Historia de quince siglos

Olavo de Carvalho

Jornal da Tarde, 17 de junio de 2004

  

Una vez desmantelado el Imperio, las iglesias diseminadas por el territorio se convirtieron en los suced�neos de la administraci�n romana hecha a�icos. En la confusi�n general, mientras los contornos de una nueva �poca a duras penas se dejaban vislumbrar entre las neblinas de lo provisional, los cl�rigos se transformaron en notarios, auditores y alcaides. Las semillas de la futura aristocracia europea germinaron en el campo de batalla, en la lucha contra el invasor b�rbaro. En cada villa y parroquia, los l�deres comunitarios que destacaron en el esfuerzo de la defensa fueron premiados por el pueblo con tierras, animales y monedas, por la Iglesia con t�tulos de nobleza y la unci�n legitimadora de su autoridad. Se convirtieron en grandes terratenientes y condes y duques y pr�ncipes y reyes.

 La propiedad agraria no fue nunca el fundamento ni el origen, sino el fruto de su poder. Poder militar. Poder de una casta feroz y altiva, enriquecida por la espada y no por el arado, celosa de no mezclarse con las dem�s, de no dedicarse, por tanto, ni al cultivo de la inteligencia, bueno s�lo para cl�rigos y mujeres, ni al de la tierra, incumbencia de siervos y arrendatarios, ni al de los negocios, ocupaci�n de burgueses y jud�os.  

Durante m�s de un milenio gobern� Europa con la fuerza de las armas, apoyada en el tr�pode de la legitimaci�n eclesi�stica y cultural, de la obediencia popular traducida en trabajo e impuestos, del soporte financiero obtenido o extorsionado a los comerciantes y banqueros en horas de crisis y de guerra. 

Su ascenso culmina y su declive empieza con la fundaci�n de las monarqu�as absolutistas y el advenimiento del Estado nacional. Culmina porque esas nuevas formaciones encarnan el poder de la casta guerrera en estado puro, fuente de s� mismo por delegaci�n directa de Dios, sin la mediaci�n del sacerdocio, reducido a la condici�n subalterna de c�mplice forzado y recalcitrante. Pero ya es el comienzo del declive, porque el monarca absoluto, proveniente de la aristocracia, se separa de ella y tiene que buscar contra ella -- y contra la Iglesia -- el apoyo del Tercer Estado, que acaba as� convirti�ndose en una fuerza pol�tica independiente, capaz de intimidar juntos al rey, al clero y a la nobleza. 

Si el sistema medieval hab�a durado diez siglos, el absolutismo no dur� m�s que tres. Menos a�n durar� el reinado de la burgues�a liberal. Un siglo de libertad econ�mica y pol�tica es suficiente para hacer a algunos capitalistas tan formidablemente ricos que ya no quieren someterse a las veleidades del mercado que los enriqueci�. Quieren controlarlo, y los instrumentos para eso son tres: el dominio del Estado, para la implantaci�n de las pol�ticas estatalistas necesarias para la eternizaci�n del oligopolio; la ayuda a los movimientos socialistas y comunistas que invariablemente favorecen el crecimiento del poder estatal; y el reclutamiento de un ej�rcito de intelectuales que preparen a la opini�n p�blica para decir adi�s a las libertades burguesas y entrar alegremente en el mundo de la represi�n omnipresente y atosigante (que se extiende hasta los �ltimos detalles de la vida privada y del lenguaje cotidiano), presentado como un para�so adornado al mismo tiempo con la abundancia del capitalismo y la �justicia social� del comunismo. En ese nuevo mundo, la libertad econ�mica indispensable para el funcionamiento del sistema es preservada en la estricta medida necesaria para que pueda subsidiar la extinci�n de la libertad en los terrenos pol�tico, social, moral, educacional, cultural y religioso.

De ese modo, los megacapitalistas cambian la base misma de su poder. Ya no se apoyan en la riqueza en cuanto tal, sino en el control del proceso pol�tico-social. Control que, liber�ndolos de la exposici�n aventurada a las fluctuaciones del mercado, hace de ellos un poder din�stico duradero, una neo-aristocracia capaz de atravesar inc�lume las variaciones de la fortuna y la sucesi�n de las generaciones, refugiada en el baluarte del Estado y de los organismos internacionales. Ya no son megacapitalistas: son metacapitalistas � la clase que transcendi� el capitalismo y lo transform� en el �nico socialismo que alg�n d�a existi� o existir�: el socialismo de los grandes-se�ores y de los ingenieros sociales a su servicio.

Esa nueva aristocracia no nace, como la anterior, del hero�smo militar premiado por el pueblo y bendecido por la Iglesia. Nace de la premeditaci�n maquiav�lica basada en el propio inter�s y, a trav�s de un clero artificial de intelectuales subsidiados, se bendice a s� misma. 

Falta saber qu� tipo de sociedad podr� crear esa aristocracia auto-inventada � y cu�nto tiempo podr� durar una estructura tan obviamente basada en la mentira.