Olavo de Carvalho
O Globo, 10 de abril de 2004
Cuando Boris Yeltsin abri� al p�blico los archivos del Instituto de Marxismo-Leninismo del Partido Comunista Sovi�tico, en 1992, dos investigadores americanos, John Earl Haynes y Harvey Klehr, analizaron all� miles de p�ginas de documentos que demostraban la infiltraci�n de m�s de trescientos agentes sovi�ticos en el gobierno de los EUA durante la Guerra Fr�a � una acusaci�n que durante d�cadas hab�a sido sistem�ticamente impugnada como una �calumnia derechista� por el establishment acad�mico y period�stico americano.
Esos documentos fueron publicados en varios vol�menes en la colecci�n �Annals of communism� de la Yale University Press. Ning�n investigador o periodista brasile�o � con la imperdonable excepci�n de quien les habla � ha dado hasta hoy la menor se�al de haber tomado conocimiento de ese material o de desear hablar al respecto. El motivo de la omisi�n es m�s que evidente: si llegasen a conocimiento de nuestro p�blico las dimensiones mastod�nticas y la durabilidad de la mentira izquierdista en la historia de la Guerra Fr�a, podr�an insuflar en su coraz�n el deseo pecaminoso de insinuar comparaciones y de plantear preguntas � una cat�strofe que debe ser evitada a toda costa. La versi�n oficial de la Historia de este pa�s en las �ltimas cuatro d�cadas es tan uniforme, tan lineal, tan exenta de dudas y problemas, que sin la menor dificultad ha sido posible recogerla en miles de libros que se confirman unos a otros, y transmitirla a los peri�dicos, a los programas de TV y a los manuales escolares, hasta convertirla en patrimonio com�n e incuestionable de todos los brasile�os de los ocho a los ochenta a�os. Ser�a realmente una canallada, un crimen, perturbar la armon�a de la memoria colectiva mostr�ndole hechos que no encajan en la perfecci�n geom�trica de un edificio tan maravillosamente construido.
Nadie que lea los documentos de Haynes y Klehr dejar� de conjeturar, por ejemplo, sobre c�mo fue posible que la acci�n clandestina sovi�tica, tan omnipresente en lo altos escalafones federales americanos, se abstuviese por completo de echarle una mano al gobierno pro-comunista del Sr. Jo�o Goulart que, por aquel entonces, abr�a enormes fisuras en la hegemon�a continental de los EUA. Y todo aquel que se haga esa pregunta, contemplando la inmensidad de la bibliograf�a existente sobre dicho per�odo, no podr� dejar de preguntarse c�mo ha sido posible escribir tantas cosas sin usar jam�s las tres letras K, G y B. Tanto m�s si se tiene en cuenta que otras tres letras, C, I y A, aparecen pr�cticamente en cada p�gina. Llevado por una curiosidad malsana, tal vez el lector salte entonces de ese detalle a otro m�s asombroso a�n: en las bibliotecas enteras que se escribieron para ense�ar que en aquella �poca Brasil estaba abarrotado de agentes de la CIA en permanente conspiraci�n, no consta un �nico documento americano que ofrezca el nombre de alguno de esos agentes; mientras que un alto funcionario del �inexistente� espionaje sovi�tico en Brasil ha confesado p�blicamente que ten�a a su servicio, en aquella �poca, al menos doscientos periodistas brasile�os, pagados como agentes de influencia.
Cuando alguien se haya dado cuenta de ello, ser� dif�cil persuadirlo de que ese problema de las letras faltantes y sobrantes no es m�s que una anomal�a ortogr�fica sin el menor significado hist�rico. Por eso reina en este pa�s un completo silencio sobre el descubrimiento historiogr�fico m�s importante de los �ltimos cincuenta a�os. Si usted se entera de lo que pas� en EUA, querr� saber qu� aconteci� en Brasil. Y entonces ya no aceptar� con pasividad bovina � o �ciudadana� � la mentira-modelo impuesta a un pa�s entero por obra y gracia de toda una generaci�n de historiadores, periodistas y memorialistas.
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Cuando este art�culo ya estaba preparado he recibido la noticia de que la �Hist�ria oral da Revolu��o de 1964�, impresionante colecci�n de testimonios que acaba de ser publicada por Bibliex, ha sido retirada de la circulaci�n por orden del ministro del Ej�rcito. �Lo han entendido bien? Nadie, tanto civil como milico, est� autorizado a sacrificar en aras de los meros hechos la coherencia est�tica de la Historia oficial.