Olavo de Carvalho
O Globo, 29 de mayo de 2004
Entre las organizaciones que denunciaron el trato vejatorio dado a algunos prisioneros de guerra iraqu�es estaba la Freedom House, de Nueva York. Pero a nadie en ella se le ocurri� ni por asomo que se tratase de hechos de una gravedad equiparable a los que acontecen diariamente en los pa�ses comunistas y musulmanes. Digo eso no s�lo porque la diferencia entre humillar a prisioneros y torturarlos f�sicamente es visible a los ojos de la cara -- excepto si es una cara dura como la de tantos periodistas brasile�os --, sino porque poco antes de los acontecimientos de Abu-Ghraib dicha ONG hab�a publicado su informe The Worst of the Worst: The World's Most Repressive Societies (�Los peores de los peores: Las sociedades m�s represivas del mundo�), y basta leerlo para darse cuenta de que no hay comparaci�n posible entre la conducta de los americanos y la de sus cr�ticos m�s furibundos.
Detenciones arbitrarias en masa, exclusi�n del derecho de defensa, privaci�n de comida y una dosis tremenda de palizas, descargas el�ctricas y mutilaciones, son la raci�n habitual ofrecida a los presos pol�ticos de Birmania, China, Cuba, Guinea Ecuatorial, Eritrea, Laos, Corea del Norte, Arabia Saudita, Somalia, Sud�n, Siria, Turkmenist�n, Uzbequist�n, Vietnam, Marruecos, Rusia y T�bet. De esos diecisiete plusmarquistas de la maldad oficial, seis son socialistas, seis isl�micos y los restantes tienen reg�menes dictatoriales estatalistas. Ninguno de ellos padece los horrores del capitalismo liberal, ninguno gime de dolor bajo las botas del imperialismo americano o de la conspiraci�n sionista internacional.
En cuatro de ellos por lo menos -- China, Sud�n, Vietnam, T�bet --, el que est� fuera de la c�rcel puede ser matado en cualquier momento en las maniobras genocidas que, de cuando en cuando, en general con fines de represi�n religiosa, los gobiernos respectivos emprenden contra sus propias poblaciones, excepto en el caso del T�bet donde la faena la realizan las tropas chinas de ocupaci�n, que se encuentran all� en el ejercicio de un derecho que nuestro presidente de la Rep�blica considera incuestionable. El total de v�ctimas, en las �ltimas tres d�cadas, se calcula en cuatro millones de personas por lo menos -- minucia insignificante en comparaci�n con los sesenta millones de chinos liquidados por un r�gimen cuyos apologistas impenitentes se hallan a�n a pu�ados en el parlamento brasile�o, donde una vez por semana nos obsequian con discursos moralizantes sobre las virtudes de la democracia.
Desde esos diecisiete infiernos terrestres, diariamente llegan a los peri�dicos y a las TVs llamamientos desesperados en favor de presos sometidos a torturas corporales, llamamientos que van directamente al cubo de la basura para que no ocupen el espacio consagrado a la denuncia de esos crueles soldados americanos que, en Irak, filman a prisioneros de guerra desnudos sin tocarles ni un pelo de sus cabezas. Pues, en definitiva, tortura no es lo que los diccionarios definen como tal, sino cualquier abuso menor que pueda ser explotado como propaganda anti-Bush.
�Ser� que digo estas cosas porque soy un fan�tico derechista, y no porque existe realmente en el asunto una desproporci�n accesible a la pura raz�n humana, al puro sentimiento instintivo de justicia? La casi totalidad de los periodistas del eje R�o - S�o Paulo le asegurar� que s�, caro lector. Muchos de ellos saben que est�n mintiendo, pero, como dir�a Goethe, no pueden abdicar de su error porque le deben su subsistencia. Otros est�n tan da�ados intelectualmente por cuatro d�cadas de privaci�n de informaciones esenciales, que sentir�n una indignaci�n sincera frente a lo que les parecer� una s�rdida calumnia encargada por el capitalismo yanqui y, naturalmente, pagada a peso de oro. Y ser� tan avasallador el impacto de esa emoci�n en sus almas, que la simple hip�tesis de intentar comprobar period�sticamente la veracidad o falsedad de mis alegaciones les sonar� como una tentaci�n abominable, de la que buscar�n refugio en el ejercicio redoblado de sus devociones habituales y en la reafirmaci�n dogm�tica de una honestidad profesional inmune a cualquier sospecha. Hecho eso, dormir�n en paz, so�ando con el futuro socialista en el que, como promet�a Antonio Gramsci, �todo ser� m�s hermoso�.