Olavo de Carvalho
Jornal da Tarde, 11 de marzo de 2004
Hace dos semanas, escrib� aqu� que nada, con excepci�n de algunos cambios imprevisibles en el panorama internacional o de una intervenci�n de la voluntad divina, debilitar�a el poder del PT. En los d�as siguientes, el estallido del esc�ndalo Waldomiro pareci� desmentir mis palabras, pero, pasadas dos semanas, mostr� ser la m�s cabal confirmaci�n que pod�an esperar. Si algo ha demostrado ese acontecimiento, ha sido que: (1�) el partido gobernante no tiene la menor intenci�n de doblegarse a las exigencias morales y legales que utiliz� durante una d�cada para destruir reputaciones, remover obst�culos, chantajear a la opini�n p�blica y conquistar la hegemon�a; (2�) las denuncias y acusaciones no sirven en absoluto para obligarle a ello, porque no hay una fuerza organizada capaz de transformarlas en armas pol�ticas como hizo el PT con las denuncias contra Collor, Magalh�es, Maluf y tutti quanti; (3�) si por el motivo que fuere el PT cayese en total descr�dito y ya no tuviese condiciones para gobernar, entrar�a en acci�n el Plan B: suicidar al gobierno alegando que fall� porque estaba demasiado �a la derecha� y aprovechar la oportunidad para acelerar la transformaci�n revolucionaria del pa�s, sea radicalizando la pol�tica oficial, sea reciclando el partido dominante mediante expurgaciones y autocr�ticas, sea transfiriendo su militancia a otra y m�s agresiva organizaci�n de izquierda.
Los dirigentes del proceso contar�n para ello con la colaboraci�n servil y alelada de las oposiciones �de derecha�, que, hipnotizadas por la ilusi�n de normalidad constitucional que han creado para protegerse del miedo de la realidad, todav�a insisten en imaginarse al adversario �nicamente como una candidatura partidaria y no como una amplia estrategia revolucionaria.
En verdad, ni siquiera es exacto decir que �el PT� est� en el poder. El que est� en el poder es el �Foro de S�o Paulo�, entidad tentacular de la que el partido del Sr. Jos� Dirceu no es m�s que uno de sus brazos. Los dem�s est�n diseminados por otros partidos, incluyendo el PMDB y el PSDB. Lo m�s acertado, para poder hacer un diagn�stico, ser�a reconocer de una vez la unidad estrat�gica que hay detr�s de todo eso -- cosa que no es nada dif�cil, pues basta leer las actas del Foro -- y llamar al conjunto con un nombre unificado, que puede ser el del viejo PCB, Partido Comunista Brasile�o, o cualquier otro.
Ese partido tiene un ej�rcito de militantes, formados a lo largo de cuatro d�cadas de reclutamiento, adoctrinamiento y organizaci�n, entrenados y listos para, en un instante, provocar tumultos en cualquier punto del pa�s, simulando una movilizaci�n espont�nea de la opini�n p�blica hasta el punto de que la propia opini�n p�blica pueda creer en ello. Tiene un segundo ej�rcito de reserva, constituido por las masas de agitadores del MST, dispuestos a matar y morir para destruir a los enemigos de la revoluci�n socialista. Tiene una amplia red de esp�as infiltrados en todos los niveles de la administraci�n estatal, as� como en los medios de comunicaci�n y en las empresas privadas. Tiene el apoyo internacional armado de las Farc, la m�s poderosa organizaci�n militar de Am�rica Latina, y de otras entidades similares, todas vinculadas de cerca o de lejos al bandidaje organizado local. Tiene una red de contactos en los medios de comunicaci�n europeos y americanos para dar respaldo a cualquier campa�a que organice contra quien sea, convirtiendo al infeliz, a los ojos del mundo, en un virtual enemigo de la especie humana. Tiene una red de ONGs millonarias, subvencionados desde el Exterior, para dar un eficiente simulacro de legitimidad moral y de respaldo social a cualquier consigna emanada por el mando partidario. Tiene una fuente ilimitada de dinero, constituida por el artificio del �diezmo� dado a cambio de cargos p�blicos. Y tiene, ahora, el control de la m�quina fiscal y policial del Estado.
A su lado, �qu� son los partidos �de oposici�n�, m�s que castillos de gelatina, tr�mulos y listos para desmoronarse al primer soplo del lobo petista?
Por no tener en cuenta ese estado de cosas, las opiniones que circulan por los medios de comunicaci�n sobre la actual situaci�n brasile�a son de una irrealidad a toda prueba. Entrenados para tratar de las peque�as intrigas de la pol�tica constitucional ordinaria, nuestros �comentaristas�, �especialistas� y �polit�logos� de turno est�n inermes ante una estrategia revolucionaria continental que transciende infinitamente su horizonte de conciencia. Excepto, claro est�, los que han ayudado a formular esa estrategia y tienen inter�s en evitar que sea objeto de an�lisis. Por eso el llamado �debate nacional� no es m�s que un intercambio de ideas f�tiles entra la inconsciencia y la evasiva.