Olavo de Carvalho
Zero Hora, 18 de abril de 2004
El tono en que escribe un autor es la tarjeta de visita con que presenta su identidad social y muestra la fuente de la autoridad en que se apoya. El tono impersonal y neutro denota al profesional que habla en nombre de la ciencia o de la t�cnica. Un estilo indignado y vehemente, al tribuno que aspira a ser portavoz de la moralidad p�blica. La solemnidad aristocr�tica revela al estadista, al magistrado, encarnaci�n de las leyes y del poder. La burla, la sinceridad estrafalaria se�alan al �artista� que pretende pasar por encima de las convenciones sociales aunque �l mismo sea hoy por hoy el tipo m�s convencional.
Un escritor aut�ntico huye de esos estereotipos y no descansa hasta dar con su tono personal, en el que siente que habla con su voz propia. Escribir as� tiene un precio: uno no personifica ninguna autoridad m�s que la inherente al contenido mismo de lo que dice. Somete sus ideas al juicio directo del p�blico, sin la protecci�n de un envoltorio grupal.
Por incre�ble que parezca, ese tono tiene una fuerza propia que a veces se sobrepone al de las diversas autoridades, reales o postizas, en la lucha por conseguir la atenci�n del p�blico. Pero lo que ese tono da sobre todo al que lo practica es la habilidad de reconocer, por contraste, los diversos estilos est�ndar y el uso perverso que se hace de ellos. Pues no sirven s�lo para exhibir genuinas identidades sociales, sino sobre todo para revestir al que habla de una autoridad falsa.
Conozco, por ejemplo, un periodista que desde hace veinte a�os no hace m�s que cortejar a los militares y, de vez en cuando, tiene encima la cara dura de colgarle a alguien el sambenito de �rata de cuartel�. Quien lo escucha tiene la impresi�n de estar ante un furibundo antimilitarista, sin percibir que lo �nico que est� haciendo es usar la receta leninista para el trato con los enemigos: �Ll�males lo que eres t�.�
Pero nadie supera en esa pr�ctica al dichoso �Fray Betto� (entre comillas porque es fraile como eran coroneles los terratenientes del Nordeste). En sus escritos, el tono homil�tico y el recurso convencional a los buenos sentimientos -- �fraternidad�, �paz�, �amor� -- denotan su intenci�n de ser escuchado como una autoridad sacerdotal. La puesta en escena es reforzada por eso de �Fray�, que el p�blico enga�ado toma como emblema de una condici�n eclesi�stica al menos informal. Pero el Sr. Betto no es sacerdote, no es fraile, ni siquiera es miembro seglar de la Iglesia. Es cortesano de Fidel Castro, co-redactor de la constituci�n cubana, uno de los responsables de la longevidad de una dictadura anticristiana, y ha incurrido en la pena de excomuni�n autom�tica destinada a los colaboradores de reg�menes comunistas por un decreto firmado sucesivamente por dos papas, P�o XII y Juan XXIII. Est�, literalmente, fuera de la Iglesia. Seguir firmando como �Fray�, despu�s de eso, es poner por encima de los mandamientos de Cristo una presunci�n vanidosa (o publicitaria) cuyo origen en la hybris demon�aca no puede ser m�s evidente. Ese sujeto, lector y disc�pulo de Antonio Gramsci, ha puesto en pr�ctica al pie de la letra la lecci�n de su maestro que ense�aba no combatir a la Iglesia Cat�lica, sino vaciarla de su contenido espiritual y utilizar su c�scara vac�a para la propaganda comunista. Es lo que acaba de hacer literalmente al poner en escena un simulacro de Misa en el Palacio del Planalto, lav�ndole los pies a un militante del MST [Movimiento de los Sin-Tierra], proclamando a Lula como una encarnaci�n de Jes�s y equiparando la farsa fraudulenta de la campa�a �Hambre Cero� al milagro de la multiplicaci�n de los panes. No hace falta entender de teolog�a para reconocer en todo ello una parodia sat�nica en estado puro. Basta tener el sentido est�tico que distingue entre lo sublime y lo grotesco.
No es extra�o que ese militante del Anticristo busque seducir no s�lo a los cat�licos, sino a los fieles de otras religiones. Su reciente ataque anti-Gibson hasta puede hacer que les caiga simp�tico a los jud�os, si son lo bastante idiotas como para aceptar la protecci�n de un c�mplice de Yasser Arafat.