Pasado y presente

Olavo de Carvalho
O Globo, 3 de abril de 2004

 

 

�La Historia me absolver�, dec�a Fidel Castro. La confianza del ogro caribe�o en el tribunal del futuro ya deber�a llamarnos la atenci�n sobre una realidad elemental: si la historia de los acontecimientos est� hecha por los hombres, la historia narrativa no est� escrita por los dioses. La conquista de la verdad sobre el pasado no es nunca un beneficio autom�tico alcanzado por el decorrer del tiempo: es un premio que cada generaci�n tiene que reconquistar en su lucha contra el olvido y la falsificaci�n.

 

Esa lucha se ha hecho m�s urgente en la modernidad, al propagarse entre los gu�as filos�ficos de la multitud -- simult�neamente y en competencia desleal con la constituci�n de la historia como ciencia -- un modus ratiocinandi que yo llamo �mesi�nico�, y que consiste en inventarse un futuro para acomodar despu�s a su imagen la visi�n del pasado y del presente. Maquiavelo, Hobbes, los enciclopedistas, Comte, Karl Marx, todos ellos basan su concepci�n de la realidad no en el an�lisis de la experiencia efectiva, sino en suposiciones pseudoprof�ticas que ocultan dicha experiencia y que acaban haci�ndola inaccesible.

 

Incluso en las culturas ricas y pujantes, la lucha contra el acomodamiento ideol�gico del pasado es limitada y dificultosa, pues el oficio de historiador no se ejerce as�pticamente sino dentro del entramado de una red de organizaciones profesionales f�cilmente dominadas por movimientos pol�ticos. En los �ltimos 150 a�os, pr�cticamente uno solo de esos movimientos se ha dedicado de manera continua y sistem�tica a la conquista de la hegemon�a sobre las instituciones culturales, sin encontrar m�s que algunas resistencias parciales y temporales. De ese modo, como lo describe Harvey Klehr en su obra reci�n publicada �In Denial�, la Organizaci�n de Historiadores Americanos (OAH) se ha convertido en una central de desinformaci�n comunista, m�s eficiente incluso que sus equivalentes estatales sovi�ticas. La historia de la �guerra fr�a� sigue siendo todav�a en las universidades americanas un feudo intelectual comunista, s�lo amenazado �ltimamente por las protestas de algunos estudiantes conservadores que exigen la divulgaci�n de documentos ocultados durante mucho tiempo, como por ejemplo la lista de los agentes sovi�ticos infiltrados en el gobierno americano en la d�cada de los 50, mucho m�s larga que aqu�lla cuya revelaci�n por parte del senador Joe McCarthy dio a �ste la fama de acusador liviano y perseguidor de inocentes.

 

Si eso es as� en los EUA, imag�nense cu�nta m�s facilidad tendr� una clase acad�mica organizada como militancia de la falsificaci�n para imponer a un pa�s culturalmente raqu�tico como Brasil una versi�n hist�rica ideol�gicamente interesada, basada en la supresi�n sistem�tica de hechos y de documentos.

 

Por ejemplo, la famosa �intervenci�n americana� en el movimiento de 1964 todav�a sigue siendo aceptada como una verdad sacrosanta, dos d�cadas despu�s de que el esp�a checo Ladislav Bittman haya confesado que �l y sus asesores hab�an inventado esa leyenda, falsificando los documentos y distribuy�ndolos a los medios locales de comunicaci�n.

 

Quien tiene ese don de reinventar el pasado puede, con m�s facilidad a�n, alterar la fisonom�a del presente. Nada m�s previsible, en ese sentido, que la habilidad con la que el gobierno petista se ha salvado de las acusaciones de corrupci�n, haciendo recaer sobre sus acusadores la sospecha de haber tramado un golpe de Estado, en la misma semana en la que daba una recompensa en dinero al MST [Movimiento de los Sin-Tierra] por su promesa de abrir las puertas del infierno. Si alguien pens� que investigando a �Waldomiros� pod�a hacer tambalear en alguna medida el esquema de poder que nos gobierna, fue simplemente porque no calcul� bien las fuerzas en juego y, en realidad, no entendi� nada de lo que est� pasando en este pa�s en los �ltimos veinte a�os. Los pol�ticos de la oposici�n tienen que estar prodigiosamente atontados como para creer que pueden poner en un brete al gobierno con denuncias de corrupci�n a la vez que, desamparados, apelan a la compasi�n del mismo ante las amenazas del MST. Desde hace dos d�cadas nuestros l�deres pol�ticos y empresariales no hacen m�s que dejarse intoxicar pasivamente por la cultura izquierdista, asumir la versi�n izquierdista de la historia, contemplar con indiferencia o simpat�a la ocupaci�n de espacios y la conquista de la hegemon�a. �Qu� pretenden, despu�s de eso? �Desafiar al �dolo que han fabricado al mismo tiempo que imploran su protecci�n?