El poder del farol

Olavo de Carvalho

O Globo, 24 de abril de 2004

 

 

La desinformaci�n proviene del exceso de informaci�n, de su encantamiento, de su repetici�n en c�rculos�, dice Jean Baudrillard, citado por mi querido Merval Pereira el d�a 21. La descripci�n es exacta, pero, como cab�a esperar de un autor que es hoy la encarnaci�n m�s completa de la impostura intelectual en Francia, s�lo enuncia una verdad gen�rica para poder darle a continuaci�n una aplicaci�n particular monstruosamente falsa. Pues el hombre pretende � nada m�s ni nada menos � que haya en el mundo un proceso en marcha de desinformaci�n... para justificar la invasi�n americana de Iraq.

 

Alan Sokal, en �Imposturas intelectuales�, ya mostr� que uno de los procedimientos argumentativos m�s constantes del autor de Le Syst�me des Objets es el farol. Por en�sima vez, Baudrillard lanza el peso de una sentencia ex cathedra contra hechos objetivamente verificables, y no pierde su apuesta. Aunque todos los lectores sean conscientes del masivo antiamericanismo de los grandes medios de comunicaci�n de Europa y de EUA, el maestro manda creer que est�n al servicio de George W. Bush, y muchos de ellos dicen am�n, por miedo a entrar en combate con una lumbrera de la ciencia provistos s�lo con armas accesibles al ciudadano com�n. La premisa subyacente es que uno puede haber le�do muchas noticias, pero el profesor debe haber le�do m�s, de lo contrario no dir�a lo que est� diciendo. La tentaci�n de investigar s�lo les pasa por la cabeza a dos o tres inoportunos que pueden ser descartados a priori como fan�ticos de derecha o, en �ltimo caso, como patanes incultos que en plena moda de desconstruccionismo y relativismo todav�a creen en la verdad objetiva. Baudrillard, consciente de eso, puede proclamar tranquilamente que la Tierra es c�bica, que dos y dos son cinco o que los medios de comunicaci�n hablan bien del presidente americano. Nadie le va a contradecir, excepto yo, que, como nadie ignora, soy neonazi y agente del Mossad, adem�s de pat�n inculto autoproclamado fil�sofo entre comillas.

 

Pero esa vil explotaci�n de la cobard�a intelectual del p�blico no funcionar�a sin las ra�ces que la apuntalan en el s�lido suelo de un h�bito milenario. Nuestro Se�or nos orden� arrancarnos el ojo que nos escandaliza, y a lo largo de veinte siglos los creyentes se han acostumbrado a refugiarse en la autoridad de la tradici�n contra el asedio de presuntos hechos que parezcan desmentir su fe. Desde que la clase de los �intelectuales� ocup� el lugar del clero en la gu�a moral y mental de las multitudes e hizo del odio revolucionario el Ersatz oficial de la caridad cristiana, nada m�s l�gico que el que esa clase apele a un reflejo condicionado que la sedimentaci�n del tiempo ha vuelto infalible, orden�ndole al p�blico que se arranque los ojos para no ver lo que est� en todos los noticiarios de la TV.

 

Hay una diferencia, claro est�. En el cristianismo, no todos los fieles se contentan con la obediencia ingenua. Algunos quieren argumentos y pruebas, y, empezando por discusiones banales sobre milagros y virtudes, pueden entrar en una escalada intelectual que reforzar� su fe en la misma medida que aumenta y consolida su acervo de conocimientos. En efecto, dec�a Einstein, un poco de estudio nos aleja de la religi�n, mucho estudio nos aproxima a ella. En cambio, con el prestigio de la intelectualidad activista sucede lo contrario. Si estudias mucho, acabas descubriendo lo que Sokal descubri�: que los Baudrillards no son m�s que charlatanes despreciables. Por eso su autoridad se basa en el farol: apuestan que la mayor�a semiculta se va a abstener de comprobar lo que dicen y, por un efecto estad�stico muy previsible, acaban ganando en la mayor�a de los casos.

 

De ese modo la palabra �desinformaci�n� vaciada de su sentido t�cnico que presupone el control estatal o partidario de los medios de comunicaci�n, puede ser usada para camuflar la desinformaci�n efectiva, atribuyendo poderes desinformadores a quien no disfruta de ellos en modo alguno y ocultando el ejercicio de los mismos por parte de quienes s� los detentan y utilizan en una alucinante �repetici�n en c�rculos� de un discurso antiamericano obsesivo y omnipresente.

 

Baudrillard es el equivalente europeo de Noam Chomsky: nada de lo que dice � tanto en sus obras acad�micas como en sus opiniones period�sticas � resiste un atento an�lisis.