Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 6 de mayo de 2004
Las discusiones normales sobre evolucionismo y creacionismo, ciencia y fe, espiritualismo y materialismo, son en general muy pobres en comprensi�n filos�fica, en comparaci�n con la riqueza de datos y argumentos que ponen en juego. Si tuviese que meter mi cuchara en este tema lo har�a s�lo con la intenci�n de llamar la atenci�n sobre algunas precauciones b�sicas que han sido bastante descuidadas en dicho asunto.
Es que el ser humano s�lo tiene tres lenguajes para dar forma a lo que aprehende en la realidad: el mito, que expresa compactamente las impresiones de conjunto; la ciencia experimental, que describe y explica los grupos particulares de fen�menos seg�n un protocolo convencional de m�todos y razonamientos; la filosof�a, que establece la transici�n entre los dos anteriores. Todo conocimiento satisfactorio de los or�genes escapa necesariamente a las posibilidades de la ciencia, ya que su descubrimiento no ser�a m�s que un cap�tulo del mismo proceso c�smico que se pretende explicar y no un milagroso arrebato de la mente cient�fica hacia fuera y por encima del proceso. Un evolucionismo consecuente tendr�a que explicarse a s� mismo como una etapa de la evoluci�n, pero para eso ser�a forzado a renunciar a su pretensi�n de veracidad literal y a aceptar no ser sino un s�mbolo provisional, uno m�s despu�s de tantos otros, sujeto, como todos ellos, a convertirse tarde o temprano en su contrario. La �nica verdad del evolucionismo es la de una contrapartida dial�ctica del creacionismo, as� como ning�n creacionismo puede existir sin dejar abierta alguna brecha evolucionista.
La inteligencia humana camina en direcci�n a un conocimiento explicativo de los or�genes y de los fines y siente por �l una atracci�n que es un elemento constitutivo y esencial de su estructura; pero una tendencia no es, ni nunca lo ser�, una realizaci�n. El ideal de la ciencia como conocimiento universal apod�ctico es al mismo tiempo un espejismo inalcanzable y el principio efectivo que da estructura y validez al esfuerzo cient�fico. Es algo simult�neamente real e irreal � exactamente como el significado de los mitos, que brilla en la distancia pero evita una aclaraci�n fidedigna. Toda ciencia, en ese sentido, es ritual: continua reencarnaci�n esc�nica de un sentido inaugural (y al mismo tiempo �ltimo) que ni puede desaparecer por completo de la escena visible ni manifestarse por entero dentro de ella, por la sencilla raz�n de que la abarca y trasciende. �En �l vivimos, nos movemos y somos�, dec�a el Ap�stol.
Por eso la b�squeda incoercible e insaciable del conocimiento apod�ctico, lo mismo que el conocimiento potencial que ya se insin�a en ella, s�lo se expresa apropiadamente en el lenguaje mitol�gico, y eso es m�s cierto a�n cuanto mas se ampl�a esa tendencia para abarcar la �totalidad�. Toda teor�a cient�fica o especulaci�n filos�fica de los or�genes desemboca, en �ltima instancia, en el mito, y, por eso, acusarla de mito no es una objeci�n seria. Tanto el evolucionismo como el creacionismo son mitos, es decir, narrativas anal�gicas, insinuaciones finitas de un contenido infinito, separadas de su sentido por un abismo tan inconmensurable como ese mismo sentido.
Todos los mitos giran en torno a dos modelos b�sicos: el creacionismo b�blico y el casualismo epic�reo. No se trata de escoger entre ambos el m�s "cient�fico", lo que no ser�a m�s que una confusi�n de planos, una "met�basis eis allo gu�nos" (interpolaci�n de g�neros), sino de averiguar cu�l es el m�s apropiado para expresar la estructura de la realidad existencial y, por tanto, el adecuado posicionamiento del hombre en el proceso c�smico. Como esta estructura es observada desde dos puntos de vista -- la confianza de los creyentes en un Dios bondadoso y el sentimiento gn�stico de abandono --, sin que uno pueda suprimir al otro, dado que ambos constituyen elementos estructurales de la misma condici�n humana que se desear�a expresar, el debate tiene que ser trasladado del terreno de las pretensiones cient�ficas al de la adecuaci�n existencial. Es en el autoconocimiento, y no en especulaciones cosmol�gicas disparatadas, donde se descubre, cuando se puede, la eficacia mayor y la mayor legitimidad intelectual del creacionismo, cosa que no nos da evidentemente los medios para "refutar" el casualismo, sino s�lo para desenmascararlo como una mentira existencial. Mentira existencial porque, no pudiendo explicarse a s� mismo como una etapa del proceso, no reconoce esa impotencia suya constitutiva y, en vez de eso, se refugia en un simulacro de trascendencia, en su pretensi�n de certeza cient�fica final capacitada para exorcizar para siempre todos los mitos.