Olavo de Carvalho
O Globo, 5 de junio de 2004
Desde hace diez a�os el periodismo producido por los intelectuales de izquierda de este pa�s tiene una pauta secreta: yo. Basta que yo hable de alg�n tema del que no saben nada, y al d�a siguiente ya est�n ah� pontificando al respecto, omitiendo - claro est� - la cita de la fuente y removiendo Roma con Santiago para dar la impresi�n de que son veteranos en el asunto.
El problema es que ese personal no estudia nada, s�lo lee peri�dicos. Y leen peri�dicos s�lo para volver a absorber sus propias opiniones, reproducidas all� por sus correligionarios so capa de una encantadora multiplicidad de formas y pretextos que hasta les da la sensaci�n de estar leyendo algo nuevo. Mas, como perros que lamen su proprio v�mito, acaban adquiriendo el gusto y hart�ndose del men�. Entonces acuden a mi columna y, tras unos momentos de indignada perplejidad, tratan de recuperar el aplomo y ensayar la postura de aquel que ya lo sab�a todo. Eso resulta muy f�cil, dada la bicentenaria tradici�n de plagio que empapa la cultura nacional.
La dificultad no estriba en copiar, sino en copiar negativamente, es decir, en dar la impresi�n que la novedad indigesta le�da el d�a anterior no es m�s que una vieja mentira impugnada ya mil veces. Las habilidades teatrales requeridas para ello no son nada despreciables. De ah� la compulsi�n irrefrenable de sustituir mis afirmaciones por alg�n t�pico trasnochado que a ellas se asemeje desde el punto de vista de la completa ignorancia y, refutando f�cilmente a este �ltimo, darse el aire triunfante del que las ha aplastado.
El concepto de �estrategia revolucionaria continental�, por ejemplo, se refiere a un fen�meno muy preciso, documentado en las actas del �Foro de S. Paulo� y en los escritos de cientos de te�ricos gramscianos. Refutar la existencia objetiva de este fen�meno es tarea que supera las fuerzas humanas. La soluci�n, en un caso desesperado como �se, es cambiar el mencionado concepto por el de �teor�a de la conspiraci�n� y, partiendo de la certeza a priori de que todas las teor�as de la conspiraci�n son pura chifladura, dar por zanjado el asunto.
Otro ejemplo: la existencia de un gobierno mundial no declarado, manifestada en la imposici�n de legislaciones sociales, culturales, econ�micas, militares y criminales uniformes en todo el planeta y en la consiguiente abolici�n de las soberan�as nacionales, es un dato emp�rico inconcuso - siempre que uno haya estudiado esas legislaciones y sus fuentes, como yo, modestamente, vengo haciendo desde hace a�os. Si uno no quiere hacer eso, no cuesta nada recurrir al �Project for a New American Century� y presentarlo como si fuese el plan mismo de la dominaci�n mundial y no una tard�a reacci�n defensiva del pa�s que es el mayor objetivo de las ambiciones globalistas, que opone a estas �ltimas la propuesta mucho m�s sobria de un mero �liderazgo global� que, por cierto, ya le pertenece. Con un poco de l�brica imaginaci�n, hasta se lo puede equiparar al �Mein Kampf� e instilar en los lectores unas gotas m�s de paranoia antiamericana, convirti�ndolos en instrumentos inconscientes del poder global en su empe�o por corroer el �ltimo baluarte de resistencia, la soberan�a del pa�s m�s fuerte.
Entre el plagio y el parasitismo, se puede apelar tambi�n al recurso de desvirtuar el sentido de las palabras. �Desinformaci�n�, por ejemplo, aparece en mis art�culos en un sentido t�cnico, tal como se usa en la bibliograf�a especializada. En ese sentido, es obvio que toda operaci�n de desinformaci�n supone una organizada red de militantes y colaboradores diseminados por los medios de comunicaci�n, prontos para transmitir consignas. S�lo los movimientos antiamericanos poseen hoy en d�a una red como �sa, s�lo ellos tienen los medios para poner en pr�ctica la desinformaci�n. Pero las palabras no resisten a la deformaci�n sem�ntica. En Brasil, en Europa o en toda Am�rica Latina - e incluso en los grandes medios de comunicaci�n norteamericanos - algo como una �desinformaci�n pro-Bush� es una simple imposibilidad material, pero, desde que la masa de periodistas activistas ha aprendido a copiar el t�rmino de mis art�culos y regurgitarlo con su significado alterado, la creencia general en la existencia de ese fen�meno imposible se ha convertido en un dogma de la religi�n pol�tica nacional.