Olavo de Carvalho
Folha de S. Paulo, 20 de mayo de 2004
Desde la guerra de Argelia (1954-1962), la idea de "guerra asim�trica" se convirti� en el principio orientador de la estrategia anti-occidental. El concepto de guerra asim�trica, inspirado en el "combate indirecto" de Sun Tzu, cuya obra �Arte de la Guerra" ya circulaba en ediciones oficiales en la URSS y en los pa�ses sat�lites en los a�os 50, es en esencia el de una lucha en la que uno de los bandos no admite ninguna clase de trabas: puede hacer lo que le d� gana y encima aprovechar como arma los compromisos morales, jur�dicos y sociales que atan las manos del adversario.
La guerra asim�trica es la sistematizaci�n militar de la m�xima enunciada en 1792 por el diputado Collot d'Herbois, en la Convenci�n Francesa: "Todo le est� permitido a quien act�a a favor de la revoluci�n".
Un analista estrat�gico canadiense, el capit�n de fragata Hugues Letourneau, se�ala que el Frente de Liberaci�n Nacional argelino recurr�a habitualmente a "huelgas generales, emboscadas, terrorismo practicado contra su propia poblaci�n y contra otras organizaciones argelinas de liberaci�n, asesinatos, torturas, mutilaciones, substracci�n de grandes sumas de dinero a la poblaci�n civil, sabotaje industrial y agr�cola, destrucci�n de bienes p�blicos, intimidaci�n y muerte de presuntos colaboracionistas, campa�as de desinformaci�n, etc.". En cambio, cualquier m�nimo acto ilegal de las fuerzas de ocupaci�n era utilizado por la intelectualidad activista de Par�s como un instrumento de chantaje moral para mantener paralizado al gobierno franc�s por miedo al esc�ndalo.
Para que surta efecto, la asimetr�a tiene que impregnar profundamente los h�bitos de valoraci�n de la opini�n p�blica, de modo que no perciba la inmoralidad intr�nseca de las exigencias presuntamente morales que le hace a uno de los contendientes mientras concede al otro el beneficio de la indiferencia o del silencio c�mplice. Un ejemplo es el desequilibrio en el trato dado a las ocupaciones de Irak y del T�bet, orientado a inducir en el p�blico la impresi�n de que una operaci�n militar temporal, planificada como ninguna otra anteriormente para evitar da�os a la poblaci�n civil, es un crimen m�s grave que la ocupaci�n continua, la destrucci�n premeditada de una cultura milenaria y el genocidio permanente que ya ha producido un mill�n de v�ctimas.
La asimetr�a, ah�, se ha consagrado de tal modo como derecho natural inherente a uno de los antagonistas que la simple sugerencia de comparar la actuaci�n americana con la china suena ya a extempor�nea, de mal gusto y sospechosa de complicidad venal con "intereses inconfesables a sueldo de Wall Street" (este mismo art�culo, obviamente, entrar� en dicha clasificaci�n). Del mismo modo, media docena de abusos sangrientos cometidos por los soldados americanos en Irak -- inevitables en toda guerra, por m�s que las autoridades vigilen a sus tropas -- aparecen ya en los medios de comunicaci�n como crueldades m�s odiosas que la pr�ctica habitual de la tortura y de los asesinatos pol�ticos en tiempo de paz, corrientes en tantos pa�ses isl�micos, sin contar las persecuciones religiosas (jam�s noticiadas en Brasil), que ya han matado en ellos a m�s de 2 millones de cristianos en las �ltimas d�cadas.
La guerra asim�trica es practicada m�s f�cilmente por organizaciones revolucionarias, exentas de los compromisos que pesan sobre los Estados constituidos. Pero algunos Estados que dan respaldo discreto a esos movimientos tambi�n pueden utilizar esa misma estrategia. Un libro reciente de dos coroneles chinos, "La guerra allende las reglas", publicado en 1999, muestra que el gobierno de China est� profundamente implicado en la guerra asim�trica antiamericana. Y esa guerra no ser�a asim�trica si, una vez que su concepto ha llegado a ser de dominio p�blico, la responsabilidad del uso masivo de esa t�cnica perversa no hubiese sido imputada, precisamente, a su principal v�ctima.
Pocos d�as despu�s del 11 de septiembre, Le Monde Diplomatique se refer�a, con notable cara dura, a la "estrategia oficial americana de la guerra asim�trica". No explicaban, evidentemente, c�mo pod�an hacer guerra asim�trica los EUA siendo, en el mundo, el Estado m�s expuesto al juicio de la opini�n p�blica y no poseyendo en los medios de comunicaci�n internacionales -- m�s a�n, ni siquiera en los americanos -- una red organizada de colaboradores como la que disponen los movimientos antiamericanos, capaces hoy de imponer a toda la poblaci�n mundial, en pocas horas, su propia versi�n de los acontecimientos, simulando una convergencia espont�nea.
La operaci�n es m�s eficiente a�n, cuando se realiza en un terreno previamente preparado por la "ocupaci�n de espacios" gramsciana, que, bloqueando y seleccionando las fuentes de informaci�n, predispone al p�blico a aceptar como naturales e inocentes las m�s enga�osas manipulaciones ideol�gicas de los noticiarios.
En Brasil, por ejemplo, est� prohibido, desde hace tres d�cadas al menos, el acceso a la opini�n de los conservadores americanos. Sus libros -- miles de t�tulos, muchos de ellos cl�sicos, del pensamiento pol�tico -- nunca son traducidos ni constan en ninguna biblioteca universitaria. Sus ideas s�lo llegan al conocimiento del p�blico nacional por medio de la versi�n comunista oficial, monstruosamente distorsionada, creada en 1971 por el historiador sovi�tico V. Nikitin en su libro "The Ultras in the USA" y hasta el d�a de hoy transmitida servilmente de generaci�n en generaci�n, en los centros de ense�anza y en los peri�dicos, por unos cuantos taimados conscientes y miles de idiotas �tiles que no tienen ni idea del origen remoto de sus opiniones.
�Qui�n, que haya sido educado en ese medio, puede sospechar que haya alguna falsedad en el bombardeo de noticias que hacen de George W. Bush una especie de Stalin de derecha? Romper ese bloqueo es un reto que s�lo los estudiosos aplicados pueden vencer, mediante esfuerzos de investigaci�n que no est�n al alcance del ciudadano medio. Y la voz de dichos estudiosos suena rid�culamente inaudible cuando intentan alertar a la poblaci�n de esa tremenda realidad: desde la irrupci�n de la estrategia asim�trica, la desinformaci�n, en el sentido t�cnico y literal del t�rmino, como arma de guerra, se ha convertido en la ocupaci�n m�s constante y regular de los grandes medios de comunicaci�n, suplantando ampliamente la obligaci�n nominal que un d�a fue la del periodismo.
El peligro al que todo ello expone a la poblaci�n es monstruoso y no disminuir� mientras la sociedad civil no instituya la "fiscalizaci�n externa" de los medios de comunicaci�n, sometiendo a proceso judicial por propaganda enga�osa a los �rganos que se nieguen a transmitir de manera fidedigna y cuantitativamente equilibrada las informaciones y opiniones provenientes de fuentes opuestas entre s�.