En nombre de los cad�veres

Olavo de Carvalho

Folha de S.Paulo, 27 de febrero de 2004

 

 

Cuando supe que George W. Bush hab�a decidido invadir Irak, me pregunt� a m� mismo: �Por qu� Irak? �Por qu� no Paquist�n, que tiene la bomba at�mica y distribuye tecnolog�a nuclear en el mercado del terrorismo internacional? �Por qu� no Ir�n? �Por qu� no la propia Arabia Saudita, de donde mana el dinero para Al Qaeda, Ham�s, Hezbollah y tutti quanti?

 

Algunos lectores, por e-mail, me exig�an una �toma de posici�n� sobre la guerra, pero yo no ten�a ninguna. No suelo tener opiniones sobre asuntos en los que no puedo interferir, y, al contrario de la casi totalidad de los columnistas de este pa�s, no escribo como quien espera sembrar el p�nico en la Casa Blanca, quitarle el sue�o al Papa o elevar la presi�n arterial de Vladimir Putin. Todo lo que deseo es hablar a algunos lectores en este rinc�n oscuro del universo, ayud�ndoles, en la medida de mis recursos, a orientarse un poco en la confusi�n mundial. Por eso, no opin� nada sobre la guerra, pero alert� a mis lectores sobre la farsa de los fray Bettos que ya estaban acusando al presidente americano de la muerte inminente de �millones de ni�os iraqu�es� (sic) y denunci� la estupidez de los innumerables �especialistas� que auguraban la destrucci�n de las tropas americanas por la todopoderosa Guardia Republicana de Sadam Husein.

 

En los �ltimos d�as de la guerra, sin embargo, cuando se descubrieron los cementerios clandestinos en la prisiones iraqu�es y empez� el recuento de los cad�veres, no pude dejar de reconocer � y escribir -- que la decisi�n de George W. Bush hab�a sido moralmente acertada y hasta obligatoria: cualquier pa�s que mata a trescientos mil prisioneros pol�ticos tiene que ser invadido y subyugado inmediatamente, aunque no represente ning�n peligro para las naciones vecinas o para el presunto �orden internacional�. Las soberan�as nacionales tienen que ser respetadas, pero no m�s all� del punto en el que se arrogan el derecho al genocidio. Lo escrib� entonces y lo repito: cada dilaci�n de la ONU cost�, por t�rmino medio, la muerte de treinta iraqu�es por d�a, m�s de veinte mil durante dos a�os de un bl�-bl�-bl� pacifista, es decir, s�lo en ese per�odo, cinco veces m�s que el total de las v�ctimas de la guerra. Por haber detenido ese flujo de sangre inocente, con un n�mero reducido de bajas por ambos lados y con la menor tasa de v�ctimas civiles ya observada en todas las guerras del siglo XX, el presidente norteamericano, cualesquiera que hayan sido sus errores, merece la gratitud y el respeto de toda la humanidad consciente.

 

La correcci�n moral intr�nseca de la acci�n americana es tan patente e innegable, que, en todas las discusiones que surgieron despu�s en los medios de comunicaci�n internacionales y brasile�os, ese aspecto de la cuesti�n ha tenido que ser sistem�ticamente escamoteado, para concentrar el foco de la atenci�n p�blica en el problema de saber si Sadam Husein ten�a o no las dichosas armas de destrucci�n masiva y, por tanto, si al alegar ese motivo en particular � entre innumerables otros � George W. Bush hab�a acertado o no.

 

Pues bien, un gobierno que mata a trescientos mil gobernados suyos no necesita tener altos medios tecnol�gicos de destrucci�n en masa, porque, con medios rudimentarios, ya comenz� la destrucci�n en masa en su propio territorio y tiene que ser detenido, sin dilaci�n, por cualquiera que tenga los medios para hacerlo. Los EUA ten�an esos medios e hicieron lo correcto. La ONU los ten�a y no hizo nada. �Cu�l de los dos es el criminal?

 

No por casualidad los que intentaron detener la acci�n americana � y vengarse de ella una vez victoriosa � son los mismos �pacifistas� de los a�os 60, que, presionando a las tropas americanas a salir del territorio vietnamita, entregaron Vietnam del Sur y Camboya en manos de los comunistas, quienes r�pidamente hicieron all� tres millones de v�ctimas, tres veces m�s que el total de muertos en las d�cadas de la guerra. Ning�n americano alfabetizado ignoraba que el resultado de la campa�a antiamericana iba a ser �se, que la paz ser�a m�s asesina que la guerra. Pero las Janes Fondas y los Kerrys quer�an precisamente eso. Pasadas cuatro d�cadas, s�lo unos pocos de aquellos �amantes de la paz� han tomado conciencia del crimen hediondo del que se hicieron c�mplices en aquella ocasi�n, y �stos, por confesar su pecado, son blanco de intensas campa�as de odio y difamaci�n. Los dem�s no s�lo escondieron su antiguo crimen debajo de la alfombra de la Historia, sino que, variando levemente de pretextos, se apresuran hoy a reincidir en �l con alegr�a feroz, haciendo como si trescientos mil muertos no fuesen nada, como si parar por la fuerza el genocidio iraqu� fuese � por decirlo como el rid�culo y perverso Jos� Saramago -- �una atrocidad�.

 

No es extra�o que argumentos como �se s�lo puedan prevalecer mediante la total falsificaci�n de las noticias. En todas partes los medios de comunicaci�n airearon a bombo y platillo, por ejemplo, la confesi�n del inspector David Kay de que no hab�a encontrado armas de destrucci�n masiva en Irak -- porque esas palabras creaban la mala impresi�n de que George W. Bush hab�a atacado a un pa�s inocente --, y ocultaron al p�blico la continuaci�n de la frase: �Despu�s descubrimos que Irak era mucho m�s peligroso de lo que imagin�bamos.�