los periodistas, ninguno se queja de no poder hablar del �Foro de S�o Paulo�, es porque, de hecho, ninguno desea hacerlo. El completo encubrimiento de la situaci�n al conocimiento de la opini�n p�blica no es para ellos una situaci�n inc�moda, sino el ejercicio normal de lo que entienden por libertad de prensa: la libertad de usar la prensa, sin obst�culos ni oposici�n, como instrumento de desinformaci�n al servicio de la estrategia izquierdista de dominaci�n continental. Dominaci�n que, obviamente, al ser ejercida asociadamente por ellos mismos, no les pesa nada ni les parece siquiera un poco antidemocr�tica.
Durante cuatro d�cadas, fueron preparados para eso, insensibilizados moralmente, uniformados intelectualmente y adiestrados en la t�cnica del auto-enga�o en las facultades de periodismo que no admit�an m�s ciencia que la de los Bourdieus, Foucaults, Gramscis y la de la Escuela de Frankfurt.
Renegar del pacto de complicidad general, devolver a la prensa su misi�n de informar al p�blico, est� por encima de sus posibilidades. Ning�n ser humano desea la verdad, cuando �sta se vuelve contra toda la cultura que lo cre� y que es, para �l, la matriz misma de su hominidad. El instinto de autodefensa tribal exige la abdicaci�n completa de la conciencia moral personal, ofreciendo a cambio un reconfortante sentimiento de �participaci�n�.