Est� prohibido saber

Olavo de Carvalho

Zero Hora, 13 de junio de 2004

 

 El heroico y patri�tico gobierno federal ha decidido restablecer el impuesto sobre la importaci�n de libros. La medida tendr� el efecto de un genocidio cultural, que ni siquiera ser� percibido por la poblaci�n, ya que los lectores de libros importados son una minor�a de estudiosos especializados, y el conocimiento, en la �tica dominante, es un lujo burgu�s perfectamente dispensable.

 La industria editorial local, consagrada a la producci�n de basura escolar y de futilidades elegantemente impresas, no ganar� nada con la eliminaci�n de la competencia extranjera, pues los libros que vienen de fuera son de tipos que no le interesan a ning�n editor brasile�o. Yo, por ejemplo, acabo de recibir, por correo, �History of Japanese Thought�, de Hajime Nakamura; �Aristotle's Modal Logic�, de Richard Patterson; �Gnostic Return in Modernity�, de Cyril O'Regan; �The Dynamics of Aristotelian Natural Philosophy from Antiquity to the Seventeenth Century�, de Cees Leijenhorst. �Qui�n, en Brasil, est� tan loco como para publicar esas cosas que no tendr�an m�s de tres lectores? De ahora en adelante, los tres lectores no van a poder leerlas ni en portugu�s ni en ninguna lengua.

 Hay otras obras extranjeras, de inter�s mucho m�s general, que traducidas hasta podr�an tener cierto �xito. Pero son �sas las que ning�n editor nacional osar� jam�s lanzarlas al mercado, exponi�ndose a la p�rdida de subvenciones estatales, al boicot de los medios de comunicaci�n y a otros da�os m�s substanciales.

Me refiero a los libros � que son miles � que ponen al d�a al mundo civilizado acerca de la historia del movimiento comunista y de su estrategia actual. Una vez divulgado ese material, nadie m�s en este pa�s seguir�a creyendo en el camelo de que el comunismo ha acabado. Peor: alertado sobre el hecho de que el movimiento comunista ha crecido y est� muy bien articulado con el terrorismo isl�mico, con los organismos internacionales, con los grandes medios de comunicaci�n occidentales y con varios gobiernos europeos, el p�blico podr�a unir los puntos de una figura que ahora le parece informe y ca�tica, y sacar una conclusi�n que, para el resto de la especie humana, es simplemente obvia: que Am�rica Latina est� hoy m�s pr�xima al comunismo de cuanto lo estuvo jam�s. De momento, la p�trea ignorancia general garantiza, a todo aquel que enuncie esa conclusi�n en voz alta, el diagn�stico infalible de mit�mano paranoico.

 Para que se hagan ustedes una idea, sin embargo, de hasta qu� punto estamos atrasados en esa �rea, basta indicar que hasta hoy no se ha publicado en este pa�s ni un solo libro o reportaje sobre algo que la poblaci�n de los EUA conoce desde el 11 de julio de 1995. Ese d�a fueron divulgadas por el FBI las descodificaciones de los telegramas enviados por el servicio secreto de la URSS a sus agentes en los EUA en los a�os 40-50. Cinco d�cadas de negaciones indignadas desembocaron as� en el m�s pat�tico de los desenlaces: todos los presuntos inocentes a quienes el famoso senador Joe McCarthy hab�a acusado de esp�as sovi�ticos, con una �nica excepci�n, eran efectivamente esp�as sovi�ticos. McCarthy hab�a calculado que eran 57. Eran m�s de trescientos. Los libros sobre eso son hoy abundantes, y los d�biles intentos que contin�an negando los hechos ya han sido totalmente desacreditados.

 Los brasile�os, inmunizados contra esas informaciones por la omisi�n premeditada de los medios de comunicaci�n y del mercado editorial, ahora est�n a�n m�s protegidos de ellas por el nuevo impuesto. Nadie aqu� leer�, ni en el original ni en la traducci�n, �The Venona Secrets� de Herbert Rommerstein y Eric Breindel; �In Denial�, de John Earl Haynes y Harvey Klehr; �Treason�, de Ann Coulter; �Dossier: The Secret History of Armand Hammer�, de Edward Jay Epstein, o cuaquiera de sus innumerables similares. Mucho menos tendr� acceso a los �Annals of Communism� de la Universidad de Yale, que documenta, en facs�mil, ochenta a�os de traiciones gentilmente encubiertas por el New York Times, por la CBS, por los Clintons, por los Gores, por los Kerrys, por toda la izquierda pija. Aqu�, la leyenda que presenta al �macartismo� como una larga noche de terror que se abati� sobre unos pobres inocentes sigue y seguir� siendo un dogma inconcuso �in aeternum�.