Olavo de Carvalho
Zero Hora, 16 de mayo de 2004
El otro d�a entr� en contacto conmigo un profesor de facultad que ped�a informaciones sobre el movimiento conservador en los EUA para una tesis sobre relaciones internacionales. Hab�a buscado en las principales bibliotecas universitarias del pa�s, sin encontrar m�s que cinco o seis t�tulos. Eso indica hasta qu� punto Brasil, inmerso desde hace dos d�cadas en un pozo de ilusiones solipsistas, ha ido a parar lejos de la realidad del mundo.
Analizar al actual gobierno americano sin conocer su retaguardia doctrinal e ideol�gica ser�a como pontificar sobre Stalin, en la d�cada de los 40, sin jam�s haber o�do hablar de Marx o de Lenin. Nuestros comentaristas de los medios de comunicaci�n y nuestros profesores universitarios hacen eso sin el m�s m�nimo escr�pulo, pareciendo creerse detentores de una ciencia infusa que prescinde de todo contacto con los hechos y los textos.
Hace a�os, denunci� el fraude de un �Dicion�rio Cr�tico do Pensamento da Direita�, elaborado con dinero p�blico por un centenar de acad�micos. Prometiendo un panorama cient�fico de una importante corriente pol�tica mundial, la obra omit�a todos los principales escritores y fil�sofos conservadores y los substitu�a por unos panfletarios de quinta categor�a, premeditadamente escogidos para crear una impresi�n de miseria intelectual y fanatismo salvaje.
Por la muestra num�ricamente significativa de los signatarios de ese bodrio, era obligatorio concluir que el establishment universitario brasile�o hab�a perdido los �ltimos escr�pulos de seriedad y aceptado convertirse en instrumento consciente de la explotaci�n de la ignorancia popular.
Como movimiento intelectual consciente, el conservadurismo anglosaj�n empez� en 1945, y est�n asociados a �l los nombres de algunos de los mayores pensadores del siglo XX, como Leo Strauss, Eric Voegelin, Thomas Molnar, Friedrich Hayek, Ludwig von Mises, James Burnham, Roger Scruton, Irving Kristol, Thomas Sowell. Si esos y tantos otros de su mismo nivel est�n excluidos de las bibliotecas universitarias y de las estanter�as de las librer�as brasile�as, no hay en ello nada de sorprendente: ning�n esfuerzo activo de desinformaci�n puede prosperar sin la previa supresi�n de las fuentes que lo desmienten. Hay que hacer inaccesibles esas lecturas, antes que nada, en virtud de la fuerza intelectual que irradian, capaz de contaminar peligrosamente a una juventud a la que s�lo la virginidad mental mantiene prisionera en la jaula del oscurantismo izquierdista. La riqueza y la amplitud crecientes del debate cultural y pol�tico norteamericano, especialmente en el ala conservadora, lo han vuelto ya tan inaccesible a la imaginaci�n brasile�a que �sta prefiere refugiarse en la confortable ilusi�n de que dicho debate no existe.
Pero no est� bloqueado solamente el acceso a las ideas, sino tambi�n a los hechos. Por falta de fuentes, nadie en este pa�s sabe nada de lo que los historiadores occidentales han descubierto en los Archivos de Mosc� desde 1990 sobre la historia del comunismo, retaguardia indispensable para la comprensi�n del estado actual de ese movimiento, que se va imponiendo en Am�rica Latina ante los ojos ciegos de millones de muermos que lo imaginan muerto e inexistente.
No hay precedente hist�rico de una carencia de informaciones tan vasta, tan profunda, tan duradera. Ni mucho menos de un pueblo que, con el despreocupado conformismo de los inconsecuentes, se haya acomodado tan placenteramente a la ignorancia impuesta.
Esa indolencia mental, ese desprecio por la b�squeda del conocimiento, concomitante a la orgullosa afirmaci�n de certezas arbitrarias, produce fatalmente un desajuste en el orden pr�ctico, que se traduce, ret�ricamente, en la jactancia pat�tica de los derrotados y de los impotentes.
No es verdad que todo pueblo tiene el gobierno que se merece. Pero el brasile�o, sin la menor duda, lo tiene.