Inversi�n total

Olavo de Carvalho

O Globo, 22 de mayo de 2004

 

 

Nadie ignora que el signatario de esta columna se mantiene lejos de cualquier filiaci�n pol�tica, que sus ideas no se alinean con las de ning�n partido, grupo organizado, lobby, sociedad secreta o cosa por el estilo.

 

No obstante, es a �l, y no a los portavoces de esas entidades -- incluso cuando se trata de militantes de carnet o de conocidos agentes profesionales de influencia --, al que le cuelgan la etiqueta de cr�tico ideol�gicamente comprometido, que como tal tiene que ser o�do con toda la suspicacia necesaria para eliminar, de lo que dice, la cuota presuntamente enorme de oblicuidad partidista deformadora.

 

El cineasta que hace apolog�a devota del Che Guevara, el pretendido sacerdote que remeda el ritual de la misa para igualar a Lula con Jesucristo, el reportero que se inventa cr�menes imposibles para manchar la reputaci�n de las Fuerzas Armadas, el columnista que no deja pasar un d�a sin echar su escupitajo ritual a la imagen satanizada de George Bush, �sos nunca son sospechosos de sesgo ideol�gico: son la personificaci�n misma del sano realismo, de la normalidad, del justo t�rmino medio.

 

Por eso ninguno de ellos es citado en los medios de comunicaci�n como �escritor de izquierda�, �artista de izquierda�, �periodista de izquierda� o algo as�. Cada uno de ellos es �escritor�, �pensador�, �artista� tout court, dejando claro que habla en nombre de todo su gremio y no de una parte at�pica y extravagante. El privilegio de tener el nombre de su ocupaci�n asociado siempre a un sello ideol�gico restrictivo pertenece a la derecha: �pensador de derecha�, �escritor de derecha�, etc. As� se distingue el todo de la parte, la norma del desv�o, lo cierto de lo dudoso. De ese modo se institucionaliza la discriminaci�n como una pr�ctica habitual que, por su propia constancia machacona, ya ni parece discriminaci�n.

 

M�s extendida todav�a es la cuantificaci�n que subraya la anormalidad del desv�o: todo aquello que est� a la derecha de la frontera socialdem�crata es �extrema� derecha, es �ultraderecha�. Pero estar a la izquierda de esa misma l�nea divisoria no equivale en modo alguno a ser de �extrema izquierda� o �ultraizquierda�. Ni siquiera quien haga causa com�n con las Farc, con Fidel Castro y con Hugo Ch�vez ser� jam�s de �extrema izquierda�.

 

�se es el uso ling��stico consolidado, nacido en periodicuchos y panfletos de partido, pero hoy incorporado a los h�bitos de los grandes medios de comunicaci�n, de los medios de comunicaci�n profesionales. Escribir as�, hoy, es ser id�neo y suprapartidario. Negarse a hacerlo es extremismo de derecha.

 

Si, al observar la universalidad de ese fen�meno, se�alo que coincide milim�tricamente con la definici�n gramsciana de la omnipotencia ideol�gica invisible, es, naturalmente, porque soy un extremista, y no porque esas cosas est�n pasando realmente. El hecho de que puedan ser comprobadas emp�ricamente por la estad�stica de los giros sem�nticos no significa nada. Y, si recuerdo al interlocutor que en la teor�a de Gramsci la mencionada omnipotencia incluye el poder de neutralizar como �aberraci�n� la denuncia de su propia existencia, no es porque he estudiado a Gramsci y s� lo que dice: es porque yo mismo soy, en el estricto sentido gramsciano, una aberraci�n.

 

No, no es la opini�n p�blica la que, llevada por la lenta y sutil manipulaci�n del vocabulario, se desliza cada vez m�s hacia la izquierda imagin�ndose que contin�a en el centro, como el beb� que cree ver, desde la ventanilla del autob�s, que el mundo corre hacia atr�s mientras �l permanece inm�vil en el regazo de su madre. Soy yo que el que saco las cosas de quicio, al irme cada vez m�s hacia la derecha -- hacia la extrema derecha -- y ver, en mis delirios, que el centro va hacia la izquierda.

 

Ahora mismo, el columnista Arnaldo Bloch acaba de tacharme de promulgador de absurdos, por haber dicho que el partido gobernante tiene una alianza pol�tica con las Farc y el MIR chileno. El hecho de que esa alianza haya sido reiterada en diez a�os de actas y resoluciones del �Foro de S�o Paulo�, firmadas por su fundador y presidente Lu�s In�cio Lula da Silva junto con los representantes de esas organizaciones, s�lo prueba, por tanto, que dicha alianza jam�s ha tenido lugar. �Para qu� sirven, al fin y al cabo, montones de documentos, cuando contrar�an una creencia subjetiva nacida del completo vacuo de informaciones y cacareada en tono de certeza auto-evidente?